“Yo me siento bien de cuerpo, pero de mente no. Para estar así toda la vida, yo prefiero no estar aquí”.
Estas fueron las expresiones de un joven de 21 años a su papá, poco antes de privarse de la vida hace un año. Mientras aguantaba sus lágrimas, el padre (que prefirió mantenerse en anonimato) compartió con Diálogo toda su experiencia durante el proceso de tratamiento de su hijo, quien sufría varias condiciones de salud mental.
Contó que siempre fue un niño normal. Nunca les presentó ningún tipo de actitud o comportamiento preocupante, hasta que cumplió los 15 años. Ahí fue cuando les expresó a sus padres que, emocionalmente, no se sentía bien.
Todo comenzó cuando la trabajadora social del colegio en el que estudiaba llamó al padre para indicarle que el joven le había comentado a un compañero que tenía deseos de matar a su madre y a sus hermanos.
Este fue el momento en el que lo llevaron al First Hospital Panamericano en Cidra, donde estuvo internado por siete días. En ese hospital, se reunieron con el padre en dos ocasiones para explicarle cómo veían al paciente y sobre los avances que había tenido.
“Entiendo que salió más o menos bien. Pero él mismo me decía: ‘Yo sigo luchando con esto. Yo aparento estar bien, pero yo nunca he estado bien’”, compartió entristecido el progenitor.
A los 17 años, el joven ya tenía diagnósticos de depresión severa, depresión mayor y distimia, otra variante de la depresión. A esta misma edad fue hospitalizado en el Hospital Inspira en Bayamón, clínica de la cual el padre salió completamente decepcionado. Lo reunieron tres psicólogos y dos psiquiatras para decirle que no sabían qué hacer con su hijo.
“Si ustedes no saben qué hacer con él, ¿qué voy a saber yo que soy el papá y no tengo las herramientas para trabajar con eso?”, le expresó indignado a los doctores. Este medio intentó comunicarse con Inspira para obtener reacciones sobre el caso, pero no estuvieron disponibles.
El joven le había compartido a su papá su deseo de estudiar en una escuela pública, y se le concedió. Este cambio de escuela produjo una mejoría drástica en él hasta que cumplió 20 años y recayó nuevamente.
Hasta este momento, aún su familia no comprendía el motivo por el que su hijo no era feliz. Sus padres se separaron cuando el joven tuvo 15 años, pero él mismo le comunicó a su padre que la situación no le afectaba y que ya lo había superado. Su papá le cuestionó si había sido violado o si había sido maltratado, pero no era el caso. El joven nunca pudo explicar cómo llegó a ese estado emocional.
Su último diagnóstico fue “trastorno límite de la personalidad” (BPD, en inglés). Tras este diagnóstico, el padre le buscó un especialista para tratar la condición. Sin embargo, solo llegó a recibir tres tratamientos. Durante este breve proceso, el joven le expresó al psicólogo: “Te voy a dar una oportunidad por mi padre. Él tiene esperanzas de que yo salga de esto, pero ya yo sé lo que yo quiero, ya yo tengo un fin”.
El padre relató que vivieron muchos momentos angustiantes. Recordó que en una ocasión, el joven se encontraba en el techo de su casa con un cuchillo en su cuello. La mamá de su hijo lo llamó y él acudió rápidamente. Estuvo con su hijo en el techo durante tres horas tratando de “negociar para que bajara”. Su hijo solo le decía que no quería ser un estorbo, que quería ser feliz y ser una persona normal.
Dos semanas antes de partir, el joven tenía deseos de que le realizaran electroshocks al cerebro para “olvidar lo que sea que él quería olvidar”. Su padre consideraba que este tratamiento no era la solución y que sus médicos debían buscar una alternativa mejor.
Lo llevaron al Panamericano nuevamente, pero estuvo fuertemente alterado porque sabía que en ese hospital no le harían los electroshocks. “Metió puños en las puertas gritando: ‘¡Sáquenme de aquí!’”, recordó su padre. Se lo tuvo que llevar de allí.
Posteriormente, fue internado por segunda vez en el Hospital San Juan Capestrano en Trujillo Alto. La primera hospitalización su padre la describe como un pasadía porque su hijo asistió al hospital e hizo amistades. La segunda ocasión, sin embargo, no fue la misma dinámica.
El entrevistado dijo que les advirtió a los médicos sobre las intenciones de su hijo, de solicitar los electroshocks. También indicó que les compartió que ese tratamiento no era recomendable para ese tipo de pacientes. Sin embargo, señaló que la institución obvió sus advertencias.
Destacó que lo confirmó cuando su hijo lo llamó tres días después de ser internado:
— “Papá, ¿cómo estás? ¿Estás bien?”.
— “Sí, estoy bien. Y tú, ¿cómo te sientes?”.
— “Me siento mejor. Ya me dieron el primero”.
— “¿Ya te dieron el primer electroshock? Y… ¿cómo te sientes”.
— “Me siento muy bien, de verdad”.
— “Contra, me aleg…”.
— “Mañana me dan otro”.
Indicó que no lo volvió a ver hasta que completó su semana de hospitalización, cuando salió “como un zombie”. Se sentía peor.
Denunció que el servicio fue horrible porque “el médico no diagnosticó ni dio tratamiento según lo que entendía que quería hacer, sino que se dejó llevar por lo que el paciente le pidió”.
“Capestrano me lo mató”, declaró con ojos llorosos. Diálogo intentó en varias ocasiones obtener una reacción de la institución hospitalaria, pero no respondieron.
Cuando le comentó el incidente a uno de los psicólogos de su hijo, el especialista le cuestionó: “¿Pero ellos son locos? ¿Cómo le van a hacer eso a un paciente de ‘borderline disorder’? Todo fue por dinero. Ganaron dinero haciendo esto. No hay otra razón”.
Desde el evento trágico en el que su hijo se privó de la vida, no ha buscado ayuda profesional para recuperarse de la pérdida porque entiende que él solo puede sanar sus sentimientos.
“Realmente, es algo que tú mismo tienes que curarte de eso. Pienso que yo mismo debería curarme estas heridas. Un psicólogo y un psiquiatra son seres humanos iguales que yo y, si ellos no han perdido un hijo, ellos no van a saber qué yo siento, por más profesionales que sean”, afirmó con tristeza.
Compartió que considera que la salud mental de los jóvenes en Puerto Rico está bien lastimada porque “la educación es una basura”. Considera que es un motivo por el que los adolescentes pueden verse afectados es por el “bullying”, porque hay jóvenes que lo superan, pero otros no.
En cuanto a su hijo, nunca supo por qué se sentía infeliz, aun cuando su familia nunca lo dejó solo.
Aseguró que el mismo joven decía: “Papá, yo sé que he tenido todo, pero yo no soy feliz y no sé por qué. Yo lucho con esto constantemente. Yo me levanto normal, pero en la noche cuando me acuesto en la cama, lo que siento es algo que me dice: ‘Quítate la vida. Muérete. Tú no sirves’”.
Añadió que aun con su autoestima baja, el joven ayudó a sus amistades cuando se encontraban en la misma situación sentimental y con ideas suicidas.
“Los aconsejaba para que no lo hicieran y él terminó haciéndolo”, puntualizó apenado.