La más reciente propuesta cinematográfica del director mexicano Alejandro González Iñárritu puede convertirse en un hito del cine contemporáneo. Birdman es un salto al vacío. Es una mezcla explosiva de cine, teatro, literatura y música que apuesta constantemente a sorprender. Es una invitación al riesgo, que tiene, ante todo, un gran sentido de verdad.
Riggan Thompson (Michael Keaton) es un actor de cine, reconocido por un superhéroe que interpretó 20 años atrás, que pone toda su energía en la adaptación teatral de un cuento de Raymond Carver en Broadway, en busca de cobrar relevancia. Su relación con el quisquilloso actor de método Mike Shire (Edward Norton), con su hija que acaba de salir de rehabilitación Sam (Emma Stone), entre otros, van tejiendo una especie de tragicomedia detrás de las cortinas de un escenario en Broadway.
La maestría técnica de la fotografía en Birdman es producto del dúo explosivo de González Iñárritu con el también mexicano Emmanuel Lubezki. Dentro de los riesgos técnicos, sobresale el uso de largos plano secuencias, que se juntan para crear un todo que intenta ocultar sus cortes.
La cámara en Birdman da la ilusión de cobrar vida propia. Mediante un juego activo con el espacio y una coreografía precisa dentro del caos, la fotografía alcanza gran maestría hasta lograr la impresión de tener voluntad propia, antojándose de recovecos y situaciones que parecen pensadas y a la vez, parecen completamente espontáneas.
El diálogo con el teatro es evidente también en ese logro fotográfico: como si el riesgo efímero del teatro se apoderara del cine. Debido a los largos planos secuencias y los cortes ocultos, se narra en un tiempo que se muestra real en el que no hay espacio para mentir detrás de una edición. Se acentúa entonces la energía vibrante de los actores, la coreografía perfecta, una mezcla de errores y aciertos inesperados que le dan un tono de pensada irreverencia.
Estas decisiones estilísticas causan un ritmo acelerado y vibrante en la película, que solo puede ser acentuada por el sonido sordo de una batería en clave de jazz, a cargo del músico Antonio Sánchez, el cual solo es interrumpido por gloriosas sinfonías.
También acompaña el filme la ciudad de Nueva York con sus edificios gigantes y sus escaleras externas, sus ladrillos y metales, sus músicos urbanos, un loco citadino que grita fragmentos de Shakespeare, la multitud y los flashes de Times Square. El mundo de afuera de Nueva York, ese mundo de gente que intenta ser relevante, como dice Sam, complementa el mundo de los camerinos.
El espacio del teatro y de la calle se van fusionando, hasta intercambiarse. De ahí, la imagen casi surrealista en que el cuarto de motel en que se sitúa la escena final de la adaptación de Carver se convierta en un motel real en medio de una tormenta, y que los personajes urbanos de la Gran Manzana, las estatuas de la libertad, la vendedora de hot dogs y la banda de música, ocupen el escenario del prestigioso teatro de Broadway. De igual forma, la realidad y la fantasía juegan una con otra, hasta formar un terreno incierto de qué es real y qué es ensueño.
Contar el ego y la risa
And did you get what
you wanted from this life, even so?
I did.
And what did you want?
To call myself beloved, to feel myself
beloved on the earth.
Raymond Carver, Late Fragment
Birdman explora la insignificancia del ser humano y hace notas sobre el ego, ingenuo y sórdido. Además, debate sobre los prejuicios con los actores de Hollywood, la verdad del escenario que a veces es más real que la máscara diaria, el rol voraz del crítico de arte, la fragilidad del ser humano. El guión, lejos de ser sentencioso, abre un debate que camina en todas direcciones. Además, contiene un fuerte contenido de humor, que añade vivacidad a los densos conflictos existenciales.
Para contar esta historia, fue clave el trabajo actoral. Michael Keaton deslumbró en su actuación de un Riggan Thompson que bien podría ser autorreferencial dada la propia carrera de Keaton, quien también encarnó a un superhéroe, Batman, y también logra un retorno definitivo y glorioso con su actuación. Su polaridad, su tránsito de la tragedia a la comedia, su tierna agresividad y sus ojos desorbitados y a la vez quietos, construyen a la perfección un personaje complejo: una celebridad echada a menos que quiere imprimir su marca en el mundo, y de quien su personaje más icónico se ha apoderado.
Lo acompaña la actuación ingeniosa de Edward Norton en el papel de Mike Shire, un actor del método cuyas excentricidades son muchas veces justificadas por su sentido de verdad en escena. “En el escenario es donde único soy honesto”, repite en más de una ocasión, condenado a la vida que solo brota encima de las tablas. También, Birdman es una película para actores, ya que retrata los diversos acercamientos a un personaje y a una carrera. Además, son memorables los parlamentos de Sam, interpretada por una crecida Emma Stone, quien con una lengua afilada remonta contra el ego y la autosuficiencia del ser humano.
En una entrevista previa a su llegada al Festival de Cine de Venecia que inauguró el humor picante y la genialidad técnica de Birdman, González Iñárritu dijo a la revista Esquire: “Me emocionaba poder crear con un alto riesgo de fallar. Por eso toda la experiencia fue muy importante para mí, ya que mi Birdman interno tiene alas muy grandes”.
El director ha confesado que su propio ego lo había consumido los últimos años y que, por esa razón, internarse en un género completamente desconocido para él, en este caso, la comedia negra, trabajar a un ritmo acelerado que dista de su clave amarga y agresiva en 21 Grams y Amores perros, y apostar a nuevos riesgos técnicos, era la única forma de derrotar su ego y reírse de él. Con un cine experimental y una apuesta al juego, un ojo al detalle y al brillo técnico, se alza Birdman y vuela por todo lo alto.