
SOBRE EL AUTOR
Así como el deporte, ese espacio físico que recientemente nos ha regalado un histórico momento olímpico e hinchado nuestros corazones, hay otros espacios que también nos representan y engrosan nuestro espíritu colectivo e individual.
Quienes nos interpretan en esos espacios quizás no alcanzan la cúspide desde un podio colgándose una medalla, pero igualmente su labor requiere el esfuerzo y la preparación que permite una representación armoniosa, orgánica y estéticamente hermosa.
No sobre un podio, pero sí sobre un escenario, la clase actoral batalla día a día por ser nuestro reflejo cotidiano, nuestro espejo colectivo y nacional; por ser y preservar nuestra esencia e identidad, esa que afloró cuando Mónica Puig ganó la medalla de oro y la monoestrellada se izaba a los acordes de nuestra Borinqueña.
En Puerto Rico las artes y las humanidades se han visto rezagadas por un afán absoluto de propiciar las ciencias en sus diferentes expresiones. Si bien es cierto que las ciencias generan conocimiento y riqueza, las artes también lo hacen, lo único que desde plataformas distintas. Y no nos confundamos, ambas son capaces de generar una riqueza económica muy beneficiosa si sabemos enfocarla. La ausencia de apoyo al aspecto humano de nuestra sociedad nos ha llevado a olvidar en ocasiones a aquellos que también hacen lucir a nuestro país en el exterior.
Así como existen competencias deportivas, hay escenarios donde se presentan los mejores proyectos escénicos y actores de diferentes países. Estos festivales, muchas veces pasados por alto, son un campo de riqueza e intercambio cultural entre las naciones participantes y por si alguno no lo sabe, Puerto Rico dice presente en ellos.
Nuestra clase actoral y artística hace en ocasiones malabares para decir presente y mostrar al mundo lo mejor de la escena nacional y sus nuevas propuestas. Hace un tiempo tuve el privilegio de ver a la Compañía Polimnia en París, Francia, de la mano de Iván Olmo en un Festival de Mimo y Teatro Físico Mimesis Plateau.
El trabajo del colectivo puertorriqueño fue de primera, arrancando emociones con un trabajo exquisito de gran colorido y dramatismo, en gran contraste con las propuestas europeas. O sea, un enriquecimiento bilateral que coloca sobre el panorama el arte dramático puertorriqueño.
Otro ejemplo ha sido la reciente representación puertorriqueña en el 36to Festival del Caribe, en Santiago de Cuba, donde la isla estuvo representada por la pieza teatral “La habitación oscura” del dramaturgo Tennesse Williams, adaptada y dirigida por el joven promesa Rafael Pagán. El también actor protagonizó la pieza junto a Janibeth Santiago, con quien lleva trabajando dos años.
Pagán, quien es parte del Círculo de Dramaturgos del Siglo XXI, también ha realizado importantes presentaciones acá en la Isla. A principios de este año estrenó “El secreto de Van Gogh” en el Ateneo Puertorriqueño. En esa ocasión le acompañó el Teatro Universitario Histriones de la UPR en Arecibo.
Muchas veces nos preguntamos qué motiva a estos artistas a persistir en estos campos y sin duda, cuando salen al exterior encuentran una gran respuesta: ese aplauso jubiloso de un público que admira su trabajo y reconoce la labor artística que los puertorriqueños realizan día a día.
¿Estamos igualmente jubilosos por ellos? Posiblemente pasan muy desapercibidos y es eso lo que los mantiene en la sombra a pesar del arduo trabajo y sacrificio, como nuestros atletas. Pagán afirma que esa participación internacional “es una oportunidad para medir nuestro talento, recapacitar y ver que nos hace falta como artistas y hacia dónde vamos”.
Si alimentamos las artes y las humanidades en general, engrosamos el espíritu del país y sin duda una economía que permanecería en casa. En Italia, país que no es ajeno a la crisis económica, los jóvenes, al cumplir su mayoría de edad, reciben un estipendio del estado que debe ser utilizado sólo para el consumo de cultura. ¿Y si creáramos ideas similares?
En un momento de crisis donde el éxodo ha sido la alternativa de muchos jóvenes talentosos, ¿cómo sería si pudieran aportar desde aquí? Nuestra clase artística, en todas sus etapas, es embajadora desde el silencio, fogueándose sola o con escasas ayudas. No es cuestión de crear un comité para la clase artística, sino, reconocer su valor y aportación apoyándolos.
¿No nos enorgullece ver a nuestra clase artística triunfar en el extranjero? Si ver las noticias de sus triunfos, escasas a veces, nos exalta de felicidad, imagínese poder presenciar su trabajo en el exterior, escucharlos ser aplaudidos estrepitosamente por el público y tener ese pedazo de nuestro espíritu patrio cerca.
Estos festivales son un espacio para mostrarnos ante el mundo y acercarles la patria a aquellos que por diferentes razones, viven lejos de casa. Es tiempo de llevar a la luz aquello que nos enaltece como país, como son las humanidades con sus artes y letras, siendo pues, nuestra otra gran embajada junto con nuestros atletas.
El autor es historiador y profesor. Posee un bachillerato en Historia de América, Lenguas Modernas y Drama de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. También tiene una Maestría en Historia de Europa, el Mundo Mediterráneo y su Difusión Atlántica de la Universidad Pablo de Olavide en Sevilla, España. Actualmente se prepara para comenzar estudios doctorales en Historia y Artes en la Universidad de Granada.