“A los enchufes las mujeres los quieren en lugares distintos que los hombres”, ejemplifica Sissy Larrea para enfatizar que en el tema de la energía en América Latina, el género es también una cuestión importante.
Las mujeres son las más afectadas por carencias energéticas en el trabajo doméstico, mayoritariamente a su cargo, y actividades como comercio y producción alimentaria, pero son marginadas en las decisiones del sector.
Por tratarse, como se piensa, de “un área técnica, no social, los hombres asumen la dirección y a las mujeres les tocan servicios de administración”, observó la asesora en Equidad de Género de la Organización Latinoamericana de Energía (Olade), que tiene sede en la capital de Ecuador.
Con la contratación de Larrea, antropóloga con dos décadas de experiencia en temas de género, la Olade intensificó desde 2012 la capacitación y la sensibilización de gobiernos e instituciones para adopción de políticas y herramientas para la equidad entre hombres y mujeres en los órganos de decisión.
Unidades o comisiones de género fueron creadas o fortalecidas en ministerios y empresas de muchos países como Haití, México y Uruguay, como mecanismo para superar inequidades.
La capacitación, a través de cursos variados y asistencia técnica, es el principal instrumento de la Olade para cumplir la misión con que fue fundada en 1973, la de contribuir a la integración y la seguridad energética regional, al desarrollo sustentable y la cooperación entre sus 27 países miembros de América Latina y el Caribe.
“La materia prima de la Olade es el conocimiento”, definió Fernando Ferreira, secretario ejecutivo de la organización de 2014 a 2016, en diálogo con IPS.
Sumando los llamados “diplomados”, cursos presenciales intensivos de seis semanas, a la capacitación virtual de 10 horas, un total de 7,200 especialistas ampliaron sus conocimientos en temas como planificación, energías renovables, inclusión social y eficiencia energética.
La cantidad creció mucho desde 2006, cuando hubo 263 participantes.
El “salto” ocurrió con las nuevas herramientas adoptadas en los cursos virtuales a partir de 2012, explicó Paola Carrera, coordinadora de Gestión de la Información y Capacitación. El curso sobre Pérdidas Eléctricas en 2016, por ejemplo, tuvo más de 800 participantes.
Además de la sede en Quito, subsedes en Honduras y Jamaica contribuyen a la expansión, atendiendo a interesados del Caribe y América Central.
Los cursos, interdisciplinarios y plurinacionales, son “enriquecedores”. “Me percaté que la situación energética de Centroamérica es muy diferente a la de Sudamérica”, dijo Gloriana Alvarado, del estatal Instituto Costarricense de Electricidad, recordando su participación en el diplomado de 2013 en Quito.
Le interesó la gestión energética sudamericana, con los conflictos debidos al uso de hidrocarburos en la generación eléctrica, en contraste con Costa Rica, donde “se genera más de 95% con fuentes renovables”, principalmente hídrica, eólica y geotérmica, acotó.
“El promedio es de 20 cursos por año, pero promovemos otras formas de compartir conocimiento, como el Programa de Cooperación Sur-Sur”, apuntó Ferreira, economista brasileño y doctor en Ingeniería que trabajó en una empresa estatal y varios órganos de regulación y planificación energética en su país.
Un ejemplo es “el intercambio entre países con gran potencial en geotermia pero sin experiencia”, como los andinos, y los que ya desarrollaron esa fuente, como México y centroamericanos.
Sistemas de información energética y publicaciones especializadas de la organización también ayudan a mejorar la gestión del sector en los distintos países.
La Olade nació el 2 de noviembre de 1973 como organización intergubernamental, en reacción a la llamada primera crisis internacional del petróleo, por la explosión de sus precios, que desnudó la necesidad de impulsar políticas energéticas y la cooperación en América Latina.
La integración energética regional, un objetivo original, se reveló compleja y no avanzó en el ritmo de los deseos declarados por los ministros de Energía que se reúnen anualmente en la organización intergubernamental.
“Para la Olade la integración no termina, está siempre en construcción”, sostuvo Ferreira, mencionando como “un buen ejemplo regional” el Sistema de Interconexión Eléctrica de los Países de América Central, que ya cuenta con líneas de transmisión en los seis países centroamericanos desde 2014.
En América del Sur hay acuerdos bilaterales que resultaron centrales hidroeléctricas binacionales como Itaipú y Yaciretá, en la frontera de Paraguay con Brasil y Argentina, respectivamente.
Pero “la Olade perdió espacio para otras instituciones políticas”, reconoció su exsecretario ejecutivo.
En las últimas décadas surgieron varios organismos de integración y concertación regional o subregional, como el Mercado Común del Sur (Mercosur), la Unión de las Naciones Suramericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que acapararon las decisiones políticas, limitando a la Olade a funciones técnicas.
Es como “asesor técnico” que diseñó una “hoja de ruta” de integración y sustentabilidad energética regional, para la Celac, en 2015.
También hizo para la Unasur un estudio en los proyectos energéticos de la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana, aprobada en una cumbre presidencial de la subregión en 2000, con 531 proyectos.
“Necesitamos un segundo Convenio de Lima”, afirmó Ferreira, refiriéndose al acuerdo que creó la Olade en 1973, y que carece de actualización.
En el contexto actual, el desafío de la integración tiene que contemplar el cambio climático y la sustentabilidad ambiental como un eje adicional, explicó. Por eso ganan importancia las nuevas fuentes renovables de energía.
La Olade decidió estimular la energía solar. Instaló en octubre una pequeña planta de tres kilovatios en su sede, para enseñar a estudiantes e interesados en su operación, midiendo la generación, su valor y el volumen evitado de gases del efecto invernadero.
La planta demostrativa es también un laboratorio de la eficacia solar en las condiciones de Quito, a pocos kilómetros de la línea ecuatorial. “Olade es un local privilegiado, con el sol fuerte y casi perpendicular”, pero la altitud superior a 2,800 metros impide el calor excesivo que reduciría la productividad fotovoltaica, señaló Ferreira.
“Los países pequeños son más receptivos” a energías renovables y eficiencia energética, comprobó Jorge Asturias, director de Estudios y Proyectos de Olade. “Los grandes, con capacidad de financiar sus propios estudios, cooperan más con agencias internacionales”, no regionales, lamentó.
El futuro de la Olade se vincula a nuevos mercados energéticos, agregó Ferreira. A partir de 2023, Paraguay tendrá total libertad para vender la electricidad que le toca en Itaipu, mitad de los 14,000 megavatios que genera esa central, actualmente cautiva de Brasil. Habrá así nuevos negocios en el Cono Sur.
Una dificultad que enfrenta la Olade son los atrasos en la contribución de los países miembros, según Helena Cantizano, jefe de la Asesoría de Relaciones Internacionales del Ministerio de Minas y Energía de Brasil, que desde 2005 participa en las acciones de la organización.
“Brasil estuvo insolvente por un largo período, siendo uno de los países que más contribuyen, junto con Argentina, México y Venezuela”, recordó, destacando que su país aporta poco más de $240,000 al año, mucho menos de lo que destina a otras organizaciones multilaterales.
Aun así la Olade “perfeccionó su proceso de selección del personal, de contratar bienes y servicios, y elevó la calidad de sus productos”, alabó Cantizano.