Si escribes, te puedes morir. Mejor dicho, te pueden matar. ¿Suena heavy, no?
Hace unos años, la periodista mexicana Carolina Hernández entendió esto de cerca, lo vio ahí al mero lado, lo palpó purito. Al cubrir el diario vivir de las calles donde los carteles mandan, Carolina entendió que el peligro en su profesión va de la mano de un ninguneo que, realmente, era causado por razones ajenas al mismo periodismo. Llámenle miedo, temor, precaución, hasta pudor. O lo que quieran. Lo que sí es que entre lo que parece ser la institucionalización de la violencia contra la prensa en México, producto de un solapado cortejo entre el narcotráfico y el Estado, ser periodista en tierra azteca de repente se asimila a caminar encima de una fina soga estirada ante un abismo. A lo Wallenda.
“Son pocos los periódicos que mandan a un reportero a un lugar donde ha ocurrido una balacera”, le dijo a Diálogo la joven cronista mexicana, quien durante la pasada década y media se ha dedicado a pulir su oficio en una tierra hermosa y peligrosa, donde abunda un pueblo bueno y sufrido, en un lugar donde hay muchas noticias que cubrir.
“Aquí tal vez voy a poner el dedo en la llaga. Realmente el periodismo sobre el narcotráfico en el país –y ese es mi muy particular punto de vista– se dejó de hacer hace mucho. Son pocos los reporteros que cubren la nota como tal. Hay investigaciones aisladas de unos pocos aventurados y, sobre todo, libres”, prosiguió.
“En mi experiencia personal yo estuve reportando desde Navolato, Sinaloa; desde Nuevo Laredo y desde Reynosa, Tamaulipas. Estos tres lugares tienen tintes de violencia por narcotráfico. Ahí hubo un momento en que los propios dueños de los periódicos nos dijeron que ‘esas notas no se cubren‘. Y no se cubren, primero, por protección personal y, segundo, por órdenes de los mismos narcotraficantes”, dijo, recordando sus tiempos trabajando en el diario El Mañana de Reynoso, El Noroeste y El Mañana de Nuevo Laredo, durante la pasada década.
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Aquí una imagen de una protesta de periodistas en México, país que en el Siglo XXI ha visto decenas de periodistas asesinados y desaparecidos. (informador.com.mx)
Eso era cuando Carolina reportaba desde la difícil calle mexicana, desde el pavimento latinomericano y su sufrimiento recóndito, desde donde realmente se ven cosas, lejos del aire acondicionado y las historias de farándula y entrevistas a cuasi literatos y a artistitas y donqueadores de básquetbol que quizás enamoran más ahora a los periodistas acá en el archipiélago colonial, mucho más que una buena crónica de un crimen, o una investigación al gobierno de turno.
Ahora, Carolina milita en las filas del novel diario digital Reporte Índigo, y, aunque suene irónico, puede que ahora haga más desde su oficina que en la calle, ante el temor que arropa las mesas de redacción de los medios mexicanos más antiguos. Reporte Índigo es un medio digital fundado por Ramón Alberto Garza García, quien fuese socio de Gabriel García Márquez en la revista Cambio. Donde Carolina está ahora los principios periodísticos se alejan bastante del miedo y las herramientas tecnológicas son aprovechadas. Pero no hay muchos medios así.
“En algunos lugares de plano ya no se cubre la fuente porque muchas veces los ‘malitos‘ son prácticamente los editores. Los medios han perdido credibilidad, ya que las personas cuestionan por qué no se publica tal o cuál cosa de las que se enteran por redes sociales”, arguyó.
“Agrégale a esto el riesgo que enfrentamos los periodistas, que es quizá sólo un poco más del que enfrenta la población en general. Porque en caso de que vayan a cubrir la nota, van con la cara de frente y sin más protección que su libreta”, destacó.
“La gente se acostumbra al miedo constante”
No, esto no es ir al caserío y que allí la gente se crea que llegó un reality show que luego verán en VH1 o que llegó Kendo Kaponi con ganas de hacer chistecitos para YouTube. Allá, el criminal te mata, porque no cree en la prensa, simple y llanamente. Allá, un periodista equivale a un chota, punto y se acabó. Pero, bueno, el tratamiento es así para la mayoría de la población en sectores de alta incidencia de crimen narco.
“En las zonas donde el conflicto es más crudo –por ejemplo en el noroeste del país, Tamaulipas– la gente se acostumbra al miedo constante. Se acostumbra un poco a escuchar balaceras y a evitar las llamadas ‘situaciones de riesgo‘, a las cuales ya las autoridades le han proporcionado sus propias siglas: SDR. Pero acostumbrarse no quiere decir que tu vida sea normal, quiere decir que ya no te sorprende no poder ir a la tienda a mediodía porque hay hombres armados intercambiando rifles en una gasolinera de la esquina. A eso, se le acumula el hecho de que a los carteles –por alguna razón que me parece muy compleja– se les acabó el dinero, entonces comenzaron a expandir su negocio: secuestros, extorsiones, cobros de piso. Ahí la cosa comenzó a afectar a todos”, explicó Carolina.
“La única cosa en la que los periodistas tenemos más desventaja ante la violencia es en que tenemos rostro identificado y estamos a expensas de los cambios de humor de un jefe de plaza. Es decir, de repente el jefe de Los Zetas se molesta por una nota que no parecía tener mayor problema. Y va el ‘levantón‘. O le llegó el rumor de que tal periodista está del lado del bando contrario. Y va el ‘levantón’”, resaltó.
Según un artículo publicado en 2013 por la organización Reporteros Sin Fronteras, de 2002 hasta el 2012 habían sido asesinados 81 periodistas en México y desaparecido a 17. Un reportaje de 2014 del portal digital mexicano Más por más, reseña incluso cómo sicarios narcos no han sido pudorosos a la hora de hacerle acercamientos y amenazas directas a periodistas para que “le bajen de huevos” a su trabajo.
Narra el reportaje de Más por más: “El 4 se septiembre a las 17:30 horas tres individuos llegaron a las oficinas de El Heraldo de León en Silao y se dirigieron directamente a la periodista Karla Janeth Silva Guerrero, a quien golpearon hasta hacerla sangrar. La amenazaron diciéndole: ‘ya bájale de huevos a tus notas'”. De igual forma, la nota habla sobre asesinatos en el estado de Jalisco, en incidentes que se han utilizado armamento de alto poder, como granadas de ejército.
“De repente el jefe de Los Zetas se molesta por una nota que no parecía tener mayor problema. Y va el ‘levantón‘”… Los Zetas son los duros a la hora de traficar drogas, armas y lo que sea. De hecho, están volviendo locos a los patrulleros en la frontera con Texas, como explica este documental.
Por si acaso, un “levantón” quiere decir un secuestro. Históricamente, ha sucedido en muchas partes del mundo. En Colombia, secuestrar y matar periodistas era uno de los hobbies de aquel notorio ‘mega-bichote’ y héroe de culto, Pablo Escobar Gaviria. En pleno siglo XX, Pinochet despareció docenas de periodistas en Chile, quizás siguiendo patrones comenzados por Somoza en Nicaragua o Trujillo en República Dominicana. En los pasados meses, el Estado Islámico en Oriente Medio ha decapitado una buena cantidad de periodistas, curiosamente, como parte de su voraz estrategia mediática.
En Puerto Rico, los secuestros y asesinatos a periodistas nunca han sido una tendencia. Pero tampoco es como si aquí los periodistas no enfrentasen percances de este tipo.
Un periodista boricua “con una Ingram recortá”
“Chacho, yo recuerdo cuando Tomás de Jesús Mangual se entraba a tiros con los pillos. Tenía más babilla que la misma Policía. ¿Así es que dicen ahora ustedes los jóvenes, verdad?”, le dijo a Diálogo vía telefónica un septuagenario periodista retirado, quien por décadas fuese editor de una sección del diario El Vocero, pero que ahora prefiere quedar en el anonimato, ya que accedió a hablar de lo que entiende aún es “un tema delicadito”.
Llamamos a este veterano comunicador, que estuvo medio siglo trabajando y que anda a punto de alcanzar las ocho décadas de vida. Había que preguntarle sobre el fenecido y legendario Tomás de Jesús Mangual, aquel periodista que durante las década de los setenta y ochenta definió el periodismo policiaco en Puerto Rico, antes que llegara la década del noventa con sus portadas llenas de fotografías a color y los cadáveres encima de charcos rojos, ya no pasaran con ficha en las tapas de los diarios. ¿Llegó a oír, amigo lector, aquella frase que decía que “si uno exprime El Vocero bota sangre”? Pues mucha de la sangre en esas páginas la proporcionaba Tomás de Jesús Mangual.
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En esta imagen publicada por Noticel tras su muerte en 2011, vemos al mítico Tomás De Jesús Mangual, cronista policiaco del diario El Vocero que durante décadas cubrió de frente el crimen.
“Puede que el tipo no supiera poner un acento, pero tenía calle y no se dejaba intimidar”, prosiguió. “Una vez, en una balacera los policías se estaban entrando a tiros con unos pillos, pero los policías se tapaban y sacaban la mano y sin mirar tiraban. Entonces allí llegó Tomás. Pero no llegó a cubrir lo que pasaba. ¡Llegó a entrarse a tiros con los malandros! Y cuando los tipos vieron que él llegó se fueron. Cuando los atraparon, un policía le pregunta a uno de los pillos que por qué se había ido. El criminal le dijo, mientras señalaba a Tomás: ‘Es que con ustedes los policías no hay problemas, porque disparan sin ver y nunca le dan a nada. Pero este sí sabe disparar. Con este es mejor irse a la fuga’. Ah, y ante todo eso, Tomás luego hizo la nota de ese incidente. Hubo que corregírsela y editarla bien, pero la hizo”.
Según nuestra fuente, la entrada de De Jesús Mangual al periodismo fue poco común.
“Tomás había estado preso y desde la cárcel le escribió a don Gaspar Roca (ex dueño de El Vocero) y le decía que le gustaba el periodismo y que quería escribir, y que podía conseguir muy buena información para notas policiacas. Don Gaspar lo sacó de la cárcel y lo trajo a El Vocero”, relató nuestro veterano editor anónimo.
Además, dijo, De Jesús Mangual confrontó varios escollos durante su trayectoria como periodista.
“En Ponce lo querían matar”, recordó nuestro narrador. “Él vivía en los altos del Banco Popular y lo velaban. Claro, él nunca tenía miedo. Tomás era de los que mandaba e iba, porque tenía mucha experiencia en la calle. Ah, y era el único periodista que yo he conocido que andaba por ahí con una Ingram ‘recortá’, caminando de lo más tranquilito”.
La desinformación: madrastra de la corrupción y del miedo
Volvamos a México con Carolina. Veamos ahora uno de los principales obstáculos del periodista del Siglo XXI, el acceso a la información veraz, aun cuando vivamos en la gran época de la abundancia informática. Y qué mejor caso para ejemplificar esto que el de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa, quizás una de las historias más difíciles de cubrir en América Latina durante los pasados 20 años.
¿Cuál ha sido el principal obstáculo para los periodistas en general a la hora de cubrir el caso de los 43 estudiantes desparecidos?, le preguntó Diálogo a Carolina.
“Primero, está la falta de claridad en las declaraciones de las autoridades. La desorganización a la hora de dar a conocer los supuestos avances de la investigación y la poca coherencia que tuvieron muchas –si no todas– las versiones que dieron”, comenzó a contestar.
“Dijeron que estaban vivos, luego que no, que los mataron a balazos, luego que no. La versión oficial y, verdad histórica, de acuerdo al procurador Jesús Murillo Karam de que fueron incinerados durante horas generó, más que desinformación, rabia, sobre todo por todos los inconvenientes, incluso climáticos, que tendría haber realizado ese acto”, agregó.
Es que allá, eso de buscar la verdad no es cáscara de coco. Bueno, realmente buscar la verdad no es fácil en ninguna parte del mundo, tampoco en Puerto Rico. Basta con mirar cómo el gobierno actual de Alejandro García Padilla brincaba y saltaba cada vez que la prensa le pedía los resultados de los informes que el Departamento de Hacienda le comisionó hacer a la firma KPMG, que les cobró una millonada. De hecho, en febrero pasado y tras una demanda puesta por la Asociación de Periodistas de Puerto Rico (Asppro) y el portal SinComillas.com, un Tribunal le ordenó a Hacienda a que revelaran el informe.
Cabe destacar que contrario a la jurisdicción estadounidense, en Borinquen el acceso a la información va elevada a rango constitucional, gracias a una decisión del Tribunal Supremo a raíz del caso de los asesinatos policiacos de Carlos Soto Arriví y Arnaldo Darío Rosado, dos jóvenes indepentistas tiroteados en el Cerro Maravilla de Villalba el 25 de julio de 1978. Más aún, el Supremo ha reiterado esta decisión en más de una docena de cosas que protegen derechos como la libertad de expresión, la legalidad de las reuniones pacíficas entre ciudades y la libertad de prensa.
Pero del dicho al hecho hay un largo trecho, especialmente con un gobierno insular deshecho. En un artículo reciente escrito por el periodista Waldo Covas y publicado en Claridad, el periodista Oscar Serrano, uno de los fundadores del Centro de Periodismo Investigativo (CPI) y codirector de Noticel, “alertó que cientos de miles de comunicaciones gubernamentales ya han dejado de efectuarse mediante documentos en papel, por lo que existe la necesidad de conservarlas y accederlas y [de] difundir como documentos públicos los correos electrónicos y mensajes de texto por teléfonos celulares de los funcionarios”. Es decir, que los mismos que hacen las trampas son los únicos que verdaderamente controlan la información.
Claro, México es algo un poco más complicado, y tiene mucho que ver con aquel idilio entre el Estado y el narcotráfico que comentamos anteriormente. No es que en Puerto Rico los políticos y el narcotráfico no se besen; con ver el caso del ex senador Héctor Martínez y su pana ‘Coquito’ es suficiente. Es que en México el narcotráfico y el Estado fornican en tu carota.
El narcotráfico y el Estado viven un romance en México. Arriba, Democracy Now entrevista a la periodista Anabel Hernández, quien ha investigado el tema.
“México es un país que ha vivido históricamente la guerra de los carteles de la droga. Esta guerra ha ido intensificando sus consecuencias. Pasaron de ser ‘ajustes entre ellos‘ a llenarse de ‘daños colaterales‘. Por si fuera poco, el narcotráfico ha permeado de manera casi absoluta en los cuerpos de seguridad. Desde las policías municipales hasta las estatales –y en una de esas, las federales– entonces la gente se siente desprotegida, porque quienes se supone que están ahí para cuidar, también son los que atacan”, explicó Carolina.
“Ayotzinapa fue la suma de todos los males. Lo puse en una nota. Un alcalde con nexos con el narcotráfico, una Policía abusiva y corrupta, un estado en extrema pobreza, un grupo de estudiantes con antecedentes radicales, una investigación oficial deficiente, falta de sensibilidad presidencial, división partidista y la lucha por el poder en tiempos electorales. Todo se juntó para hacer un cóctel explosivo. Nada igual en la historia reciente”, articuló la periodista.
¿Suena un chin difícil de cubrir para la prensa mexicana, huh? Tranquilos, periodistas boricuas. Acá hay ‘Ingrams’ para todos.