¿Alguna vez le han arrestado? De momento el ciudadano de a pie siente desamparo frente al poder del policía con macana, al espacio inhóspito de luz brava y fría del cuartel, a la vetusta sala del tribunal y del juez con sotana, a tanta gente alrededor que parece saber mucho más de todo que una. ¿Qué hago, a quién acudo? Saberse inocente y ser acusado desde el poder no es una situación fácil de confrontar. Peor todavía, si como en el caso de los residentes de Villas del Sol, el delito es ser pobre, vivir en la Villa en terrenos que otros miran con ojos politiqueros y golosos, necesitar un techo, protección, alimentos para sus hijos, un trabajo que provea un salario adecuado. Pero tal parece que la suerte aprieta pero no ahorca. Allí están Alvin Couto, César Rosado Ramos, Érica Fontánez, Wilma Reverón y una pléyade de abogados, hombres, mujeres que ofrendan pro bono sus servicios profesionales a los acusados. Pasan sus días en el ingente trabajo de preparar la defensa. Aprendieron en su Juris doctor algo más que los entresijos de las leyes.
Defienden a un hombre y 3 mujeres, acusados de obstrucción a la justicia, defienden a todos los demás acusados con y sin pliegos acusatorios correctamente redactados que lucharon por sus vidas, su comunidad, sus familias ante la invasión policíaca que intentó disgregar la comunidad, desahuciarlos de sus casas y destruirlas. A quienes buscando la justicia terminaron acusados de obstruirla, tratan de explicar cómo es posible desde la justicia, por la justicia, obstruir la justicia Así, en la calle, en la cotidianidad se mide el alcance de la ley, los perímetros de la justicia en una sociedad construída sobre la desigualdad donde unos no tenemos ni que preocuparnos por proteger el techo que nos cobija, nos basta pagar un seguro y otros son tildados de criminales por querer tenerlo y protegerlo sin poder pagar seguro. ¿Es de veras tan justa esa señorona del paño sobre los ojos y las balanzas en la mano? Me dice Laura Mota: “A todos les puede pasar, vestidos hoy, desnudos mañana.” Añade Maritza de la Cruz: “Si nos cortamos, ricos y pobres, todos botamos la misma sangre.” Ambas líderes se preguntan así, como tantos filósofos a través de los milenios, esos que estudiamos en las aulas universitarias, si es que hay algo en la condición humana que se comparta universalmente. ¿Por qué no podemos aceptar al otro, al extraño? ¿Hay algo humano, común que nos permita llorar la pérdida que sufre el otro? ¿No es el otro parte de mi como yo lo soy de él? La autora es profesora de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras.