El “racismo” nace del término “raza”.
Desde una mirada anacrónica –en términos locales—, es relevante considerar su posicionamiento regional desde la invasión a las Américas, en donde se hace necesario para el “hombre blanco” generar distinciones, categorizaciones del otro, las cuales se traducen principalmente —bajo un ideario de estigmatización— en aquello que resulta lo más evidente, una test de piel distinta. Sin embargo, este concepto trascenderá como un perro callejero persigue a quien le ha demostrado su cariño, y más aún, para transformarse en una subjetividad hegemónica coercitiva en la sociedad.
Lo anteriormente señalado se vuelve relevante por el hecho de que hoy al escuchar la palabra “racismo” o “raza”, lo primero que imaginamos es un Adolf Hitler con la mano estirada —”saludando”—, o en su defecto, a judíos en campos de concentración –ambas cosas en cierto modo están relacionadas—. Pues lo más grave es que, a pesar de ello, no estamos viendo, ni menos observando nuestras actitudes, formas de actuar, pensar, sentir, que van en simpatía al personaje anteriormente mencionado. Y es que precisamente –de la manera más oculta— en cada “broma”, “chiste”, existen “racismos”, pero lo dejamos pasar argumentando: “pero si solo es una bromisirijilla” —un Ned Flanders cualquiera buscando no quedar mal con nadie— culminando la situación en punto aparte, es decir, un cambio de tema.
Pues bien es cierto, no podemos hablar de “racismo” si no ejemplificamos el caso de Alemania —en términos mediáticos—, pero en su defecto sería un error no ampliar nuestra crítica a los rincones Americanos/Latinoamericanos. Por esto, gracias a diversos estudios de académicos en el área, poseemos hoy en día una amplia discusión y conocimiento en torno a la problemática de “raza” y/o “racismo”. Por ejemplo, la profesora María Emilia Tijuox señaló: “El racismo es una construcción social, una formación histórica estructural”. Lo anterior fue rescatado de su reciente charla magistral, impulsada por la carrera de Sociología en la Universidad Católica de Temuco, Chile. Ello es de suma importancia para reflexionar en torno a la superación de este renombrado ya concepto (que es por cierto más que eso). Entonces ¿es posible superar el racismo?
Pareciera que por considerarlo una construcción social, somos nosotros quienes debemos partir por la “liberación del racismo” ¿Lo superamos de manera social? ¿Lo superamos de manera individual? A juicio personal, considero que esta tarea amplia y compleja, debiese comenzar tal como va encaminada, es decir, es necesario develar toda práctica, acción, pensamiento, intención, etc., asociado al racismo. Ser conscientes de estas –lo cual no es para nada fácil—es posicionarse frente al desafió, es decir YO estoy dispuesto a salir de la zona de confort. Allí entonces comienza el recorrido de este sendero, largo y estrecho, en donde el peligro es impuesto por el cuestionamiento hacia nuestra identidad, en cuanto al desconocimiento del reconocimiento propiamente tal.
¿Por qué es compleja la superación del racismo? El proceso implica, además, una superación de la identidad, un replanteamiento de ella, del quien somos. Se instalan más preguntas: ¿conocemos quiénes realmente somos? Sin duda la reflexión es una parte del camino, la otra es poder materializar está en la praxis del cotidiano.
Cabe destacar que hablar hoy sobre la subjetivación del “racismo” como práctica, además de la dimensión de transformación identitaria, no sería posible sin la crisis planteada por el Estado-nación. Con ello se han fortalecido ante todo las identidades regionales e indígenas.
Ahora, ¿puede la superación del “racismo” implicar el nacimiento de un nuevo “racismo”? Es complejo describir metodológicamente esta situación, pero sí es probable que nazca una nueva forma de “racismo”, otra perspectiva de verlo. Hablar de superación, en términos prácticos, solo implica la reflexividad —que tampoco es algo menor— y traducción de esta en el actuar individual.
Debemos ser críticos y audaces para dejar todo sesgo colonialista fuera de nuestras decisiones y más. Necesitamos posicionar el discurso actual sobre la deconstrucción del “racismo” en la sociedad. Esto implica la elaboración de un proyecto ideario —identidad proyecto— más bien político (en el sentido etimológico de la palabra, no hay que confundir el clientelismo epidémico existente dentro de los partidos), que apunte hacia las estrategias necesarias que estaría dispuesto escoger un país/nación al proyectar el comienzo de una nueva historia, partiendo por un “nosotros”.
Allí, entonces, la deconstrucción del “racismo” implica, por una parte, la reinvención individual de la identidad, y por otra, que sea ejecutada en dirección a un otro.