Nosotros los conocemos como cinéfilos, pero en inglés se los llama: “film buff”. Ese término define al fanático por el cine, con sus obsesiones y locuras. Sin embargo, el propio cine también los ha bautizado, recientemente, como soñadores.
Varias películas hablan sobre fanáticos en general , Alta Fidelidad trata sobre los fans de la música, por ejemplo. Otras tantas tienen en cuenta a los cinéfilos. A modo autorreferencial, Un pequeño romance o Por favor rebobine, son films que hablan de la pasión por la pantalla grande.
Pero ninguna de estas, u otras que se puedan agregar, plasmó el espíritu del fanático del cine como el último film de Bernardo Bertolucci, Los soñadores . La película de 2003, coproducida entre Francia, Italia y Gran Bretaña, toma lo más puro de los cinéfilos y lo combina con sutileza con las discusiones políticas, sociales y morales de los años ’60, época en la que transcurre la historia.
Los soñadores esta basada en la novela “Los santos inocentes” de Gilbert Adair, publicada en 1988. Bertolucci se topó con el libro cuando evaluaba realizar una película ambientada en París, en los convulsionados días del Mayo francés. El director, protagonista de esos días de revolucionaria juventud, se decidió a hacer el film pese a sus temores iniciales de minimizar y estereotipar aquellos hechos.
“En los ‘60 había algo absolutamente mágico. Estábamos fusionando el cine, la política, el jazz, el rock and roll, el sexo, la filosofía, la droga… y yo estaba devorándolo todo en un estado de permanente éxtasis”, recuerda Bertolucci. Para evitar caer en los lugares comunes, el realizador italiano decidió tomar a estos hechos sólo como un escenario.
La historia trata la llegada a París de Matthew, un joven estadounidense que deja su país tras pelearse con su padre y viaja a Francia en plan de estudios. Allí, conoce a Isabelle y Theo, dos hermanos franceses que mantienen una relación cuasi incestuosa. El encuentro, no casualmente, es en la puerta de la Cinemateca francesa durante la protesta de los estudiantes ante la decisión del gobierno de echar a su director Henri Langlois. “Mucha gente sostuvo que aquello fueron los prolegómenos a los altercados del mayo del ´68. En el aire se extendía el espíritu de rebeldía y entonces, súbitamente, estalló todo”, explica Adair.
En ese contexto revolucionario, se va consolidando el trío amoroso/cinéfilo/político/filosófico que protagoniza la película. Los tres se transforman en uno. Los padres de los hermanos, intelectuales burgueses que avalan las protestas pero no se unen a ellas, se van de vacaciones y dejan a sus hijos solos, quienes invitan a Matthew a vivir con ellos. En ese piso parisino trascurre casi toda la película. “Permanecen encerrados y cuando salen, son adultos. Han madurado”, teoriza Bertolucci. Para Adair: “Se trata de un viaje de descubrimiento”. Los jóvenes viven la ebullición de sus hormonas, mientras por las ventanas vemos como hierve París.
Lindos, jóvenes y talentosos
La historia humana, el relato sensible y el lenguaje cinematográfico dinámico son todos aciertos de la película. Pero la mejor decisión del director francés por adopción es el reparto. En Los soñadores, Bertolucci vuelve a mostrar toda su habilidad para elegir jóvenes talentos de la actuación.
Para el rol de Matthew, tras 200 entrevistas, fue elegido Michael Pitt, un polifacético actor estadounidense. El ex Dawson`s Creek y más tarde Kurt Cobain para Gus Van Sant, también canta en esta película. En los papeles de los hermanos franceses, Bertolucci eligió a dos jóvenes aún más inexpertos. Theo quedó para Louis Garrel, hijo del reconocido cineasta Phillippe Garrel. Louis encarna el misterio del personaje, así como su sensualidad, a la perfección. Más aún lo hace Eva Green, en la piel de Isabelle. Un genial hallazgo de Bertolucci.
La perturbadora belleza de Eva Green es quizá la clave del triángulo amoroso entre estos bonitos jóvenes del cine. La actriz francesa, que debutó en pantalla grande con este film, construye a la perfección a una Isabelle muy compleja. Una femme fatal llena de una seguridad impostada con, a la vez, una dulce adolescente plena de inocencia desbordada por su hermosura.
Los fenómenos
“Es una película sobre tres utopías -afirma Adair-. Primero, está la utopía política. Pero también está la utopía cinematográfica. La que la gente sentía tanta pasión por las películas como hoy en día la sienten por los equipos de fútbol. Y luego está la tercera utopía: la sexual. Había algo sexual en ir al cine”. En los 60′ todo esto iba de la mano.
Nuestros tres “héroes” pasa la película viviendo su vidas desde la música, los libros y fundamentalmente el cine. Su relación fraternal se materializa en juegos donde cada momento de la vida evoca una escena memorable de un film. Los juegos se completan con una dimensión erótica y política de época que les da más espesor. Preferir a Chaplin o a Keaton no es una decisión menor, o inocente.
Así proliferan las citas cinematográficas. Son las pruebas de un juego preciso entre verdaderos amantes del cine. Theo e Isabelle se sorprenden por los conocimientos de Matthew. Así lo van acercando hasta aceptarlo como a un par. “We accept him, one of us” -Lo aceptamos, es uno de los nuestros-, es el canto tribal de bienvenida, tomado de la película Freaks, con que el que lo reciben en su pequeño grupo.
Las menciones a veintitrés joyas del cine –en especial las de Godard- no son casuales. Bertolucci es un cinéfilo que pinta a la juventud de su época: entre cine y sexualidad, finamente politizada. Muchos criticaron al director por idealizar a estos años y a sus protagonistas. Quizás habitualmente confundamos la belleza con la perfección. Los soñadores son bellos por su romanticismo, su pasión y sus ideas, pero también porque son egoístas, irracionales y poco comprometidos con su época. El director los retrata con belleza y nos confunde.
En un mundo apolítico y asexuado por sobre sexualidad, los cinéfilos de hoy perdieron buena parte de los rasgos del dibujo de Bertolucci. En la Cinemateca de Francia o en videoclub del barrio, Los soñadores recuerdan otro tiempo, cuando ser “uno de los nuestros” implicaba no mucho, pero si un poco más.
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