En estos tiempos que nos han tocado vivir, el capitalismo se vuelve cada vez más elusivo. Mientras más se “globaliza,” más se pretende desaparecer a la “simple vista”. Algunos lo llamarían un proceso de desterritorialización; pero ocurre, simultáneamente, el proceso inverso, mediante el cual se intensifican, o territorializan, sus resultados en ciertas instancias, aquéllas que Saramago aglutina bajo el nombre genérico de “El Centro:” un mall, una tienda por departamentos, un aeropuerto, un resort turístico, una universidad. Todos los ejemplos provistos tienen particular resonancia en un país como Puerto Rico y, en general, en una región como el Caribe. Lo que ocurre hoy en nuestra única institución educativa pública es que nuestros estudiantes han resistido entregar su “simple vista” y, ejercitándola sin descanso, nos quieren hacer comprender que el término “universidad” es y debe ser, absolutamente altisonante en dicha lista. En otras palabras, ¡“universidad” en ese contexto debería escracharnos! El escrache, en boricua, es el momento en que algo se desfamiliariza, en que deja de parecer perfectamente “natural.” Hoy, en Puerto Rico, estamos escrachaos ante las politiquerías (no hay que confundirlas con política) de la administración del país y de la universidad; estamos escrachaos ante el modo en que usan la idea de “crisis” para repartirse entre ellos, sus palas, sus socios, lo poco que queda del país; estamos escrachaos ante las asquerosas tapaderas que perpetúan que los negocios sucios los hagan los pobres mientras los ricos (incidentalmente, los blanquitos) ejercitan “mano dura” contra crímenes que ellos provocaron y mediante los cuales se llenan los bolsillos de dinero enrojecido. Estamos escrachaos ante el modo en que pretenden desmantelar la educación pública del país en nombre de una tecnocracia cuyo espeluznante “logro” es la posibilidad de aniquilar la humanidad en todos los renglones. Estamos escrachaos ante el modo en que emplean sus posiciones de poder (siempre a medias, porque sabemos que quien los manda está más allá del charco atlántico) para usar la Isla como negocio rentable a costa de la vida de quienes, para empezar, lo hacen posible mediante su trabajo. Estar escrachaos no tiene nada de novedoso. Pero esta vez lo que conmueve, lo que emociona, lo que enardece, es el carácter afirmativo del escrache. La lucha universitaria de hoy no se trata solamente de una negación del orden existente, aunque la incluye, por supuesto. La lucha de hoy, aparecida como producto de una alquimia casi milagrosa en un país cuya disidencia ha sido sistemáticamente sofocada, perseguida, asesinada, es también una lucha de afirmación de otro mundo posible. La lucha de hoy ha echado mano de la organización relámpago, de la auto-educación, de la creación, del arte, del ingenio, de la brega. La lucha de hoy es producto del escrache y, en la medida en que ya puede nombrarse como un parte aguas en la historia de Puerto Rico y de sus movimientos estudiantiles, la lucha de hoy escracha. Por eso, exactamente por eso, oponen legalismos absurdos a nuestros reclamos claros. Por eso, exactamente por eso, se refugian en el supremo individualismo del pánico a perder su “puestecito” y los ascensos y palas que el mismo les garantice. Por eso, exactamente por eso, nos mienten sistemáticamente toda vez que pretenden hacernos creer que el “diálogo” es franco y abierto. Por eso, exactamente por eso, pretenden que todos participemos de la amnesia histórica que los caracteriza y que seamos cómplices del corrupto modo en que quieren reescribir lo poco que les conviene recordar. La diferencia, por supuesto, es que las armas matan y las flores viven. La autora del texto es egresada de la Universidad de Puerto Rico en Mayagüez y de Duke University.