A todos los estudiantes les cayó encima el comienzo de clases como un cañonazo desde un barco enemigo. La poesía está un poco cursi, pero es cierto. La guerra fue sobreavisada, pero los soldados (deberían llamarlos así en vez de estudiantes) se cansaron de esperarla y, cuando se dieron cuenta de que el enemigo no estaba listo, se quedaron durmiendo. El congelamiento de aumentos, la porcina o, más correcto, AH1N1, la falta de personal gracias a la Ley 7, …todas las bombas se quedaron en la cancha del enemigo. O sea, el tiro les salió por la culata. El cambio llegó de tal manera que 192 escuelas no pudieron recibir a cientos de estudiantes que se supone que comenzaran las clases el lunes pasado. Me imagino que esos niños se estarán muriendo de pena porque al menos por dos o tres días más no tendrán que levantarse a las cinco de la mañana. De las escuelas que sí abrieron el 65 por ciento de los estudiantes se ausentó, porque el primer día nunca dan nada comoquiera. Y, por lo reseñado en algunos noticieros, al menos en una escuela un maestro rehusó seguir el protocolo de limpieza porque no es su trabajo, sino de los conserjes que el Gobierno despidió. Así comenzaron las clases en el resto del País. En el microcosmos de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, otra fue la historia. Aunque no muy lejana a la realidad del resto de la Isla. Desde temprano, la Hermandad de Empleados Exentos y No Docentes perseguía con panderos (no sé si habían panderos, pero así me los quiero imaginar) a la Rectora del Recinto protestando por, entre otras cosas, la congelación de aumentos negociados previamente…and so on and so forth. En una entrevista radial la Rectora les contestó que esto se debía a un déficit de 4 millónes de dólares en el sistema, aún no sabemos por qué roto se fueron. Mis amigos en otras universidades dirían: “Ay, los de la IUPI siempre quejándose de todo, confórmense con lo que tienen, ustedes no pagan casi nada”. El día que alguien no proteste, es porque todo está bien o que el mundo se acabó. Mientras tengamos ese derecho, a buena hora, lo vamos a ejercer. La escuelas del País no estaban listas, y yo creo que la UPR tampoco. Aunque no estuve presente, las quejas del proceso de matricula llegaban en forma de los status de Facebook. “No hay sistema”…”Llevo 4 horas en la fila”… “No me puedo graduar porque ya no quedan espacios en la única sección de la clase que me falta”…etcétera. El primer día de clases me sorprendió ver la universidad medio vacía. En pleno medio día no había estudiantes en el centro haciendo bailar a los prepas. Espero que nuestro espíritu este semestre no se lo haya llevado la porcina, eso sería triste. Pero, ya basta de quejas. Nunca se lo dije a nadie por miedo a un linchamiento, pero encontré confort en el hecho de que nada había cambiado. Si fuéramos todos felices con nuestros itinerarios de clases hechos a la medida, no me sentiría que estudio en la Upi. Ese medio día en el centro escuché, y repetí, las mismas quejas de todos: el ofrecimiento de clases es limitado, no hay cupo, hay menos prepas que en años anteriores, todo te lo hacen tan difícil, y un largo etcétera. Mientras continúe el semestre me imagino que continuaremos en la normalidad. Ese 65 por ciento llenará los pupitres, nosotros nos seguiremos quejando ante oídos sordos, nos graduaremos y luego vendrá otra generación que sufrirá los mismos males con otros nombres. No me tomen como pesimista, pero es que aún estoy esperando con ansias “el cambio”. Por ahora, me conformaría con que arreglaran el abanico que chilla en el salón 207 del Luis Palés Matos: no escuchamos a la profesora y creo que ninguno de mis compañeros se quiera colgar por eso.