
SOBRE EL AUTOR
Ciertamente nuestro país está pasando por una situación bien difícil. Se ha articulado un discurso de crisis que de un tiempo a esta parte ha comenzado a condicionar la forma en que actuamos y trabajamos, incluso como funcionarios públicos.
La Universidad, ustedes saben, ha tenido que manejar una situación de flujo de caja, como consecuencia de un atraso en las remesas de Hacienda a finales del 2015. Esto causó que algunos funcionarios y otros miembros de la comunidad universitaria asumieran un discurso de una Universidad en repliegue.
La Universidad debe achicarse, argumentan, y no solo a nivel administrativo, sino que también en lo que a la admisión de estudiantes se refiere. Plantean, que si no hay estabilidad en lo que a los recursos del Estado se refiere, la Universidad debe ir adaptándose, y parte de ese proceso de adaptación lo constituye una reducción en la cantidad de estudiantes admitidos. Este argumento tiende a fortalecerse con uno de naturaleza académica. Mientras menos aceptemos, mayor la calidad, dicen.
La Universidad recibe un subsidio de 833 millones de dólares de parte del Estado. Ese dinero se recibe de parte de la ciudadanía que con su trabajo y esfuerzo paga sus impuestos. Una gran parte de esos ciudadanos no ha pisado la Universidad ni ha enviado a sus hijos a estudiar allí por muchísimas razones que trascienden el costo de sus créditos.
La Universidad demuestra su impacto en nuestra sociedad de muchísimas maneras, y podríamos escribir cientos de páginas a esos efectos. Sin embargo, el impacto más directo y tangible se refleja a través de su admisión. Es cuando le comunica a ese estudiante de escuela superior que será admitido a la mejor Institución de Educación Superior del País. Aquellos de ustedes que han recibido la carta saben muy bien que esta genera una celebración en el hogar. Es uno de los momentos más bonitos de la juventud de cualquier estudiante.
A pesar de que la Política Pública de la Presidencia y de la Universidad, con la cual concurro, es la de mantener los mismos cupos que en el año académico 2015-2016, me parece inconcebible que mientras se cuestiona la inversión que el País realiza en la Universidad, se insista por parte de algunos grupos en reducir las admisiones, particularmente cuando hemos recibido la mayor cantidad de solicitudes de admisión de los pasados cinco años.
Nuestra juventud está apostando a su Universidad Pública y no podemos pasarles la factura por ineficiencias de nuestro sistema. Este es el momento para la Universidad hacer sentir su impacto. Un asiento menos es una oportunidad perdida, un estudiante rechazado, otro sueño roto, otra celebración abortada. Es otro estudiante que tendrá que endeudarse para educarse en alguna institución privada, cuando sus padres ya pagaron los impuestos para su admisión a la UPR.
Éstos no son tiempos de replegarse.
El autor es Vicepresidente Asociado en Asuntos Estudiantiles de la Universidad de Puerto Rico.