Durante décadas, artistas cubanas han cuestionado la supuesta inmutabilidad de la identidad a través de sus obras. Mujeres como la pintora María Magdalena Campos Pons, la escritora Wendy Guerra y la cineasta Gloria Rolando han puesto de relieve la desigualdad que por muchos años ignoró el gobierno cubano.
En la conferencia Cuerpo y discurso: aproximación a la producción cultural de mujeres en la Cuba post-soviética, la doctora Ana Belén Martín Sevillano explicó cómo las creadoras de distintas artes utilizan ciertas estrategias discursivas para romper con los roles tradicionales de la mujer.
Para comenzar, la profesora de Queen’s University en Canadá, contextualizó la producción cultural de la que habló. Explicó que a pesar de que la revolución cubana trajo consigo cambios sociales a favor de una mayor participación la mujer, éstos no se tradujeron en una mayor representación en la esfera pública.
La española comentó sobre cómo aun en los años noventa, durante el llamado periodo especial, se mantenía la lógica patriarcal, bajo la cual se le asignan a los hombres posiciones de responsabilidad. “Sólo una mujer ocupaba un puesto ministerial”, destacó.
Sin embargo, la crisis provocó la emergencia de discursos alternativos. Para los 90, en las artes le comienzan a dar voz a “subjetividades e otras identidades”. Surge un discurso de género que revela los límites impuestos a las mujeres por el sistema cubano, a través de siete estrategias discursivas.
La primera estrategia discursiva que discutió fue la utilización del cuerpo de la mujer “como icono conceptual y estético”. Usan “el cuerpo como recipiente de experiencias que van marcando la identidad y espacio de resistencia para desarticular prácticas sociales internalizadas”. La pintora Belkis Ayon, por ejemplo, tiene obras en donde representa a las figuras femeninas como negras y a las masculinas como blancas.
Además, lo representan de forma no idealizada. En otra pintura, Sandra Ramos presenta una cabeza de mujer con cuerpo de crisálida.
Por otro lado, está la “recuperación de la memoria cultural e histórica de las mujeres”, lo cual logran a través de testimonios y obras con voces femeninas. En la obra literaria Nunca fui primera dama, Wendy Guerra se encarga de esto mediante la reconstrucción de la vida de su madre, una poeta inédita de La Habana de los sesenta, y de Celia Sánchez, una guerrillera cuyo papel en la revolución ha sido “minimizado”.
Otra estrategia es presentar espacios y cultura material generalmente relacionados con lo femenino. María Magdalena Campos Pons, en la obra Speaking Softly with Mama, presenta un altar cuyos componentes han sido cambiados para representar el espacio doméstico, tradicionalmente femenino. En ese espacio sagrado la artista colocó fotos y objetos que representaban a las mujeres de su familia, como planchas y sábanas.
También, estas artistas se han encargado de crear personajes femeninos y explorar las relaciones entre la mujeres. Esto sucede en el documental Distancias de Mariona Guiu. Ella presenta las historias de dos mujeres que se quedaron en Cuba por sus familias, y de un niño cuya madre partió.
De igual manera, las artistas tienden a “relacionar a la mujer con espacios y puestos sociales no tradicionales”, como lo hizo Campos Pons con Speaking Softly with Mama.
Por último, hacen referencia a cultos sincréticos afro-caribeños. Martín Sevillano destacó el hecho de que en estos cultos, los orishas no tienen sexo ni género. Por tal razón, una de las estrategias más utilizadas es que la mujer encarne a alguna deidad.
“Al establecer un paralelismo entre la mujer y el orisha, la artista la coloca en un nivel en el que las construcciones de género y sexualidad quedan inoperantes”, explicó.