Decir que Puerto Rico vivencia un despertar de la bomba puertorriqueña sería afirmar que estuvo, durante algún tiempo, dormida. Y no fue así. Este género ancestral lleva décadas alerto. Sí podemos afirmar que, durante los últimos años, ha cobrado una popularidad distinta. Más personas, de más edades, de distintas clases sociales y de distintos fenotipos están bailando bomba en más espacios y de distintos modos.
Una mirada a los calendarios de actividades de distintos negocios comerciales, un repaso sobre la cantidad de iniciativas dedicadas a enseñar la historia y la ejecución de la bomba, una visita a comunidades en las cuales años atrás jamás se hubiera bailado bomba, una lectura a distintas disertaciones doctorales y un vistazo a la cantidad de niños, jóvenes, adultos y envejecientes bailando bomba en distintas plazas y festivales, lo confirman.
Siglos atrás, cientos pensaban la bomba como una herramienta de lucha; ahora, otras concepciones se suman al imaginario de este género. La disertación doctoral de la antropóloga Bárbara Abadía-Rexach, por ejemplo, documenta cómo, desde el 1995, algunos consideran la bomba como ejercicio, como entretenimiento, como práctica para que niñas desarrollen confianza en sí mismas, como espacio para la celebración, además de un punto de conexión con su afro-descendencia puertorriqueña.
“Antiguamente era más complicado pertenecer a un grupo de bomba. Tenías que pertenecer a una familia o pertenecer a un grupo de ballet folclórico que tuvieran dentro de su repertorio bomba. Eso era como limitante”, pero ya no es así, explicó a Diálogo, por otro lado, el estudioso de la bomba puertorriqueña y director de la organización Restauración Cultural, Pablo Rivera.
No solo se han extendido los estatutos sobre quién, cómo y por qué se baila bomba, sino, además, las maneras de difusión de su influencia. Distintas figuras del ámbito musical han hecho de la bomba un punto de partida para la construcción de puentes entre géneros.
El grupo Tambores Calientes, por ejemplo, fusiona elementos de la bomba con la salsa. Cuando se presentan, mientras suenan salsa, invitan a sus espectadores a entrar al batey a bailar bomba tradicional. Como este, hay otros ejemplos: La Tribu de Abrante y Pirulo y la Tribu, son dos de esos.
A raíz de esta popularidad, en Puerto Rico múltiples negocios como Bonanza, en Santurce, y el Boricua, en Río Piedras, han sumando presentaciones de bomba a sus agendas de actividades. A la par, siguen gestándose bombazos y presentaciones de bomba en tarima en distintos rincones del País.
Este género, cuya evolución ha sido descrita por Abadía-Rexach en su tesis “Saludando al tambor: nuevo movimiento de la bomba puertorriqueña”, refleja en sus trazos, además, un diálogo con distintos relojes históricos.
El reconocimiento del rol de la mujer en distintos escenarios sociales, por ejemplo, se tradujo en la década de 1950 al surgimiento de grupos de bomba liderados por mujeres, como lo fueron Las Yayas, en Nueva York. Y, más recientemente, a la existencia de grupos como Ausuba, en Puerto Rico.
“En la bomba de hoy día se están transformando las relaciones de género que caracterizaron la bomba en sus tiempos ancestrales, (que fueron) tiempos patriarcales… dentro del pueblo mismo las mujeres eran propiedades de los varones, y lo que llamamos costumbres, eran sometimientos al patriarcado”, le aseguró a Diálogo el antropólogo puertorriqueño Ramón López.
Puerto Rico ha presenciado cómo la figura femenina en la bomba no se limita únicamente al rol de bailadora o cantadora, y su vestimenta no se limita a ropajes de corte cimarrón. Tocan el barril y asumen posiciones de liderato desde distintas esferas del campo de la bomba puertorriqueña.
En entrevista con Diálogo, Abadía-Rexach compartió, entre otras cosas, cómo durante el proceso de investigación de su tesis doctoral observó a varones gestando pasos de bomba asociados con la figura femenina, así como a personas que no son fenotípicamente negras dictando enseñanzas sobre la historia y la ejecución de este género.
Por eso y por más, esta antropóloga asegura que en la bomba toman lugar discursos que pueden extrapolarse a distintas discusiones sociales en Puerto Rico. Rivera, por su parte, coincide en que la bomba tiene la capacidad de fungir como herramienta didáctica, y para distintas materias.
Restauración Cultural, organización que dirige, de hecho, durante años impartió talleres a miles de maestros del sistema de educación pública de Puerto. Les enseñaban a educadores a cómo insertar este género al desarrollo de distintas clases. Y es que, tanto Abadía como Rivera, consideran la educación como una pieza clave para que la bomba puertorriqueña continúe democratizándose y evolucionando hacia un filo educativo anti-racista.
La Universidad de Puerto Rico en Carolina incluyó recientemente un curso sobre la bomba puertorriqueña en su oferta académica. El Recinto de Río Piedras, aún no. Sí se dicta un curso sobre la evolución de la salsa en la Facultad de Estudios Generales.
“Cuando uno comienza a pensar la bomba como ese espacio de transgresión, que hace 50, 60 años era prohibida… te das cuenta de lo que hemos avanzado. Veo cambio, veo evolución y veo inclusión, [pero] falta por hacer porque la gente no habla de la raza”, concluyó la antropóloga, quien le apuesta a la bomba como una plataforma desde donde generar discusiones raciales en el País.
La bomba, desde el movimiento, narra historias de resistencia, lucha, dignidad y liberación en un lenguaje que tal vez nunca quepa en libros. Y bien que valdría la pena preguntarse cuáles luchas —internas y externas— compartimos con nuestros ancestros, porque, aún siglos más tarde, todavía cientos continúan rindiéndose al son del tambor.
Sigue la serie especial: El resurgir de la bomba en Puerto Rico’.
‘Los cuatro pisos’ de la bomba puertorriqueña
Iluminada en su universo de telas