Las exequias del Comandante de la Revolución Cubana Fidel Castro han generado un debate sobre el legado de este controvertible personaje, quien incluso tras su fallecimiento continúa induciendo polémica.
Este debate ha divagado entre el mito y la realidad con todos los aspectos literarios que caracterizan al personaje legendario, desde el héroe semidivino como Perseo, capaz de luchar con fuerzas mucho más poderosas hasta el villano desalmado e inhumano dispuesto a cualquier malignidad por aferrarse a su poder. Ambas visiones carecen de objetividad y ambas se fundamentan en preceptos ideológicos, tan capaces de distorsionar la realidad cuando se aplican al análisis sociopolítico e histórico.
Analizado desde una perspectiva objetiva, la obra de Castro es mixta en sus resultados, con algunos aciertos importantes y con un legado nefasto en otros. Desde la perspectiva del desarrollo humano, el balance tiende a ser bastante positivo. Cuba experimentó durante la gestión de Castro un progreso significativo en ámbitos como el alfabetismo (99.6%, décimo a nivel mundial), la disminución de la mortalidad infantil (5.5/1000 en niños desde cero hasta cinco años, 38vo. mejor a nivel mundial), la equidad de géneros (30 en el mundo) y los sistemas de salud y educación públicos universales.
Además, cooperó con países latinoamericanos y africanos en los renglones de salud y educación. En términos de derechos económicos y sociales, Cuba sale bien parada. Ello explica por qué el gobierno de Castro siempre enfatizó el aspecto socioeconómico de los derechos humanos y el derecho de cada país a definir y promover estos de acuerdo a su propia interpretación, y no de acuerdo a una interpretación más universalista que también incluye los derechos civiles y políticos, aspecto en el cual Cuba navega en aguas mucho más turbias.
En el renglón de los derechos políticos y civiles el expediente de Castro es poco menos que nefasto. Cuba es uno de solo dos países en América que todavía practica la pena de muerte. Desde los inicios de la Revolución Cubana, miles de personas han sido ejecutadas (los cálculos rondan desde 3,000 hasta 25,000). La libertad de expresión no se garantiza, en ninguna de sus variantes; ni como libertad de prensa (décimo peor en el mundo), ni como libertad intelectual, ni de pensamiento político.
El Partido Comunista Cubano es el único que tiene estatus legal. Otros como el Partido Pro Derechos Humanos no son reconocidos, ni pueden participar en elecciones y se les reprime sistemáticamente. Alrededor de 25,000 ciudadanos languidecieron en las cárceles como prisioneros políticos o de consciencia durante los más de 40 años de gobierno de Fidel Castro. Aunque ya hay menos intolerancia bajo el gobierno de Raúl Castro, históricamente la Revolución Cubana de Fidel Castro no respetó la libertad de culto y reprimió a sectores de la población por practicar sus creencias religiosas.
Bajo el gobierno de Fidel Castro no existía nada que se asemejase a un debido proceso de ley. El ser acusado como enemigo del estado garantizaba una sentencia de culpabilidad al no existir un poder judicial independiente. La evidencia de esta ausencia de derechos civiles y políticos la sostienen las organizaciones no gubernamentales más importantes de defensa de los derechos humanos, Human Rights Watch y Amnistía Internacional. También el Relator de Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Cuba ha confirmado estos datos.
El sistema político establecido por Castro tiene todos los componentes de un estado totalitario (ausencia de sociedad civil independiente, carencias de libertades civiles, del imperio de la ley, de garantías constitucionales, persecución y control por medio de policías políticas del Estado). La tortura se ha denunciado como método sistemático de castigo a la disidencia. Particularmente, durante la década de 1960 el régimen de Fidel Castro satisfacía los elementos del terrorismo de Estado.
Incluso sectores de su mismo gobierno nunca podían estar totalmente seguros de no ser reprimidos. Tal fue el caso de Carlos Aldana, número tres del régimen y purgado por proponer la liberalización del socialismo al estilo Gorbachov en la Unión Soviética o la acusación contra el héroe de guerra, el general Arnaldo Ochoa (caso fabricado contra un militar del régimen castrista a quien se le condenó a muerte). En realidad Castro temía a Ochoa por el carisma de este último. Como sistema político también ha sido un promotor del militarismo y figura como un estado poco inclinado hacia la paz (85to. en el Índice Mundial de Paz).
Al final se hace imperativo reflexionar. Sin desmerecer los avances socioeconómicos del país, ¿es necesario sacrificar la libertad de todo un pueblo, un derecho tan fundamental para la felicidad humana para alcanzar unos avances socioeconómicos? La evidencia indica avasalladoramente que no. La inmensa mayoría de los países que han logrado éxitos similares a los de la Cuba gobernada por Fidel Castro lo lograron sin convertir a sus países en estados totalitarios.
Siempre se argüirá que la Cuba de Castro tuvo que enfrentar la hostilidad de Estados Unidos y el embargo comercial de esta potencia, así como amenazas de invasión que obligaron a Castro a tomar medidas extraordinarias. Aún si se acepta este argumento, es muy debatible por qué había que torturar, ejecutar y negarle sus derechos civiles y políticos básicos a miles de personas, la mayoría de los cuales nada tenían que ver con la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA), acusación perenne de Castro contra todo enemigo político. Castro incluso ejecutó y torturó excompañeros de su revolución como a Eloy Gutiérrez Menoyo, quien demostró siempre ser independiente de Estados Unidos, e incluso se consideraba de izquierda ideológicamente.
También es muy debatible que Castro no tuviese otro remedio que instaurar un paradigma comunista totalitario pro-Soviético para sobrevivir. Cuba pudo haber logrado el apoyo soviético incluso sin adoptar un paradigma comunista. Hay precedentes como Argelia, Libia o Guyana, los cuales establecieron regímenes socialistas no marxistas y lograron el apoyo de la Unión Soviética.
Al final, las apologías hacia Castro, tan comunes entre sectores intelectuales de América Latina, Europa e incluso Norte América se inspiran más en la leyenda que en la realidad. Su fundamento parece ser un “Perseo” que luchó contra al monstruoso Kraken y, siendo mucho más pequeño logró prevalecer. Castro sobrevivió cinco décadas, aún enfrentado un gran hostilidad de la mayor superpotencia mundial y de múltiples atentados estadounidense fallidos contra éste.
El propio Estados Unidos contribuyó a alimentar la leyenda de Castro con sus políticas desatinadas, no sólo hacia Cuba sino hacia toda América Latina. La mitología en torno a Castro es una creación de los intelectuales, la torpeza estadounidense y la prensa la cual siempre, en su afán de novedad y noticia, brindó a Castro una atención inmerecida y excesiva, como si se tratara de un ser extraordinario o sobrenatural. Durante la Cumbres Iberoamericanas por ejemplo, toda la atención mediática era hacia cada acción o cada palabra que pronunciara Castro, y se ignoraba a los demás jefes de Estado. La comunidad internacional se ha hecho cómplice de un culto de personalidad característico del totalitarismo.
En realidad, Cuba no es un país tan influyente en relaciones internacionales como para merecer tanta atención. Castro no hubiera podido hacer nada de no ser por el apoyo soviético. De hecho, al perder ese apoyo se replegó defensivamente y no pudo continuar interviniendo internacionalmente. La idea de que cambió la historia del continente americano, de África y del Movimiento de los No Alineados, es un tanto sacada de proporción. Si cambió la historia fue para desestabilizar la región latinoamericana promoviendo guerrillas en Bolivia, Venezuela, Colombia, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Perú y muchos países de la región durante los 1960 y 1970, e incluso en África a donde envió tropas a Angola, Mozambique, Etiopía y Namibia.
De estas revoluciones latinoamericanas, solo la nicaragüense alcanzó el poder, y si algún efecto tuvo el intervencionismo de Castro fue el de amplificar los peores aspectos de la política estadounidense en América Latina, volviéndose ésta más intolerante e intervencionista, y de provocar una reacción de la ultraderecha latinoamericana en la forma de dictaduras militares autoritarias y del colapso de los regímenes democráticos en América Latina durante la década de 1970. De hecho, los gobiernos reformistas de Juan Bosch en República Dominicana, Salvador Allende en Chile y João Goulart en Brasil no sobrevivieron al intervencionismo estadounidense, precisamente porque Estados Unidos temió que se convirtieran en nuevas “Cubas” y sus dirigentes en nuevos “Castros”.
En cuanto al futuro de Cuba, ciertamente es algo que deben decidir los cubanos solamente y Estados Unidos no debería ni siquiera opinar. Su política de embargo, fue utilizada sabiamente por Castro para justificar todos sus fracasos económicos y toda su represión política. Cuba tiene derecho a mantener un régimen socialista si así lo decide democráticamente su pueblo y no hay razón válida por la cual el capitalismo tenga que imponerse. Pero de optarse por esta vía socialista, sí hay una obligación de la comunidad internacional, particularmente de América Latina y Europa de exigir que sea un socialismo más humano, con mucha mayor tolerancia para la oposición y los disidentes y con garantías civiles para la población.
Ha habido modelos de socialismo más humano, como el socialismo con rostro humano de Alexander Dúbcek en Checoslovaquia o la vía chilena al socialismo de Salvador Allende en Chile. Al final, hay más mitología en Castro que substancia y su peso histórico realmente no es tan significativo ni tan positivo como se ha querido hacer ver.