En Puerto Rico el 19 por ciento de la población está compuesta de personas de 65 años o más. De este sector, cerca del 50 por ciento vive bajo el nivel de pobreza, según confirman estadísticas de la Oficina de la Procuradora de Personas de Edad Avanzada de Puerto Rico.
Estas estadísticas también señalan que la principal fuente de ingreso de los ancianos es el Seguro Social, cuyo promedio mensual en la Isla es de alrededor de $730. Sin embargo, no todos los beneficiarios reciben esa cantidad.
“En Estados Unidos las personas mayores reciben alrededor de $900 mensuales de Seguro Social, pero en Puerto Rico la situación es muy diferente. Un anciano no puede vivir únicamente de la pensión que se le otorga porque los costos de vida en el País son muy altos”, explicó Luis Alberto Zamot Ortiz, trabajador social y ex director del Departamento de la Familia en Fajardo.
Asimismo, Zamot Ortiz añadió que en Puerto Rico, los planes médicos, sean privados o del gobierno, ya no cubren todos los medicamentos y que en la actualidad es frecuente que muchos de los viejos y viejas puertorriqueños tengan a su cargo la crianza de algún menor.
Por lo que, ante este panorama no es de sorprender que cada vez más las tendencias en la Isla apunten a que personas de edad avanzada sigan formando parte de la fuerza laboral para poder sufragar costos de vida.
Y es que, según Heriberto Marín, economista, profesor y coautor de un estudio que observa la equidad económica de la población de edad avanzada en Puerto Rico, “un anciano que vivía solo para el año 2001 necesitaba cerca de $580 para cubrir sus necesidades básicas de alimentación, transportación y para el pago de otros gastos, incluida la salud”. No obstante, “para el año 2009 estas cifras se duplicaron”, explicó el experto.
A los sesenta no hay retiro
Carmen Aurea Rodríguez es parte de ese grupo de personas de edad avanzada que aún continúan como parte de la fuerza laboral de Puerto Rico. A sus 68 años, Carmen se ha visto forzada a ponerse el chaleco azul marino de Walmart como trabajadora a tiempo parcial.
Es común verla parada en la entrada de la tienda por departamentos, saludando a la clientela. Muchas personas la reconocen, ya sea porque son amigos o familiares, otros por haberse acostumbrado a verla en el mismo lugar.
Y es que, Carmen lleva siete años trabajando como “people greeter” (persona encargada de dar la bienvenida a los clientes) en Walmart de Plaza del Norte en Hatillo, a una edad en la que muchos ya han decidido retirarse de la fuerza laboral. ¿Por qué lo hace? “Porque la pensión del seguro social no me da”, explica.
Afortunadamente, Carmen no necesita de medicamentos caros ni de viajes frecuentes a los doctores. Aun así, tiene gastos, y su pensión no los cubre todos.
Por esta razón, trabaja 16 horas semanales, con un sueldo de alrededor de siete dólares la hora lo que equivaldría a poco más de 6,000 dólares anuales de salario, sin contar su pensión. Aunque ya se encuentra en una edad avanzada, no puede pedir un acomodo razonable en su trabajo ya que explicó en la entrevista que trabajaría hasta que ya no pudiera más.
Al parecer no tiene quejas de su trabajo. En cambio, lo describió como fácil y cómodo, aunque sí manifestó que le hubiera gustado poder encontrar otra forma de ingreso. Sin embargo, tampoco tiene la oportunidad de buscar un mejor empleo, en parte por su edad, y por la falta de educación secundaria.
Pero esto no la desanima. Por el contrario -y pesar de los años- Carmen se siente capaz de trabajar, y no vacila en hacerlo porque su situación económica así se lo exige.
Juventud divino tesoro, ¿te vas para no volver?
Al igual que la historia de Carmen, el caso de Silvia -nombre ficticio- también revela que para muchos ciudadanos puertorriqueños que ya comienzan a sentir el peso de los años, la llamada edad de oro no parece ser tan dorada.
Silvia, quien en poco tiempo cumplirá los 60 años edad, emprende su día antes que cante el gallo.
Padece de alta presión, diabetes tipo dos, colesterol, fatiga y tiene a su cargo la crianza y manutención de un nieto de 15 años. Sin embargo, nada de eso la detiene. Cuando el reloj marca las cinco de la mañana, vestida con su uniforme de enfermera, sale de su pequeño apartamento localizado en el caso urbano de Río Piedras para tomar transportación pública y llegar a su primer trabajo. Sí, porque Silvia tiene dos trabajos.
En el primero, paradójicamente, asiste durante cinco horas a ancianos, mayores que ella sólo por varios años, que viven en un centro de cuido privado en Carolina. Por las noches, de seis a nueve, es responsable de la cocina y el aseo de una residencia de estudiantes universitarias en Río Piedras, muy cerca de su hogar.
En ambos empleos de tiempo parcial cobra el mínimo federal, tiene derecho a vacaciones y en la medida que se puede acomodo razonable. De manera que, asegura, que a pesar de los achaques y los frecuentes e intensos dolores de espalda, disfruta lo que hace.
“¿Por qué trabajo? -reflexiona- pues, trabajo por necesidad. Porque aunque mi casa la tengo gracias al plan ocho, los gastos son muchos y todavía no recibo el cheque del Seguro Social, pero aunque lo recibiera sería muy poco y en estos días hay que tener dinero para vivir”.
De lunes a jueves, Silvia es parte del intenso ambiente laboral de la urbe puertorriqueña, sin embargo, todos los viernes -su único día libre- se incorpora al trabajo sin paga porque desde las siete de la mañana es voluntaria en la Fondita de Jesús en Santurce.
“En la Fondita yo le sirvo el desayuno y el almuerzo a los más necesitados. Lo hago porque es importante ayudar y yo me siento bien haciéndolo”, explicó Doña Silvia, como cariñosamente la llaman personas más cercanas.
Los autores son estudiantes de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Este reportaje formó parte de un trabajo de investigación del curso INFP 4002 del Profesor Mario E. Roche.
No se pierda mañana la segunda parte de la serie especial.