Por: Melissa Torres
Si me piden describir la obra Las sirvientas del dramaturgo francés Jean Genet en una palabra, diría intensa. Ese es tan solo uno de los elementos que caracterizan la trama inspirada en el crimen cometido por las hermanas Christine y Lea Papin en 1933, cuando mataron a su señora y a una de sus hijas.
Solange y Claire (Nefesh Cordero y Alejandra Corchado respectivamente) son hermanas y trabajan como sirvientas de la Madame (Kiara Quintana), pobres sirvientas mantenidas por la caridad de su señora. Las sirvientas entran al escenario con leotardos a cuerpo entero sin ningún tipo de decoración. También llevan delantales pequeños y blancos, y unos gorritos de mucamas francesas, símbolos de su posición subalterna en la sociedad. Desde el comienzo hay un intercambio de fuerza en los discursos que solo merma momentáneamente para dar un respiro al público, pero siempre regresa para ponernos al borde de nuestros asientos.
Ambas actrices hacen un gran trabajo apegándose a sus roles, Cordero en su debate entre débil y superior; Corchado como la implacable, pero aún necesita del cuidado de su hermana. Las dos tienen una fluidez corporal natural, tanto suave cuando se abrazan y acarician como recia, con ferocidad mezclada con una sensualidad en las líneas de lo perturbador. Su relación de posesión de la una sobre la otra y su intercambio de poder se paran sobre una base sadomasoquista que puede sentarle fuerte al espectador, pero a la vez sigue enriqueciendo la experiencia teatral. Incluso, sus brotes de delirio y regresos a la realidad retorcida le dan peso al tono profundo, hostil, con flujos de consciencia alucinantes.
La dramaturgia de Genet es un gran trabajo psicológico, de un corte muy dramático. Ante esto, la escenografía juega un papel propio en el desarrollo. Aunque la obra está situada en los años cuarenta en Francia, el escenario y los vestuarios son una mezcla entre la sobriedad de la modernidad y la suntuosidad del pasado. Esta segunda materializada en el ropero de la Madame y en su habitación donde estaba su tocador, su diván y el suelo lleno de flores. La simplicidad también parece contradecir la opulencia de la que la Madame gozaba y hasta pudiera parecer que le quitaría un no sé qué a la trama, mas me pareció curiosa la combinación del presente y el pasado que no afectó significativamente el curso de la obra.
Durante la función los efectos visuales y sonoros sirvieron de hincapié para la inmersión en el torbellino de conflictos e incógnitas. Las luces se agudizaban o se suavizaban dependiendo del humor que tuviera el momento; en especial cuando alguna de las hermanas se iba en su viaje de sueño despierto proyectándose en futuros inciertos, o cuando estaban a punto de consumirse en sus frenesíes de pasión. De igual manera se comportaba la música tipo lounge que solo aparecía en momentos cruciales. En la obra también se destaca el uso de medios mixtos –proyectándose una película como parte de la obra y la escenografía– para cumplir el cometido del ambiente tan denso y complejo que provee Genet en un espacio modernizado.
Esta obra que requiere una gran y minuciosa atención, sigue siendo un magistral ejemplo del teatro del absurdo, con las interacciones fuera de lugar, posibilidades ilógicas y desenlaces con mucho menos sentido que el resto de la obra. La crítica social y mordaz que Genet le hace al mundo, a través de dos mujeres empujadas a la locura por una dulzura rígida, es de una concentración muy alta y puede resultar en una obra sobrecogedora; pero muy recomendada para el que se atreva a aventarse al trapecio mental que ofrece Las sirvientas.
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La obra continuará presentándose hasta el quince de febrero en horarios de lunes a sábado a las ocho de la noche y los domingos a las cuatro de la tarde en el Teatro de la Universidad.