
Entrar a la exposición Gloriosas fantasías revolucionarias de Emanuel Torres-Pérez es adentrarse en el mapa de la imaginación. La sala de la galería Siete siete ocho, ubicada en la avenida San Patricio en Guaynabo, emula esas primeras libretas donde los trazos son inevitables y la mano se presta sola a dibujar. El artista reinventa la niñez para traer al lienzo muñecos similares a las caricaturas o a los dibujos animados.
Los personajes, creados en transparencia y manchas de color plano, están posicionados de la misma forma como se observa la figura humana en cuadros clásicos. El vuelco a la historia del arte es violento. Estos héroes, algunos disfrazados, parecen la cartografía de la inocencia. En cada escena se percibe cierta remembranza a la témpera, a las crayolas, los lápices de colores y sobre todo a la inocencia.
Pero esa ternura está lejos de ser idílica, es más bien reaccionaria. La constante burla al arte emblemático, de cierto modo, responde a la idealización colectiva de lo revolucionario que ha sido escondido en nuestra ingenuidad. En esta serie de pinturas Emanuel Torres-Pérez empodera lo revolucionario en el registro fantástico contraproducente al imaginario de aquellos rebeldes de la historia.
En efecto, es en la inocencia donde nuestra visión acerca de estos líderes de grandes cambios sociales es manipulada. La historia aprendida en las escuelas crea personajes tan inalcanzables como los que se observa en esta muestra pictórica. En este sentido, estos personajes están certificados por la historia pero pertenecen al registro fantástico.
Aún más, en nuestro registro de lo real, la gloria de los revolucionarios es casi nula, no hay ‘‘alguien’’ provocando la lucha de las masas. Sin embargo, el pintor los inventa y con ellos cuestiona esa distancia aprendida a través del testimonio de la historia. Por ejemplo, jamás podrá repetirse la figura simbólica de lo que representa Ghandi. Al menos eso nos han hecho creer.
Los títulos de las piezas son micro narrativas. ‘Haciendo las piruetas necesarias’, ‘La pared de los libertos’ provocan imágenes antes de toparse con la obra. Narrativas fantásticas que buscan concretizarse, encontrarse con las convicciones políticas del espectador, trastocar la realidad. Gloriosas fantasías revolucionarias son escenas de la mitología infantil donde cambiar el mundo es siempre posible.
La instalación ‘La pared de los libertos’ parece ser el remanente de las pertenencias de los héroes de Emanuel. Objetos que han sido despojados de sus bolsillos, pueden encontrarse en cualquier caja de juguetes. Las piezas provocan la nostalgia de la ignorancia que caracteriza las primeras edades. Es como si un niño inventara la salvación de su país a través del color. Una revolución de color en la que todos desean lanzarse a la lucha armados de dulces, burlándose de la historia misma. Ese respeto o benevolencia de la lejanía se transforma en absurdo. Nadie aspira entre sus profesiones luchar por la patria pero las pinturas de Emanuel Torres-Pérez, nos traen la remembranza del mundo que existió en nosotros cuando la libertad aún no tenía definición.