El optimismo se traduce a veces en una forma de autoengaño. Al menos ese parecería ser el caso de los encaprichados que imaginan a un Barack Obama que combate a “los locos del Tea Party”. Lo que ha sucedido con la patraña del techo de deuda se puede contextualizar con el anterior chantaje de la clase multimillonaria del país: el bailout del 2008. Si la masa trabajadora no paga las cuentas de los ricos, desciframos, habrá devastación apocalíptica. En ambas ocasiones, el presidente de los Estados Unidos ha reconocido la “necesidad” de darles a los multimillonarios lo que piden.
El economista Paul Krugman se hace eco de una objeción chomskiana de los procederes del mundo periodístico: la falsa impresión de objetividad a la hora de presentar “los dos lados de la moneda”. Convendría menos presentar al Partido Demócrata (PD), como un antídoto de la derecha corporativa que como una versión mínimamente moderada de ésta. La derecha republicana, que lleva años cavando la tumba de Estados Unidos (y que ve en nuestro gobernador a un capataz más o menos diestro), reclama abiertamente que se respeten los intereses de los millonarios, en perjuicio del resto de la población. Para todos los efectos, observa Krugman, el Partido Republicano comparte esta postura (con mínimos ajustes cosméticos) con el PD, con la excepción de que estos insisten en presentarse como liberales consternados por el bienestar de las familias estadounidenses.
Krugman y otros sugieren que, de habérselo propuesto, Casa Blanca hubiese podido cortar el chantaje acudiendo a la enmienda catorcena de la Constitución pero el PD parece empeñado en hacer que Estados Unidos se parezca cada vez más a Grecia. Mientras tanto, quedamos con la ironía de que dos de los tres grandes despeñaderos del fisco gringo son también los causantes de innumerables muertes, doméstica e internacionalmente: el mantengo de la industria farmacéutica y la guerra.
Mucho más conveniente le resulta a Obama usar a los trogloditas de la extrema derecha para adelantar un programa centrista (entiéndase: empresarial y bélico), mediante la dicotomía artificiosa de un tiro en la pierna o uno en la sien. La prensa colabora para sembrar la idea, claro está, y no sólo la prensa comercial estadounidense, sino la que nos gana, en nuestra ignorancia, el título de “liberal europea”.
Por ejemplo, para Antonio Caño, de El País, la mayoría republicana es irresponsable y el PD es sensato. El tiro en la pierna se revela como una revelación equilibrada ante la imposibilidad de cortarles el presupuesto a las actividades asesinas que lleva a cabo nuestro gobierno en el mundo. Igual sucede con BBC: Obama se pinta “humiliated” por un “grumpy” Tea Party. Obama “argued for a ‘fair’ and ‘balanced’ approach: getting rid of tax breaks for the rich and gas and oil companies”, escribe Mark Mardell. El hecho de que el presidente haya expandido las guerras y rechazado la posibilidad de un programa de salud coherente no cuenta en lo más mínimo para este periodista. Por estos lares, un titular de El Nuevo Día divulga que “Obama invita hamburguesas para celebrar” el pacto, cosa que no merece comentario.
Las reseñas periodísticas sí registran un auténtico miedo en común: ¿cómo se interpretará la sinuosidad de Obama en las elecciones de 2012? Si todo sale mal, su hipocresía se leerá como debilidad, y un miembro de la extrema derecha se mudará a 1600 Pennsylvania Avenue. Esto equivaldría a un tiro en la sien; el tiro en la pierna, por supuesto, vendría a ser la reelección de Obama. En Puerto Rico, obviamente, nos mantendremos al margen de participar en esta elección macabra, aunque sí tendremos que lidiar con nuestro tiroteo local y la posibilidad de perder la pierna… o la cabeza.
El autor es profesor de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Cayey.