El café es, para la gran mayoría del mundo, el catalizador social por excelencia de la sociedad moderna, ya que nos permite crear y fortalecer lazos en casi todos los ámbitos en los que nos desarrollamos.
Pero, como muchas de las cosas que integran nuestra cotidianidad, muy poco sabemos del origen y la producción de este grano que en 2012 generó ganancias por $1,000 millones solamente en Guatemala.
En el país hay unos 125,000 productores de café concentrados en 204 municipios de departamentos como Huehuetenango, Alta Verapaz, Sacatepéquez, Suchitepéquez, Retalhuleu, Sololá, Chiquimula, Jalapa, Santa Rosa, Guatemala, San Marcos, Quiché, Quetzaltenango, Chimaltenango en donde se producen ocho tipos de cafés regionales como el Acatenango Valley, Rainforest Coban, Fraijanes Plateau o la New Oriente, Highlands Huehue, Antigua Coffee, Traditional Atitlan y Volcanic San Marcos.
El café guatemalteco es uno de los más valorados a nivel mundial. En un listado liderado por Brasil, Guatemala es el décimo productor de café y exporta unos 3.6 millones de sacos (60 kilógramos) al año según lo reportado por la Asociación Nacional del Café (Anacafe) en 2012.
Aunque los indicadores internacionales marcan una tendencia al alza en la producción (cerca de 0.05% anual) lo cierto es que la situación de este grano, que es la segunda materia prima más comercializada en el mundo después del petróleo, está viviendo momentos críticos y ha afectado, principalmente, a los cerca de 25 millones de pequeños productores de café en el mundo.
Proceso integral
Las prácticas modernas de cultivo están basadas en la masiva producción de productos agrícolas, con el uso de insumos químicos, sin tomar en cuenta factores ambientales y de preservación de los recursos naturales.
Para revertir eso la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), con apoyo del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación (MAGA), Organizaciones de caficultores, organizaciones no gubernamentales y cooperación internacional, está promoviendo capacitación y asistencia técnica con caficultores a pequeña escala en 16 municipios netamente cafetaleros del departamento de Huehuetenango, para la elaboración y utilización de productos orgánicos.
“Primero comenzamos a preparar a técnicos y promotores y luego elegimos a 928 caficultores del área de la Región Huista en Huehuetenango”, comentó Julio Martínez, técnico de FAO. Las capacitaciones consisten en mejorar técnicas de manejo, poda, nutrición, control y prevención de la roya a través de productos orgánicos.
Además de reducir costos, los productos orgánicos ayudan a la activación de la microflora y microfauna en el sistema cafetalero, quienes son, en esencia, los mejores aliados en contra de enfermedades y ayudan a mejorar la calidad del suelo y, por ende, de las cosechas.
“Queremos reducir de manera gradual el uso de agroquímicos. Les mostramos también que sembrar con un enfoque agroecológico no solamente brinda mejores cosechas y reduce el impacto en el bolsillo, sino además deja un mejor legado a las siguientes generaciones de agricultores”, dice Israel Cifuentes, director del Proyecto de Fortalecimiento en la zona de Huehuetenango, ejecutado por la FAO con el apoyo de la Agencia Española de Cooperación para el Desarrollo (AECID).
Roya y cambio climático
Desde enero de 2016 se ha capacitado a cerca de 1,200 caficultores en 16 municipios de Huehuetenango y la meta llegar a 3,000 caficultores, además se planea incluir a personas residentes en 11 municipios de San Marcos, dos de Jalapa y tres de Chiquimula. “Se espera alcanzar, para 2017, a unos 9 mil pequeños productores”, agrega Cifuentes.
En 2013 Guatemala reportó que 193,000 hectáreas de café (70%) de las 276,000 que se cultivan en todo el territorio estaban afectadas por el hongo de la roya. Ese porcentaje se ha mantenido hasta 2015 y ha provocado la pérdida de empleos directos e indirectos del sector, afectando, particularmente, a uno de cada cinco trabajadores cafetaleros de los 125,000 que existen en el país.
Para combatir estos problemas, en comunidades como Guantán, el Triunfo y Chanjón y Huehuetenango, los campesinos llevan unos nueve meses elaborando y aplicando sus propios fungicidas, y fertilizantes orgánicos, con la esperanza de disminuir el impacto de enfermedades y del cambio climático en el cultivo del café.
“Subimos a la montaña en busca de microorganismos sanos que son la clave para el proceso de elaboración de nuestros productos”, cuenta Rosendo Pérez, un beneficiario del proyecto. A partir de este material orgánico se hace una mezcla con afrecho y melaza para luego almacenarla en recipientes de plástico sellado durante 30 días.
Esa es la base para la preparación de hasta cinco diferentes productos orgánicos que se aplican a los cultivos dependiendo del estado en el que estén. “Las medidas de cada ingrediente (cal, azufre, ceniza, roca) varían según la edad del cafeto. Un producto es para la floración, otro para el llenado de los frutos, el follaje y otro para la roya”, cuenta Wilmar Santos, otro de los beneficiarios.
Cada uno de estos productos orgánicos se elabora en 20 biofábricas ubicadas en diferentes partes de las comunidades involucradas en el proyecto. “Esperamos crear entre 38 o 40 biofábricas más para 2017, con el apoyo de las Agencias Municipales de Extensión Agrícola del MAGA”, añadió Martínez.
Uno de los contratiempos que han tenido las organizaciones que fomentan el uso de productos orgánicos es la paciencia de los mismos campesinos, ya que su elaboración conlleva tiempo y mayor trabajo, contrario a los productos industriales que están disponibles en las tiendas y agroservicios.
“Aunque la deserción es poca, sí existen personas que consideran que todo este trabajo no representa ninguna ventaja para ellos como agricultores”, añade Santos, “aunque en términos económicos no haya mayor ganancia, el beneficio se traduce en la salud de la naturaleza y el medio ambiente”, dice.
El cambio de una producción agrícola tradicional a una orgánica debe de hacerse paulatinamente, “para no correr el riesgo de pérdida de cultivos”, cuenta Rafael Granados. Durante el tiempo que llevan estos productores en este programa, los insumos orgánicos se aplican a pequeñas parcelas de sus terrenos y ya se han manifestado diferencias notables.
Impacto económico, sanitario y ambiental
“En 2015 invertimos unos 7,000 quetzales [$920] en la compra de fertilizantes, fungicidas y herbicidas”, dice Jesús López Suárez. Las versiones agroecológicas de estos insumos cuestan seis veces menos (1,000 quetzales equivalen a $131).
La gran mayoría de las personas consultadas coincidieron en mencionar que el promedio de ahorro ronda en 40% en comparación con los tiempos en que solamente se acudía a los agroquímicos.
Además de este impacto positivo en sus bolsillos, otro factor que FAO y sus aliados celebran es el cuidado de los recursos naturales y el medio ambiente. Durante este tiempo los cafetos muestran una mejor resistencia a épocas prolongadas de sequía, así como mayor macrobiodiversidad (microflora y microfauna) y mejor salud del ecosistema que los rodea.
“Hemos visto que la salud de las plantas, el suelo y sus microorganismos es mucho mejor que con el uso de otros productos”, dice Granados. Durante el verano, cuando llueve muy poco, han notado que las hojas y la floración son de mejor calidad. “El producto orgánico reactiva la vida”, agrega.
Con esto se busca crear una cultura que considere la armonía entre el cultivo y la naturaleza, que se traduce en cultivos de mejor calidad, sin aditivos químicos ni riesgos para la salud de los consumidores.
“También hemos notado una reducción en el consumo de medicinas”, dice Leticia Mérida, quien ha notado que ella y su familia ya no sufren de mareos, nauseas ni dolores de cabeza luego de la aplicación de los fungicidas orgánicos.
Enfoque agroecológico
La tecnología también es parte fundamental de este proceso y por ello se cuenta con el apoyo de aplicaciones móviles a través del Sistema de Alerta Temprana conocido como SATCAFE, que ayuda a monitorear la roya y la broca del café, para luego generar medidas de manejo y de control para dichas plagas en toda la región de Centroamérica y el Caribe.
“Mostramos a los agricultores que es bueno diversificarlo mediante el uso de diferentes variedades de café, dando énfasis a las variedades tradicionales”, añade Cifuentes. Los cafetales también pueden ser aprovechados para la siembra de frijol, maíz, banano y aguacate, entre otros, que sirven de sustento para las familias de los pequeños caficultores.
Byron Chales pone en práctica todos los conocimientos que FAO le ha compartido y, junto con su padre, cuidan de plantaciones de frijol y maíz a la par de las de café. “Con esto le doy de comer a mi familia”, dice, mientras muestra algunas técnicas de manejo que le han ayudado a mejorar sus cultivos.
La creación y mantenimiento de huertos, almácigos de café, producción de semillas y de otros insumos no tradicionales permiten generar ingresos extra a los pequeños agricultores.
“Se necesita al menos un año de capacitación y formación, además de dos o tres años de transición de químico a orgánico. La idea es siempre mejorar todo lo que se pueda, pero para ello es esencial la participación y voluntad de otros actores de la sociedad”, comenta Cifuentes.
En total se espera que en 2017, unos 3,000 caficultores de Huehuetenango, 4,000 en San Marcos y 2,000 en Jutiapa y Chiquimula puedan formar parte de este programa.