
Entre los grandes directores del Hollywood de los cuarenta y cincuenta John Huston podría parecer el menos pulido. Sus películas carecen de la gracia de las de Howard Hawks; tampoco alcanzan la maestría técnica de las de Hitchcock. Huston no cultivó la comedia sofisticada a lo Billy Wilder y no tuvo la consistencia de John Ford, quien dedicó toda su carrera a investigar el Western. Huston, sin embargo, se impone desde otra perspectiva: su temática. Su filmografía entraña una mirada dura de la condición humana, aunque en su obra no falta el guiño irónico del que sabe que a fin de cuentas todo el mundo acaba en el mismo lugar. Una sucesión de personajes desesperados habita sus películas: son hombres –y a veces mujeres, aunque éstas frecuentemente brillan por su ausencia – que están a punto de jugarse el último cartucho. Se saben perdidos de antemano. México, por otra parte, siempre ha sido tierra fértil para cineastas extranjeros. Huston hizo tres películas allí en diferentes momentos de su larga carrera. De éstas, “El tesoro de la Sierra Madre” (1948), protagonizada por Humphrey Bogart, es la única que podría clasificarse como un clásico. La trilogía completa incluye “La noche de la iguana” (1964) y “Bajo el volcán” (1983). Las últimas dos son pelis fallidas, que distan del status de obra maestra que se le ha conferido a la primera. Yo, sin embargo, prefiero las dos obras menores a su trabajo más conocido. La perfección es estéril y aburrida; las películas problemáticas de Huston mejoran con el tiempo, precisamente por sus defectos. “El tesoro de la Sierra Madre” sigue a tres gringos buscadores de oro que intentan hacerse ricos a toda costa. Las condiciones geográficas extremas de la sierra, su falta de agua, los bandidos que acechan el lugar en aquel momento de finales de Revolución Mexicana, condenan su empresa al fracaso. Cuando por fin encuentran el oro que buscan, el personaje principal se obsesiona hasta convertirse en asesino. La trama se torna entonces en una exploración de la codicia y su efecto corrosivo. La demencia de Bogart les podrá parecer caricaturesca a los públicos de hoy, pero Huston no busca una representación realista. Su interés está en explorar las contradicciones de la Sierra Madre. La imagen que emerge es la de una tierra demencial: rica y devoradora de solidaridades al mismo tiempo. Huston retrata una zona donde la solidaridad acaba, como el personaje de Bogart, reducida a una cruz anónima en el desierto. “La noche de la iguana”, una adaptación de la obra de Tennessee Williams, muestra las andanzas del Reverendo Shannon, protagonizado con picardía por Richard Burton. Expulsado de su iglesia por liarse con una feligresa menor de edad, Shannon anda alcoholizado por la costa mexicana del Pacífico, haciendo de guía turístico para grupos de damas cívicas estadounidenses y sus hijas. Una de las chicas está por arruinarlo de nuevo. Intentando salvar lo que le queda de dignidad, él secuestra a todas las integrantes de la excursión en el hotelucho apartado de una amiga. Hollywood nunca se ha distinguido por sus roles para mujeres maduras, ni Huston es recordado por su trabajo con actrices. No obstante, la peli cuenta con Ava Gardner, la dueña alocada del hotel, y con Deborah Kerr, una viajera sin rumbo. Ambas actrices, ya pasados sus días de roles estelares, brillan en sus interpretaciones de mujeres perdidas en plena crisis de mediana edad. La mirada de Huston apunta hacia un México que propicia segundos actos. La película es demasiado teatral y de ritmo torpe, pero no deja de enternecer el calor humano con que el director imbuye a sus personajes. Con ellos logra crear un antecedente de los “dramedies” de familias disfuncionales que constituyen hoy un género muy fructífero del cine independiente. “Bajo el volcán” ha sido descartada por diversos críticos como el intento desenfocado de un director en franca decadencia. Huston tenía 78 años cuando se lanzó a filmar la novela emblemática del autor británico Malcom Lowry, que se pensaba inadaptable para la pantalla. Se trata de un día en la vida de un ex cónsul británico que es alcohólico (Albert Finney) y que tiene que lidiar con su delirium tremens y el retorno inesperado de su esposa (Jaqueline Bisset). La acción transcurre durante un Día de los Muertos en Cuernavaca y fue filmada por el legendario fotógrafo mexicano, Gabriel Figueroa, con un gran ojo para el color local. La peli es desigual, Huston no logra conciliar la calidad literaria del material original con su estilo convencional de narración cinematográfica. La novela es esencialmente un “flashback” contado a través del fluir de consciencia del personaje principal; la película carece de ese fluir. De la tensión entre lo literario y lo cinematográfico, sin embargo, es que surge la belleza ominosa de la pieza. El encanto terrible de los decorados de calaveras, el semblante curtido de los campesinos, la sombra del Popocatépetel; todo esto se confunde en la perspectiva ebria del protagonista para conformar la radiografía de un estado interno irreparablemente dañado. México se convierte, finalmente, en el lugar inevitable de una muerte violenta. Huston mismo murió en México en 1987, luego de retirarse allí tras una impresionante carrera que transcurrió a lo largo de cinco décadas. Siempre le gustaron los lugares que consideraba exóticos, pero esta trilogía indica que se encontró como director en los desolados paisajes mexicanos. Esa tierra, que él colonizó cinematográficamente, es zona de encuentros y desencuentros irremediables, fatales y esperanzadores, de una visceralidad conmovedora. No se podría esperar menos de un lugar hecho de cine, que muy bien podría llevar el nombre irónico de Huston, México. El autor es cineasta