Una luz muy fuerte han de irradiar algunas telas, porque a Iluminada Díaz, de 72 años, cuando le llegan a los dedos las faldas que ha confeccionado durante los últimos once años para bailar bomba, le resplandece el rostro.
La primera vez que esta maestra bibliotecaria jubilada llegó hasta Carolina para participar en una de las clases gratuitas ofrecidas en este municipio como parte del Proyecto Gigantes de la Bomba, tenía 63 años. Desde entonces, a Iluminada la bomba le ilumina los días.
La sala de su hogar a veces tiene voluntad de atelier y quedan sobre los sofás faldas que la han acompañado durante años. Verla desplazarse entre sus más de quince creaciones de telas bomberas es casi lo mismo que presenciar cómo las vuelve a coser, pero con palabras. Azules, verde, rosas, naranjas, violetas, juntas, parecen un abrazo de colores.
Iluminada, con el pasar del tiempo, ha ido otorgándoles apodos a sus faldas, según las historias que ha vivido con ellas. A una le llama ‘la fiel’, porque siempre ha estado, y a otra rosada le apoda ‘cachendosa’ porque su confección en seda le permite lucir delicada, fina, asegura su dueña.

La bailadora de 72 años le asigna nombres a sus faldas. (Alejandra Rosa/Diálogo)
Cuando era niña, observaba a su madre, Josefina Guzmán Acevedo, coser. De ahí que aprendiera ese lenguaje artesanal que es la costura. Tejía trajecitos para sus muñecas sin saber que décadas más tarde cosería faldas para bailar bomba puertorriqueña, y que velaría por ellas, como un niño por sus mejores tesoros de la infancia.
Para esta bailadora, adentrarse en su universo de telas es lo mismo que repasar un álbum de vivencias: las veces que ha bailado con su grupo en distintos municipios, las ocasiones en las que ha acompañado a sus maestros para acompañarlos mientras imparten talleres de bomba y el día que organizó un bombazo en una reunión familiar.

Guarda en carpetas fotografías, recortes de periódico, certificados de participación y memorias hilvanadas por más de una décadas. (Alejandra Rosa/Diálogo)
Además de guardar sus telas como referente anecdótico, compila en fotografías, recortes de periódicos, programas y certificados de participación memorias hilvanadas por más de una década. En cada carpeta descansan recuerdos que, gracias al papel, viven en ella como presente sanador.
“Recientemente tuve problemas de salud y estaba alicaída. Ya estoy renaciendo otra vez. Definitivamente, la bomba nos sana. Nos hace sentir contentos”, expresa, y sonríe con modesta ternura, una que quizá surja desde la certeza de que, tantas veces, bailar y resurgir son la misma cosa.

Díaz estima que guarda unas quince faldas de distintas apariencias y texturas. (Alejandra Rosa/Diálogo)
Décadas atrás, llegar a una plaza y tomar clases de bomba no hubiera sido una alternativa, pero las lógicas de este género, originado en el siglo 16 como herramienta de resistencia, han evolucionado.
Es la bomba uno de esos pocos espacios que pareciera hilvanar generaciones al son de un tambor. Por eso, cada martes y jueves, de 6:00 p.m. a 8:00 p.m., Iluminada tiene una cita con este género, o como le llama: un encuentro. Encuentro, porque allí ve aproximadamente 50 compañeras y compañeros con quienes cada vez más se adentra en ese gran universo de resistencias que es el baile -y encuentro, también, porque bailar un género como la bomba, tantas veces, es encontrarse.

“La bomba me sana. Me puede doler lo que sea, y me sana”, dice Díaz, y canta. (Alejandra Rosa/Diálogo)
“Cuando hay presentaciones nosotras nos ayudamos. Nos prestamos, para que las personas nuevas también puedan participar (…) [A talleres ofrecidos en escuelas] llevo mis faldas, se las llevo a las muchachitas y las entusiasmo también”, explica, y suma en broma que algunas de sus faldas, por tanto acompañarla, también saben bailar.
Antes de jubilarse, trabajó durante 17 años como maestra bibliotecaria de la escuela Berwind Elemental, en Carolina. Durante aquel tiempo nunca tomó una clase de bomba, pero tras haberse jubilado, comenzó a tomar clases bajo la tutela de Pablo Luis Rivera, Rafael Maya y Felipe Febres.
Sus instructores principales han sido varones, porque ‘los hombres [también] pueden enseñarles a bailar a las mujeres’, explica quien también es abuela, y recuerda que en un recoveco de su casa, justo en estos momentos, descansan dos retazos de telas que pronto serán faldas.
Desde el plano afectivo -como desde el racional- también se baila. A esta bailadora, de hecho, su primer maestro -Rivera- le enseñó “que la bomba no es solo de tarima, que es del pueblo. Que se baila con lo que tú tengas”. Quizás por eso, cuando sospecha que nadie la ve, entrecierra un poco los ojos y gesta pasos de bomba en un recoveco de su hogar.
Porque sí, hablar de bomba es hablar de luchas, represiones, y resistencias, pero también de universos muy personales, vínculos afectivos entretejidos por la aguja del tiempo. Tal vez de ahí que, cuando esta bombeadora cargue sus faldas, quede Iluminada en su universo de telas y le quepa, en su tímida sonrisa, el aura de mil mañanas.

Iluminada en su universo de telas. (Alejandra Rosa/Diálogo)
Sigue la serie especial: El resurgir de la bomba en Puerto Rico.
‘Los cuatro pisos’ de la bomba puertorriqueña
Evoluciones contemporáneas en la bomba puertorriqueña