El licenciado Ángel Tapia publicó un libro titulado: El árbol de las mentiras, refiriéndose a un árbol, en un cementerio, bajo el cual se pronunciaban despedidas de duelo que ensalzaban al occiso como una persona llena de virtudes y omitían los defectos que son inherentes a la condición humana.
Elliot Castro tenía defectos como los tenemos muchos pero sus valores y virtudes los opacaban. De esos defectos, que hablen sus adversarios que sé que son exiguos y son diletantes de las manchas. Hablemos de sus virtudes porque son el legado que deja a la patria.
Elliot era un maestro sin título formal, su accionar, sus escritos, sus discursos, sus palabras en actos patrióticos y la pasión con que ejercía el periodismo, tenían siempre un fin pedagógico. No por petulancia, sino porque era un comunicador y el que comunica por vocación recibe su mayor recompensa cuando descubre que lo entienden y su legado se perpetúa como semilla que otros cosechan para alimento de los ideales que se profesan. Elliot era de la escuela del nacionalismo albizuista que decía: a la mesa de la lucha se viene a dar, no a buscar.
Tuve el privilegio de hablar varias veces con él durante décadas de lucha. Era presidente del Consejo de Estudiantes cuando ambos estudiábamos en el Colegio de Mayagüez. Lo recuerdo como un orador fogoso e ilustrado. Muchos no entienden que los que hacen suya la causa de la independencia de la patria sojuzgada, lo hacen consciente o inconscientemente, con un fervor cuasi religioso. La lucha y la entrega a la misma no es un sacrificio, es una ofrenda, un privilegio que nos da la vida. Sabemos que se tiene que salvar a la madre enferma, que es lo que significa el coloniaje, la posesión de un país por otro y la servidumbre a que someten el colonizado, porque se le considera inferior al colonizador. Elliot luchaba contra esa percepción de inferioridad y la combatía con la rigurosidad de su trabajo.
No distinguía ocasión, lugar, asistentes o medio en que se le requiriera expresarse. O se hacía bien o no se hacía. La excelencia era su carta de presentación. Lo invité a hablar ante El Círculo de Inmortales del Deporte Isabelino y tuve el atrevimiento de sugerirle un tema porque considero que era ducho en varios deportes, pero pocos como él conocían el boxeo, al punto de que sus columnas previas a un combate se podían leer como una predicción de lo que iba a pasar en la pelea. Le asigné hablar sobre: “Quién ha sido el mejor peleador boricua de todos los tiempos”. Se preparó como para una conferencia en la Universidad o ante el Comité Olímpico. Demostró con datos y análisis comparativos de rivales y peleas épicas, que a su juicio lo es Wilfredo Gómez. Coincidimos. Quien crea distinto, tendría que aplicar el método de investigación y análisis que usó Elliot para demostrarlo.
En la causa de la excarcelación de nuestros presos políticos fue un colaborador constante. Fue maestro de ceremonias en varios actos. Nos ayudó en Claridad y en su programa de radio. Lo hizo con la pasión y el compromiso que signaban todo lo que emprendía. Elliot, nunca te podremos pagar, solamente dejarte saber que sembraste y cosechaste amor patrio para muchas épocas. Tus discípulos lo irán demostrando en esta noche aciaga que vive la patria.