Por: Sergio S. Martínez
Conocí a un chamaco como yo en la marcha. Me gustaría decir que ahora es mi amigo, ya que he compartido con el más que con personas que conozco de años. Entiéndase, no solo es colega de la Universidad de Puerto Rico, es compañero de marcha, de protesta, de piel quemada e insolada, de lucha, de clase –entiéndase social, entiéndase por clase ‘estudiante’–, compañero del pasillo apretado de una guagua escolar donde no cabíamos pero insistimos en meternos, parados, agarrados a una baranda sobre nuestras cabezas para poder llegar devuelta a Río Piedras.
“¿Cómo se lucha contra la indiferencia?”, me preguntó en algún momento de nuestro retorno al Capitolio, donde nos esperaban las guaguas para volver al recinto luego de la manifestación.
Contesté una cursilería cargada de propósito humanista, de un romanticismo idealista. Me he hecho la pregunta a mí mismo durante las últimas 24 horas. Creo que mi amigo me maldijo de por vida. Creo que siempre me haré la misma pregunta. Me hubiera gustado haberlo conocido al principio del día, cuando caminamos hacia la Fortaleza. Me hubiera gustado hacerme la pregunta cuando estuve frente a la valla policiaca. Me hubiera gustado gritarle a los oficiales: “¿por qué la indiferencia?”
Había un cordón de oficiales. Había, también, un cordón de profesores entre ellos y nosotros, los estudiantes. “Meléndez”, leía la placa de un oficial parado detrás del primer cordón de oficiales. Se estaba riendo. No es lo mismo sonreír que reír. Sonreír, como hacía mi nuevo amigo, denota complicidad. Reír, como hacía Meléndez, denota burla.
Me hubiera gustado que mi amigo me hubiera preguntado sobre la indiferencia antes. Si lo hubiera hecho, hubiera alzado mis manos al frente de la valla con la pregunta en la chola, y la imposibilidad de una respuesta en el pecho. Así, cuando escuché el helicóptero arriba orbitando sobre –y alrededor– de las calles del Viejo San Juan con su ojo avizor sobre nosotros, no hubiera tenido miedo. Así, cuando vi a los oficiales con sus cascos negros y macanas, cuando vi a lo lejos la fuerza de choque con lo que parecían armas largas, no hubiera tenido miedo.
Si mi amigo me hubiera conocido antes, si me hubiera preguntado antes, hubiera contestado mejor. Mirando a Meléndez a los ojos, a él y su risa de lobo, hubiera gritado, sonriendo con mi amigo:
“Así, Neftalí. Así se lucha contra la indiferencia”.
El autor es estudiante del Departamento de Inglés de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.