
Parece un ensayo el primer día. Solo una prueba de encuentros donde está permitido equivocarse de aula, de hora o de profesor. Así, sin presión, entre saludos con los antiguos compañeros, emoción novel para algunos, y folletos que cargan una diversidad ideológica, inició el nuevo año académico en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.
Es una dinámica casi mecánica en cada cambio de clases. Como si fueran retahílas de segundos cruzándose, los estudiantes se vuelven agujas de tiempo que recorren los pasillos dirigidos a toparse con la enseñanza que se encuentra por doquier.
Todo se convierte en una pronunciación de educación: una pared, una pizarra, una proyección, una memoria narrada. Es demasiado el entusiasmo que se lleva entre los libros, pero estas páginas, a su vez, van cargadas de sucesos que han marcado a la UPR.
Es inevitable para la comunidad universitaria obviar la disminución de la matrícula estudiantil y de cursos en el Recinto de Río Piedras. Es evidente la molestia en las prolongadas filas que hacen los estudiantes para intentar agarrar algún sobrecupo y los malabares que realiza el profesorado para acoger más mentes sin afectar la calidad académica que ha distinguido al primer centro docente del País.
Son números los que hacen eco en el Recinto. Según la rectora, Ana Guadalupe, el primer semestre académico 2012-2013 inició con 14,595 estudiantes y 3,901 cursos. Pero de igual forma, los números se han colado también entre las consignas que retumban desde la tarde al son de la plena. Cantaban a secas y hacían sudar el cuero: “400 te pidieron, 400 te quitaron, 400 son las razones pa’ luchar este descaro”.
No paraban de entonarla. Buscaban perfeccionarla; la repetían una y otra vez, con la misma pasión que se emplea para encontrarle fin a un algoritmo.
Tal vez fue un ensayo, pero este fue el primer día en la IUPI. Una prueba de encuentros entre la diversidad, los recuerdos y las ganas de retomar aquellas piezas claves que distinguen la Universidad.