20 años. Solo. Sin familia. Sin hablar el idioma. Así llegué a Puerto Rico.
Soy inmigrante con todos los derechos legales de ser ciudadano en Puerto Rico. El único derecho que me falta es decir que soy inmigrante. La razón: soy gringo. Mi proceso de inmigración fue diferente al de miles de personas que emigran a los Estados Unidos o a Puerto Rico. Muchos esperan unos años, quizás décadas, para finalizar los trámites de inmigración y poder entrar legalmente a territorio americano. Otros arriesgan sus vidas para entrar ilegalmente.
Yo, a diferencia de ellos, entré a Orbitz.com, busqué el vuelo más barato, pagué $117 por un boleto one-way desde el aeropuerto JFK en New York, y ya. Fue así como en agosto del 2012, comenzó el camino de mi nueva vida.
La facilidad del proceso de viajar entre Estados Unidos y Puerto Rico es una bendición para los turistas sin pasaporte y para los puertorriqueños que se quieren mudar a los EE.UU. Puedo decir que es un proceso que los demás países le envidian a los puertorriqueños. Los boricuas en Estados Unidos tienen “El Barrio” o el Bronx en New York, vecindarios en Chicago, Hartford y Philadelphia. Y si la moda sigue como ahora, pronto los boricuas van a tener toda la ciudad de Orlando.
Pero es raro escuchar lo contrario: un norteamericano que se muda a Puerto Rico. Por eso, los sentimientos de ser un extranjero son más grandes. ¿Aquí qué tengo? Isla Verde, Condado y Rincón. Pero no es lo mismo; no soy turista, ni surfer, ni guaynabito con mucho dinero para gastar porque cobro un salario mínimo.
Llegué a Puerto Rico sin familia, sin amigos y sin hablar el idioma. Era mi primera vez en la Isla; nunca había venido. La gente me dijo, y todavía me dicen, que “estoy loco”. Pero me mudé con el sueño de mejorar como persona, aprender una nueva lengua, crecer intelectualmente y disfrutar mi vida.
Soy estudiante universitario y la educación económica del sistema de la UPR me trajo aquí. La gente, la cultura, y mi sueño de ser parte y contribuir al mejoramiento de Puerto Rico son algunas de las razones por las que permanezco aquí.
He experimentado las dificultades, los problemas y la depresión que sufren todos los inmigrantes, en especial los que no hablan el idioma del país al que emigran. Desde no entender ni a la cajera en Burger King, hasta que mis compañeros se rían cuando trato de leer en clase, he sentido la presión de ser extranjero. Han habido días que no he querido hablar, escuchar, ni pensar en español. Otros días he deseado volver a mi vida en New York.
Pero esos días pasan y esos sentimientos se olvidan poco a poco. Es normal sentirse solo, aislado y triste cuando estás a miles de millas de tu ambiente, del lugar que te vio crecer, lejos de todo lo que habías conocido toda la vida, de lo que se siente natural para ti. Intimida a cualquiera estar en un país extranjero con su propia comida local, con música diferente a la que estás acostumbrado a escuchar; con otra cultura. Ser extranjero no es fácil, no se lo deseo a nadie.
No huí de nada ni de nadie cuando decidí irme de New York. Aunque la realidad es que no regresaría por razones que aprendí al estar fuera de allí. Todos mis amigos y conocidos son adictos a drogas o las venden. A pesar de todo, los recuerdos brillan en mi memoria. Sin embargo, cuando pienso en volver me doy cuenta que ya no tengo las mismas ideas, que he cambiado mi forma de pensar y de ver la vida.
Esta experiencia, o sea, vivir en Puerto Rico, ha transformado mi vida. Ya puedo entender la lucha interna y externa de los millones de inmigrantes en todas las esquinas del mundo. Me ha hecho más humilde y comprendo más la causa de los inmigrantes.
Antes, no toleraba la música latina que escuchaba mi ex novia, me molestaba el idioma que hablaban los busboys y landscapers en New York y no entendía la diferencia entre un dominicano, un puertorriqueño o un salvadoreño. Pensaba “todos hablan español, ¿cuán grande podría ser la diferencia?” No era racista, pero sí era ignorante, como mucha gente de aquí, de allá, y del mundo entero.
Un sentimiento común entre todos los inmigrantes es la esperanza. La esperanza de alcanzar una mejor calidad de vida o un futuro más próspero para sí mismo y sus hijos. Cualquiera que sea la razón, los inmigrantes llegan a ese país extranjero con sueños, aspiraciones, pero sobre todo, con esperanza. Ser inmigrante en Puerto Rico es diferente que ser inmigrante en países con mejores economías. Pero hay que tener fe, no solo en nosotros mismos, sino que también en nuestro nuevo hogar, en Puerto Rico.
Los inmigrantes en Puerto Rico somos diferentes a muchos puertorriqueños pesimistas, que tienen sus mentes preparadas para dejar su Isla atrás con todos sus problemas. Entiendo que cada persona tiene sus razones, sus nuevas oportunidades, y su propia esperanza. Pero muchos puertorriqueños tienen muchas perspectivas negativas, no le tienen fe a su Isla bonita.
La Isla está herida, no está muerta. Yo creo en mí y, por eso, yo creo en ti, Puerto Rico. No te voy a dejar y voy a ofrecer todo lo que esté a mi alcance; mi determinación, mi mano de obra, mis ganas, mis ideas y lo más importante, mi esperanza.
No puedo decir que soy inmigrante, pero nadie me puede decir que no me siento así. Me quedo aquí, en la Isla Estrella, y a esa estrella le pido el deseo de seguir transformándome en un profesional exitoso, mejor educado, con buen juicio; en un hombre de bien para la sociedad.