Más que animales sociales, como dijo aquél, somos animales predispuestos para la comunicación. Es en la comunicación, el intercambio de ideas, el trasvase de memes, donde reside la esencia de la especie humana: donde nos conocemos mejor a nosotros mismos a través de los demás, donde fijamos nuestro sitio en el mundo, donde, en definitiva, somos quienes somos: es decir, la suma de los demás, agitada un par de veces en la coctelera genética.
En ese sentido, la digitalización de libros, Twitter, Facebook, Skype y demás sistemas de comunicación instantánea que han nacido en el seno de Internet están transformando la sociedad hasta niveles aún insospechados.
Lo que también propicia Internet es una voz democrática, a absolutamente todos nosotros, sin excepción. En estos lares cibernéticos, importan mucho menos las credenciales académicas, porque todos disponemos de las mismas plataformas de expresión. O casi. Si bien es cierto que determinados blogs corporativos solo pueden ser escritos por expertos, los comentarios están abiertos a todos nosotros. Seamos quienes seamos.
La ubicuidad de voces constituye una ventaja (se acabaron los viriles para mentes apoltronadas en cátedras intocables, se acabó el conocimiento exclusivo de arriba abajo, se acabó el aceptar mansamente las afirmaciones de unos pocos, se acabó la proliferación vírica de las falacias de autoridad), pero también trae aparejada una serie de inconvenientes que podrían pasar desapercibidos ante el entusiasmo general. Por ejemplo: que, por muy injusto que nos parezca, no todo el mundo está preparado para abordar determinado tema con el mismo nivel de profundidad. Que el anonimato de Internet favorece la opinión cerril y el comportamiento botarate.
O que se está dando más eco a las voces más dogmáticas y dañinas, voces que otrora eran minoritarias y apenas abandonaban el ámbito de su propia cerrazón. Grupos de cuatro chiflados promulgando el regreso de Hitler ahora encuentran cobijo en Internet y consiguen conectar con todos los chiflados del globo: que ya no son cuatro, como lo eran en el contexto de un barrio o incluso una nación, sino de cientos o miles.
Tal y como denuncia Evgeny Morozov en El desengaño de Internet:
“Hace muy poco, a principios de 2010, se utilizaron mensajes de texto para propagar el odio por África durante las escaramuzas entre musulmanes y cristianos que tuvieron lugar en la ciudad de Jos, situada en Nigeria central. (…) Las bandas criminales de México también se han convertido en grandes fanáticas de Internet. No sólo utilizan Youtube para propagar vídeos violentos y fomentar un clima de miedo, sino que también investigan sitios de redes sociales en busca de datos personales de gente a la que piensan secuestrar. (…) Las redes sociales también pueden contribuir a propagar el miedo: en abril de 2010, una serie de mensajes en Facebook que advertían sobre una inminente guerra de bandas paralizó la vida en Cuernavaca, un popular centro turístico, y sólo algunas personas valientes se atrevieron a salir a la calle (era una falsa alarma).”
Si bien son indiscutibles las ventajas de la interconexión digital y la propagación gratuita (o barata) de conocimiento, también debemos tener en cuenta que tal ventaja lleva aparejado un inconveniente. Un inconveniente que tal vez suene un tanto perogrullesco para los que ya hemos asumido que la libertad tiene, empleando terminología farmacéutica, algunos efectos secundarios indeseados: que haya más cantidad de conocimiento erróneo, superficial y dogmático.
El error, por tanto, será hacer prevalecer dichos efectos colaterales sobre las ventajas principales. Un error que probablemente esgrimirán los agoreros de siempre, particularmente los luditas, que irónicamente hallarán mayor proyección que nunca en el sistema que tratan de demonizar.
Con todo, vamos a usar la óptica medianamente optimista para una comparación entre el Internet actual y el de hace 10 años que nos permita contemplar cómo está evolucionando la comunicación. Echemos, para ello, un vistazo a la siguiente infografía de Best Education Sites, donde descubriremos, por ejemplo, que el número de personas que se conectan habitualmente a la Red ha aumentado desde los apenas 570 millones que había en el 2002 hasta los más de 2.200 millones de la actualidad.
El autor es escritor
Fuente Blog Papel en Blanco