Iván Meléndez siempre supo que iba a ser médico a pesar de no tener una figura familiar que practicara la profesión. ¿En qué tipo de médico se iba a convertir? Eso fue algo que le tomó más tiempo entender.
Con el pasar del tiempo se hizo más claro que no quería que sus pacientes sintieran en él una figura que transitaba en una órbita distinta a ellos. Temprano en su educación salubrista supo que la empatía hacia sus pacientes sería el pilar de su práctica.
Al conocerle en su oficina ubicada en medio del ajetreo santurcino, Meléndez –ataviado con una elegante chaqueta púrpura– nos recibe con una pizca de esa empatía y una amplia sonrisa. De hecho, confiesa que sonreír es una de las cosas que más resalta en su práctica de medicina.
“Siempre [recibo a los pacientes] con una sonrisa. No lo puedo hacer con un cara dura porque si lo hago con una cara dura, perdí al paciente”, explica.
Tras 24 años ejerciendo como médico de familia, Meléndez recuerda que sus padres siempre le recalcaron la importancia de tratar a sus pacientes como si se tratara de sus familiares.
“¿Cómo te gustaría a ti que trataran a tus padres cuando van al médico? Con ese mismo cariño, porque eso es lo que van a sentir. A ti no te gustaría que tu fueras a un medico y te trataran con prisa y con desprecio”, rememora.
Y el catálogo de experiencias que tiene Meléndez, más allá de los logros, resalta el trabajo realizado con poblaciones marginadas y carentes de acceso a servicios de salud. Una de esas primeras experiencias lo llevó a trabajar con poblaciones VIH positivo.
Durante esa época, el desconocimiento en torno al origen del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) desató una ola de discrimen hacia las personas que la contraían.
“Me dio más pasión ver que yo puedo tal vez descubrir, ayudar, aportar, a estos pacientes que nadie los quiere. Y dije: ‘Yo sí los voy a querer’ y de verdad nació en mí”, relata Meléndez, quien también laboró como médico de salud correccional luego de haber obtenido su grado como doctor.
De ahí, el galeno identificó que la empatía y el trato hacia sus pacientes sería uno de los estandartes de su eventual práctica privada y la creación del Centro Ararat en 2001, que hoy día es una clínica que ofrece servicios de salud y promueve la educación con un enfoque especial en poblaciones VIH positivo y personas trans.
“Si yo fuera VIH positivo, ¿qué yo quisiera tener en el sitio donde voy a recibir servicios?”, reflexiona.
Al mismo tiempo, Meléndez recuerda que, durante su sabática atendiendo pacientes VIH positivo, la mayoría de las clínicas lucían como lugares tristes y sombríos. Por esa razón, tuvo la urgencia de que su clínica debía ser un lugar donde sus pacientes se sintieran en casa y que supieran que serían escuchados.
“Me gusta que el paciente entienda que yo soy un ser humano tal y como él; que yo también me enfermo. Yo solamente estoy aquí para escucharte, no para juzgarte y para ver en cuántas cosas yo te puedo ayudar”, comenta.
Empoderar por medio de la educación
Si bien haber trabajado con poblaciones marginadas le enseñó a Meléndez a ser empático con sus pacientes, con el pasar del tiempo obtuvo otra herramienta: el componente educativo. Dice que, con toda probabilidad, heredó de su madre la habilidad de comunicar con cierta facilidad temas complejos de salud.
Su trabajo con la población VIH positivo provocó que se le solicitara ofrecer talleres acerca de la condición. Estas pláticas trascendían meramente el explicar lo que era el síndrome; tenían como fin quebrantar el miedo en torno al VIH.
“Me di cuenta que yo hablaba y la gente entendía… Saber que puedes contribuir un poquito a que la gente tuviera un poco de conocimiento sobre la condición y disminuir el discrimen, pues me fascinó”, cuenta.
Para el médico, una de las peores cosas que existe es el discrimen. Sin embargo, entiende que a los pacientes hay que ofrecerles mecanismos para combatirlo por medio de la educación.
Destaca, además, que la educación debe ser central hacia las poblaciones que no tienen acceso a buscar información sobre salud.
“Todos los estudios indican que las personas con menos conocimiento son las que llegan más tarde a cuidado”, precisa. Y, precisamente, es a estas poblaciones a las que Meléndez quiere llegar. A aquellas que no tienen los recursos para educarse y saber cuándo debe ir a obtener servicios salubristas.
“Mi función aquí es educar. Yo tuve la oportunidad de estudiar un poco más y aprender unas cosas, pues yo te voy a educar sobre eso. Es tu vida, son tus decisiones y tú vas a decidir qué es lo que vas a hacer”, apunta el médico, que en su tiempo libre disfruta una que otra melodía de Jazz para apaciguar el trajín cotidiano. Y no cualquier Jazz, sino las melodías del saxofonista boricua David Sánchez.
Retos en la salud
Como educador y médico empedernido, Meléndez reconoce que existen numerosos retos en el campo de salud. El galeno no titubea al expresar que el acceso a los servicios de salud son el talón de Aquiles en nuestra sociedad.
“No hay cosa que yo odie más que tenga que checar un formulario [del plan médico] para saber qué le puedo dar a un paciente, en vez de lo que tal vez sea mejor [para el paciente]”, menciona.
Por esta razón, para Meléndez resulta esencial la fundación de una clínica que incluyera todos los servicios que sus pacientes necesitarían. Hoy día el Centro Ararat incluye servicios de nutrición, psicología, laboratorios, entre otros.
Y aunque sabe que todavía queda camino por recorrer y muros por derribar, Meléndez entiende que la educación poco a poco continuará disminuyendo el discrimen contra la población VIH positivo, así como a pacientes que forman parte de la comunidad LGBTT.
“Se ha podido lograr esa apertura al acceso para los servicios a ellos específicamente. Ya tenemos diferentes profesionales de la salud, que te aceptan un paciente VIH como si nada. Hay mas conocimiento sobre la condición”, explica.
El profesional de la salud, sin embargo, confiesa que todavía escucha de casos de discrimen hacia personas de la comunidad LGBTT que procuran servicios de salud.
“Son cosas que frustran en el concepto de la medicina en general, pero todo el mundo va a aportar un poquito. Nadie va a provocar todos los cambios habidos y por haber, pero se puede”, asegura el médico con su amplia y acostumbrada sonrisa.
Sin lugar a dudas, la educación es uno de los pilares para abatir las dolencias sociales que significan el discrimen y la marginación. A Meléndez no le resulta complicado entender que nació para hacer una diferencia.
“Entiendo que siempre hay algo que se puede hacer mejor. He aprendido a no ser conformista”, puntualiza.