Si cada cultura produce sus propios monstruos, ¿por qué la nuestra ha producido los zombis? Basta con notar la popularidad de la serie televisiva The Walking Dead, que ya va por su sexta temporada.
Jack Halberstam quizás tenga una respuesta.
“Lo living dead representa muchas cosas, pero probablemente lo más simbólico con la performatividad del zombi es su anuncio continuo, a nosotros, de la extinción inminente de nuestra era”.
Halberstam —teórico estadounidense reconocido por sus aportaciones a los estudios sobre lo queer y el género— habló la semana pasada, durante su visita al Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPR), de su más reciente línea de investigación: una óptica donde confluyen las implicaciones políticas de un mundo post-cambio climático con el modo de humanismo que impera en la contemporaneidad, y cómo la cultura popular, a través de los zombis, nos recuerda la cercanía de esos cambios.
El uso teórico-político de regresar a lo salvaje
De entrada, Halberstam delineó el ángulo de su conferencia desde la categoría de lo salvaje y el uso académico (o teórico) y político (o práctico) que se le puede consignar al término.
“Lo salvaje es una categoría a la que se ha retornado, en este momento de desastre ambiental, para tratar de volver no a un estado precolonial, sino intentar recordar qué pudo haber significado antes de que surgiera como un término al interior del diálogo con la civilización”, planteó.
Según el autor de Female Masculinity (1998), la categoría de lo salvaje evoca otros tres subtérminos: lo caótico, lo temerario y lo intenso.
Así, el primer subtérmino de lo salvaje, lo caótico, significaría lo desatado, lo no-regulable y potencialmente —aquí su orientación política— lo ingobernable.
“Si lo piensas en términos científicos, la vida humana es mucho más orientada hacia el caos que hacia el orden. Nosotros [los humanos] traemos el orden, lo imponemos; nosotros regulamos los ritmos y la temporalidad de la existencia humana. Pero la existencia humana, en su forma más básica, es entrópica”, expuso Halberstam.
Agregó que “las formas caóticas de lo salvaje” pueden ser usadas políticamente “para pensar sobre cómo nos podemos oponer a las lógicas ordenadoras que nos hacen más domesticables, más dóciles, más fáciles de ser gobernados”.
En cuanto a esa cualidad despreocupada del peligro que implica lo temerario —el segundo subtérmino de la categoría de lo salvaje— el académico explicó que este nombra una relación especial entre vida, muerte y corporalidad. “¿Qué significa ser temerario hoy y cómo eso podría producir, digamos, un ‘salvajismo político’?”, señaló.
Respecto al tercer subtérmino de la ecuación —lo intenso—, Halberstam utilizó los fenómenos climatológicos como argumento.
“La intensidad es una fuerza de vida que no es manejable ni por la voluntad académica de conocerla ni por la voluntad de gobernarla. Podemos decir que una tormenta es inmanejable en términos humanos. No podemos manejar el clima. Quizás por eso estamos tan obsesionados con el clima; [por ejemplo] con el huracán más grande que alcanzó a tocar suelo hace dos semanas en México. Estamos obsesionados con estos vaivenes y cambios del clima porque representan precisamente el estar fuera del control humano”, elaboró.
Como parte de su propuesta, el profesor convidó a pensar estos fenómenos naturales como ‘hiperobjetos’, es decir, objetos sobre los que no podemos ejercer control, sino que, al contrario, terminamos por habitarlos.
Pensemos en la recién sequía que pasó la Isla hace poco: había muy pocas soluciones para manejarla, así que la sequía comenzó a manejarnos. Pero hay otro ‘hiperobjeto’ más terrible: el cambio climático.
“‘Los hiperobjetos’, como el cambio climático, son tan grandes para que el esfuerzo humano pueda lidiar con ellos, que no podemos ejercer un control. Así que es un cambio en la relación entre el sujeto y el objeto. ¿Qué tal si ahora seríamos controlados por objetos, en vez de situarnos en el mundo como personas que controlamos todo a nuestro alrededor? Yo diría que en relación al cambio climático, ese momento ha llegado, y no importa qué hagamos, no vamos a poder manejarlo”, advirtió Halberstam.
Y con el cambio en la relación sujeto/objeto —alegó— se trastoca también una visión humana del mundo; remitiéndonos, entonces, a lo salvaje.
“Toda nuestra manera de ser humanos, podemos decir, ha consistido en ver el mundo como objetos que necesitan nuestro manejo, y a veces también a personas. Así que lo que lo salvaje describe es un giro fundamental en la dimensión política dentro de la que estamos situados. Nosotros no estamos ya, este giro sugiere, situados como los amos del dominio, sino que estamos situados como otros objetos están en el universo: para ser manipulados por fuerzas fuera de nuestro control”, teorizó el estudioso.
Ante tal aseveración, ¿qué significaría estar abierto a lo salvaje?
Halberstam responde que sería el abandono de “cierta forma de humanismo, esa forma que es colonial, que entiende el mundo como algo que está en necesidad de manejo humano. Llamemos a eso un ‘humanismo zombi’”.
El ‘humanismo zombi’, las mascotas y The Walking Dead
El también autor de The Queer Art of Failure (2011) definió al ‘humanismo zombi’ como la visión en la que “el humano cataloga y produce todo lo que le rodea como zombificado. Nada tiene vida, solo lo humano”. Es síntesis, es una forma de humanismo que asigna, a modos de vida que no son humanas, la categoría de living dead.
Halberstam abundó en que el ser humano ha desarrollado una “teoría de la vida”, en la que el ‘humanismo zombi’ “se arroga lo vivo, lo dinámico, lo vibrante, para él —nosotros los humanos somos lo original, la evidencia misma de la vida— y así, consigna a otros modos de ser una forma de muerte en vida”.
Un ejemplo de cómo todos estamos inmersos en la lógica del ‘humanismo zombi’ es la relación que las personas tienen con sus mascotas.
“Esa es la versión de humanos que nos hemos vuelto: tenemos que constantemente tratar de confirmar que somos humanos al regodearnos de cosas que son menos que lo vivo. Así, la vida del animal parece confirmarnos lo que somos: no somos mascotas, nosotros tenemos un tipo diferente de vida”, manifestó.
Esto explicaría, consecuentemente, la apatía general frente a la industria de la carne, donde se cría ganado simplemente para consumo humano sin que sea problemático reconocer que esa forma de vida está esperando a morir, porque simplemente no son personas. También se extiende a la industria de los perros de raza, cuya reproducción es controlada para “que sean lindos a nuestro estándar y después utilizar ese cuteness como la razón por la que queremos estar con ellos”, dijo.
Pero hoy, propuso Halberstam, hasta el humano mismo está ya muerto. “Frente al inminente colapso ambiental, nosotros somos los ‘siempre-ya-muertos’: somos los exhumanos, momentáneamente incapacitados” para lidiar con el cambio climático.
Y si los humanos, aún vivos, comienzan a ‘morir’, entonces se convierten en zombis.
“Pienso que estamos en este momento donde vemos que la Tierra está ya arruinada, que el cambio climático no tiene vuelta atrás, donde cada día se nos dice que fue el día con el récord más caluroso, o que los niveles del mar están en su nivel más alto. Estamos rodeados de evidencia de esa actividad de los ‘hiperobjetos’ en los que vivimos y que no podemos controlar”, apuntó Halberstam.
“Y en este momento estamos siendo recordados, a través de nuestra cultura popular, que somos los productores y habitantes de esta clasificación que debería ser una nueva clasificación política, lo living dead”, añadió.
Aquí entra al panorama la serie The Walking Dead: Rick Grimes, el protagonista que lidera el grupo de sobrevivientes después de la hecatombe apocalíptica, tiene la potestad de aniquilar todo lo que se mueva porque ya está muerto, en pos de rescatar la humanidad.
Ese ‘imperialismo zombi’ —la justificación para el homicidio de algo ya muerto— es la misma lógica que se utilizó en el discurso colonizador de los indígenas, y posteriormente, en el discurso esclavista.
“Así que ya no eres el autor de un genocidio cuando vienes a establecerte como colono, porque esas formas de vida que estaban ahí evolucionaron fuera de la existencia humana. Esa es la racionalidad detrás de ciertos discursos coloniales: nosotros no matamos a los indios, los indios estaban evolucionado fuera de un estado natural”, puntualizó Halberstam.
Hoy, interpuso el scholar, tendríamos que preguntarnos cuál es el discurso vigente. Es decir, cómo estamos produciendo actualmente clasificaciones de lo living dead.
Clasificaciones, dijo, que designa a esas formas de vida que están en una zona gris entre lo digno y lo precario: “los encarcelados, los refugiados, los hambrientos, los enfermos terminales, los moribundos, los muy jóvenes, los muy viejos, los desamparados, los adictos, los animales en peligro de extinción, los enfermos mentales, los incapacitados, los desposeídos, los ocupados, los desprotegidos, los olvidados, los irredentos, los ilegibles, los ilegítimos, los no-muertos”. Los zombis.
“Estamos viviendo con una vasta población de no-muertos, y quizás lo que intento decir es cómo poner un fin a esta versión de una ‘humanidad zombi’ y pensar —con los zombis— otras maneras de ser en el futuro”, filosofó.