
Cuatro países, nueve días.
Un grupo de personas habla en secreto ahí, en medio del Teatro Gran Rex en la ciudad de Buenos Aires. Están en arena. El cuchicheo es sospechoso. Suena Puente, del músico argentino Gustavo Cerati, recientemente fallecido. Los dueños de los murmullos ya no hablan más. Ahora escuchan. Puente suena en la voz de Juan Pablo Díaz, en una versión de salsa que estremece a los asistentes.
Juan Pablo Díaz: locutor, actor, compositor, cantante. Hace apenas una semana regresó al País. Todavía el tiempo, las fechas, los horarios, se hacen difusos. Juan Pablo rememora los días pasados y parece que hablara acerca de esa materia difusa de la que se componen los sueños. Con su disco Díaz, este músico ha tenido el favor del público local e internacional. Nunca, sin embargo, había emprendido una gira fuera del País. Por eso habla y abre los ojos inmensos, busca las palabras y ellas apenas dan abasto.
En el jardín de su casa, con camiseta oscura, pantalones cortos y el asedio de varios mosquitos, Juan Pablo recrea aquella experiencia. Primero fue Uruguay, le siguieron Argentina y Chile. Por último Bolivia. Durante nueve días fue el encargado de abrir el espectáculo de Gilbertito Santa Rosa, una especie de jedi o padrino que lo ha seguido desde el principio y a quien admira con fruición. Tanto, que incluso lo considera el mejor sonero vivo.
Los días previos a la gira estuvieron marcados por un amasijo de emociones encontradas. Máxime cuando salir del País, haciendo lo que se quiere, se hace más cuesta arriba cada vez. “Yo obviamente estaba súper nervioso. Y digo, 'ok, esto va a pasar'. Esto está pasando y empezaron a aflorar todo tipo de emociones”, dice y gesticula con las manos. En el concierto del Gran Rex, por ejemplo, Santa Rosa decidió que Juan Pablo cantara en medio de su show, y no al principio. Además, al final la ñapa fue un soneo a cuatro manos a partir de un tema de este último, Día tras día. “Si la piden, hacemos esto”, le dijo Gilberto. Y así fue.
Juan Pablo Díaz pertenece a una estirpe de músicos que, en cierta medida, le han otorgado un nuevo aire a la salsa en el País. Tal es el caso de agrupaciones como Orquesta el Macabeo o Pirulo y La Tribu. Sin excepción, esta nueva cepa aborda temas que tienen que ver más con las fisuras de la realidad social puertorriqueña que con el idilio amoroso que prevaleció, por ejemplo, en la década de los noventa.
Hijo del actor y músico Rafael José y la actriz Magali Carrasquillo, el ADN de Díaz estuvo condicionado desde la infancia. Su experiencia como actor, admite, le sirvió de mucho a la hora de pararse, por ejemplo, frente a 16,000 personas en Santa Cruz de la Sierra en Bolivia. “El teatro me ayuda en cuanto a la proyección”. Nada, sin embargo, lo salvó cuando el oxígeno escaseó a una altitud muy distinta a la isleña. “Me trepo al escenario y en medio de la canción empiezo a jadear. Esto es alto. Mano, esto no fue lo que me dijeron”, bromea. Y aclara que Santa Cruz es de los lugares menos altos del país suramericano.
Juan Pablo confía en que esta primera visita al sur quizá abra ventanas futuras. Cae la tarde y es hora de evitar a los mosquitos. Más tarde, Juan Pablo rescata la materia prima de la que se compone el género que eligió. “La salsa para mí es identidad, sobre todo en un País que constantemente lucha en contra de ella”, explica. Y continúa utilizando una cita a Rubén Blades: “La salsa es el folclore de la ciudad latinoamericana”.
–¿Qué te dejó el sur?
–Que el sur también existe.