Le llevó un año admitir que ya no recuperaría el movimiento y las fuerzas de sus piernas, después del accidente automovilístico que le provocó una fractura de la médula a la brasileña Cintia Girelli Ribeiro en 1987, cuando tenía 22 años.
Estaba con un grupo de jóvenes que regresaban de una fiesta y todos habían consumido bebidas alcohólicas, especialmente el conductor. El automóvil se volcó y dos quedaron parapléjicos.
Rechazaba la silla de ruedas, en la creencia de que el daño sería pasajero. Familiares la cargaban al baño y otras partes de la casa, en la sureña ciudad de Porto Alegre. “Pero la fisioterapia no resultó lo que yo esperaba”, reconoció, y se dio cuenta de sus nuevas condiciones de vida.
El tratamiento para convivir con la discapacidad le permitió a Ribeiro conocer una jugadora de baloncesto en sillas de ruedas que la invitó a juntarse al equipo en Río de Janeiro. Lo probó con reservas.
Pero en 1992 empezó a entrenar, dos años después fue llamada al seleccionado nacional y en 1996 participó en los Juegos Paralímpicos de Atlanta, en Estados Unidos. Ganó “una nueva vida, con muchos amigos y viajes, reconocimientos con medallas”, recordó.
Eran tiempos pioneros en Brasil, las jugadoras se acomodaban en alojamientos colectivos, con pobre alimentación, “desayuno de pan y café con leche”, pero Ribeiro está orgullosa de haber sido una de las que impulsaron el deporte de alto rendimiento para gente con discapacidades en el país.
“Hoy las deportistas duermen en hoteles, tienen buena alimentación, ganan la “beca de atleta” para dedicarse a los entrenamientos, disponen de mejores sillas de ruedas y equipos de tecnología avanzada”, resumió Ribeiro en diálogo con IPS.
Su historia tiene mucho en común con la de otros deportistas con discapacidades. La práctica deportiva empieza como terapia, “tanto física como mental, que cura depresiones, mejora el cuadro general, y luego apasiona” para transformarse en una profesión o “semiprofesión” como en su caso.
La décima edición de los Juegos Paralímpicos clausuró el domingo 18, tras 11 días de competencias en esta ciudad brasileña, con la participación de 160 países y 4,359 atletas. Entre el 5 y el 21 de agosto, Río de Janeiro acogió los Juegos de la 31 Olimpiada de verano.
Para Ribeiro, los Juegos Paralímpicos contribuyen a reducir prejuicios, mostrando que gente con discapacidad puede ser atleta. Además, ayudan al desarrollo de nuevas tecnologías y soluciones arquitectónicas de accesibilidad que mejoran la vida de todos.
Pero Claudia Werneck, periodista dedicada a la inclusión social de personas con discapacidad, teme que esa separación paralímpica, con “celebración de los más frágiles en un momento especial perjudica a la inclusión”.
“Sería más pedagógico el contacto entre olímpicos y paralímpicos, las Paralimpíadas acentúan la segregación y una mentalidad antigua de celebrar la discapacidad en días específicos”, opinó a IPS.
“Los seres humanos no nacieron separados, sino mezclados, con todas sus diferencias, y la inclusión es una práctica de todos los días”, arguyó. “No se imagina blancos y negros separados en torneos deportivos”, argumentó.
La educación inclusiva, que junta en las mismas aulas los estudiantes más diversos, con discapacidades o no, es una batalla de Werneck, quien fundó la organización no gubernamental Escuela de Gente.
Otra de sus campañas promueve el Teatro Accesible, cuyos espectáculos contemplan audiodescripción para los ciegos, lengua de signos para sordos y otros recursos que permiten la activa participación de todos.
Asegurar derechos a las personas con discapacidades siempre es su objetivo. Los Juegos Olímpicos y Paralímpicos “separan los dos extremos, los mejores de un lado y los más dañados de otro, sin considerar la multiplicidad de formas, lo que es negar la inclusión”, razonó.
Werneck reconoce que los Juegos Paralímpicos de Río 2016 entusiasmaron y emocionaron al público. Pero “emoción no conduce a la transformación social”, matizó.
Su temor es que los juegos segregados estimulen “un retroceso que es fortalecer la idea de que personas con discapacidad tienen derechos especiales, no comunes, y son felices separados”.
Es difícil imaginar hoy como mezclar los dos Juegos, aunque en algunas modalidades olímpicas, como boxeo, otras luchas y levantamiento de pesas, las disputas ya ocurren en categorías distintas, en general definidas por límites de pesos y podrían incorporar nuevas clasificaciones.
Algún día se tendrá que enfrentar, por ejemplo, la cuestión de la altura en voleibol y baloncesto, monopolizados por atletas cada día más altos. Son modalidades que excluyen los bajitos.
Los paralímpicos comprenden clasificaciones mucho más complejas y variadas, basadas en grados de discapacidad que siguen controvertidas calificaciones, que llevan a continuos recursos.
Ribeiro, por ejemplo, cree que fue perjudicada por su clasificación en 1996 en un rango superior a su condición real, lo que le restó posibilidades de participar en los Juegos Paralímpicos siguientes.
La nadadora brasileña Joana Neves, una mujer afectada por el enanismo, de 1.23 metros de altura, ganó dos medallas de plata y una de bronce en los Juegos Paralímpicos de Río, compitiendo con mujeres más altas, por lo tanto con brazos más largos, lo que puede ser decisivo en natación, pero con otras discapacidades, como amputaciones.
Pero los Juegos Paralímpicos ya se convirtieron en un gran negocio consolidado, un espectáculo para millones de espectadores presentes y miles de millones de televidentes, y por ello no es imaginable que pierda su identidad.
Tiene aspectos melodramáticos muy fuertes y diversificados para convertirse en un espectáculo mediático seductor, sumándose a la competencia deportiva.
Prácticamente todos sus atletas tienen biografías interesantes, pero algunas son conmovedoras.
Sebastián Rodríguez, nadador español, destruyó sus piernas en una huelga de hambre de 432 días, tras ser condenado a 84 años de cárcel por actos terroristas. La natación fue su redención y le permitió competir en alto nivel hasta ahora, a los 59 años.
Uno de los fotógrafos más respetados de los Juegos Paralímpicos de Río es un invidente. João Maia perdió capacidad visual a los 28 años, pero no la sensibilidad de quien fue un lanzador de pesas, dardo y disco. Ahora, a los 41 años, solo ve bultos, pero le basta para sus impactantes imágenes.
Campeones de arco y flecha y de natación que no tienen brazos, un piloto de fórmulas que prácticamente murió en un accidente en 2001, quedando sin circulación sanguínea por 15 minutos, y resurgió como ciclista medalla de oro, una enana que nada más rápido que mujeres de altura normal, son algunas historias especiales.
Paralelamente a todo eso hay una realidad de millones de personas sin acceso a locales públicos, sin trabajo y sin escuelas, debido a sus discapacidades.
En Brasil se habla de 45 millones de personas “con deficiencias” y en el mundo la Organización de las Naciones Unidas estima que 10% de la población mundial tiene distintas capacidades.