“No me queda más salvación que escribir, y escribirlo todo. Escribir las vísceras y las soledades. Escribir como si el alma se ausentara en un intento de fuga sin regreso. Como si fuera la única cosa realizable, el expiar de la condena. Escribir como si los huesos se fueran haciendo polvo…Y la única forma de retener el tiempo, el único modo admisible de limitar la pulverización, sería la escritura. El reloj contando los minutos y uno sabiendo que en el momento justo en que la mano se detenga, la carne toda caerá al piso sin remedio”.
Karla Suárez, La viajera
Hay en la forma de hablar de la escritora Karla Suárez, en su lengua suelta y desenfadada, su maranta rojiza, sus gesticulaciones enérgicas y su risa constante, cierta cualidad de niña, cierta energía lúdica. Desentona a veces en las mesas intelectualoides porque cada palabra parece surgir desde un impulso vital, despojada de disfraces académicos. Así se enfrenta a la literatura, desde el juego y la curiosidad.
Nació en La Habana y vive ahora en Lisboa. Es ingeniera informática porque le gusta. Escribe porque es una enfermedad incurable. Viaja porque es pulsión de vida. Ama sin tapujos a Cortázar y posee una aversión genética a la cocina. Visitó recientemente Puerto Rico como invitada del Festival de la Palabra y habló con Diálogo sobre literatura, música, viajes y la mirada curiosa del escritor-niño.
La literatura
Desde pequeña, Karla Suárez vivió rodeada de libros. Su madre era profesora de Literatura y tenía una biblioteca enorme en su casa habanera. Cada vez que la niña de pelo alborotado quería un libro, su madre le depositaba en sus manos una historia. Desde aquellos años de infancia, ya escribía cuentos y poemas. Con faltas de ortografías, sin ambición, con la única certeza de querer contar una historia.
Amaba también las matemáticas, y su sueño era ser científica. Eso la condujo a graduarse de Ingeniería en Computadoras, carrera que aún hoy ejerce. Le fascinaba abrir máquinas y explorar su funcionamiento. Pero Suárez está convencida de que la literatura es una enfermedad para la cual no existe cura. Una vez la contraes, te la llevas a la tumba. Y así, el papel, las palabras y la mirada literaria la han perseguido durante más de tres décadas.
En sus expediciones literarias, a los 15 años se produjo un quiebre. Le llegó a sus manos el libro Rayuela, del escritor argentino Julio Cortázar. “Todo lo que yo conocía como literatura hasta el momento se derrumbó y me abrió otra puerta”, recuerda.
Cortázar veía el mundo desde un ángulo distinto; a las cosas simples le arrebataba historias. “Yo quería vivir en un mundo así”, recapitula con entusiasmo en el Homenaje a Cortázar organizado por el Festival de la Palabra. La influencia del argentino se nota en sus primeros cuentos, agrupados en su libro Espumas. “Para Cortázar, las cosas se destruyen y se reconstruyen, eso es para mí la literatura”, sentencia.
Suárez aprendió a mirar el mundo de otra forma y, sobre todo, aprendió que no hay que estar todo el tiempo con los pies en la Tierra. “Tengo una forma muy cortazariana de ver la vida”, asegura sin asomo de duda. Cuando viaja, habla sola, “soy mi mejor interlocutora”, ríe. Ríe mucho. Cierta vez dijo que quería que la recordaran riendo; trata de conservar la capacidad de asombro de los niños.
Las historias de sus cuentos pueden surgir de cualquier parte. De una bombilla oxidada, un pedazo de papel olvidado, una frase jocosa de la calle. Contó que cierta vez se encontraba en un concierto. Cuando se apagó la música y se alejaron los rostros, solo quedó en el espacio un hombre viejo barriendo el piso. Iba amontonando la basura en su recogedor, quizás botellas vacías y chicles mascados. En cambio, Suárez vio —y ese “ver” parte de una mirada torcida, fuera de la lógica gris y estructurada— que el viejo recogía notas musicales, esas que se escapan en falso de la garganta de un músico entusiasmado. De ahí surgió una historia.
Aunque sus primeros cuentos no tenían nada que ver con la realidad —ya que “quería abrir la ventana, salir a otro mundo, vivir otras vidas”— poco a poco la realidad se fue colando en sus textos. La cotidianeidad se convirtió en su sello pero desde una óptica distinta. En la literatura de Suárez, existe una poesía de lo cotidiano. “Ya todo está contado, lo que cambia es cómo lo cuentas”, sentencia.
El viaje
“Si pudiera usar un verbo para definirme sería partir, yo siempre estaría lista para partir”, dijo Suárez en la charla Mujeres que viajan solas del Festival. El viaje para Suárez no es solo un desplazamiento físico sino una travesía interna. Le gusta viajar sola, pues así camina mucho y habla con cualquier desconocido. Siempre lleva una agenda en la cartera donde anota todo como lo va sintiendo.
“No obligatoriamente tu ciudad es la ciudad en que naciste”, comentó. De esa reflexión surgió la novela La viajera, en la que la protagonista recorre el mundo en busca de su ciudad. “A veces uno se siente más extranjera en su propia tierra”, opinó. Suárez ha desarrollado un gran gusto por recorrer el mundo, que la ha llevado a escribir crónicas de viaje de Italia, Argentina, Francia, Estados Unidos y Portugal, que han sido publicadas en el suplemento “El Viajero” del periódico español El País.
Partió de Cuba por primera vez rumbo a Roma en 1998, luego de que la Fundación Alejo Carpentier de La Habana le otorgara una beca de creación. Cinco años después emprendió su nueva aventura por las calles de París. Ahora vive en Lisboa, ciudad en la que organiza el club de lectura del Instituto Cervantes. Portugal también publicó su tercera novela, Habana año cero, en la que retoma la época del período especial en Cuba.
Aún con todos sus viajes por el mundo, La Habana se ha mantenido viva en toda su obra. Publicó en el 2007 Cuba: los caminos del azar, en la que su prosa fresca y autobiográfica dialoga con la fotografía del italiano Francesco Gattoni. “El viaje relativiza todo. Tu país se recoloca. Empiezas a equilibrar más tu visión respecto a tu propia ciudad”, notó.
Su primera novela, Silencios, ganadora del premio Lengua de Trapo de España, narra la historia de una mujer en su tránsito desde su niñez a su adultez en Cuba. Su segunda novela, La viajera,es de una mujer cubana en su travesía por el extranjero. “Aunque La Habana de ahora no es La Habana que yo conocí”, dijo sin nostalgias.
La música
Suárez tampoco quiere imaginarse un mundo sin música. Estudió guitarra clásica en un conservatorio de La Habana, pero abandonó los estudios “porque era muy jovencita para determinar qué iba a hacer con mi vida”.
No obstante, el pentagrama se manifiesta en sus textos. La estructura de la colección de cuentos Carroza para actores se divide en las partes de una sinfonía. Suárez apunta la música que escucha cada uno de sus personajes y hay constantes referencias a temas y melodías. “Con la música te llevas toda tu vida”, recalca. A medida que escribe, también crea una banda sonora del libro.
Además, la música y las matemáticas han irrumpido en la forma de sus textos. Suárez confesó que tiene una obsesión estructural: todas sus novelas aspirar a tener capítulos de 10 páginas cada uno, como si fueran compases musicales. “Es importante para el ritmo de la lectura”, se detiene por un momento. “Es una enfermedad, una cosa rara”, se echa a reír.
En la novela que está escribiendo ahora, el protagonista tiene los audífonos puestos en este instante, escuchando música. Quizás es ingeniero; en todas sus novelas hay al menos un ingeniero. Pero debe gustarle la poesía. Es en ese choque amistoso entre los dos grandes mundos, entre los dos hemisferios del cerebro, donde Suárez se posiciona para traer una literatura viva, desde lo cotidiano, desde el asombro y la duda.