
Acompañados por la profesora, Ping-Hui Li en el piano, los estudiantes de Mandarín entonaron el “Kanding qingge” (Invisible Wings). Miss Chunxiao Gao interpretó con su violín “Spring of Xingjian”, y de aquí en adelante, la festividad lunisolar se fue en juegos para diferenciar los principales grafemas chinos, rompecabezas, tennis, soccer y otros inventos alegres.
China es un país que sigue y no sigue el calendario gregoriano. Su tradición se remonta a un milenio previo a la aparición de Cristo en la historia. Antes del León de la Tribu de Judá, antes de que los Papas y las inquisiciones y los jesuitas existieran, ya en China el león recorría las calles de la buena fortuna arrojando el perfume del fuego.
Y ese mismo vistoso león de ojos saltones hizo su aparición el 15 de febrero de 2015 en la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. En un enorme letrero rojo se leía una amistosa bienvenida: “Chinese New Year Garden Party”. En muy pocos años ha crecido el interés en los estudiantes riopedrences por adentrarse en los antiguos fonemas del Mandarín, y este creciente fervor ha llevado a que se celebre por primera vez esta alegre festividad que evoca la primavera y que es una ocasión antiquísima para estar con la familia y los amigos.
La profesora Meili Deng, quien enseña mandarín en la Facultad de Humanidades y que fue una de las principales coordinadoras de la actividad, indicó que la festividad se pudo llevar a cabo por primera vez gracias a la colaboración activa del Chinese Student Union y el Asian Community & Youth Association. Junto a esta última sociedad todo fue financiado por el Consulado Chino en Houston en colaboración con la Facultad de Humanidades y la Facultad de Ciencias Naturales.
El rojo es el color de la buena suerte, representa la vitalidad, la felicidad y el vigor. Por todas partes colgaban banderines rojos y chispeantes linternas de papel con grafemas en oro. Algunos eran aforismos de sabios antiguos, refranes o curiosidades sobre el folklor chino. En el banquete que se repartió al medio día había pato en salsa agridulce, arroz con vegetales, fideos con pollo al ajillo, papas, frutas y otras delicias crujientes.
Al mirar a mi alrededor y ver a chinos, nepalíes, indios y puertorriqueños celebrando juntos, mientras las notas del laúd llenaban el aire, me sentí herido por un destello de felicidad. Algunos de ellos son mis amigos y con un gran esfuerzo hemos podido comunicarnos.
Los niños chinos jugaban con sus globos y los ancianos, posiblemente los abuelos de esa nueva generación que nació aquí, comían tranquilamente a la sombra de los árboles. Toda una vorágine de sonidos que podía descodificar porque eran en español o inglés, o sonidos que me quedaban totalmente ajenos porque eran en mandarín.
Me llena mucho de satisfacción que esta población de chinos encuentre en mi isla un lugar en donde amar. No conozco la mitad de las historias tristes y alegres de ellos. Muy pocos de ellos aprenden un español satisfactorio. No sé si llegaron aquí forzados por una necesidad de escapar a los estragos de la pobreza. No sé si les pesa estar lejos de las brumas de su país o si les alegra haber encontrado otro refugio en donde permitir reírse. Pero por si alcanzan a leerme, de mí quiero decirles de que no quepo en mi cuerpo de la contentura y que estoy feliz como puertorriqueño de que estén aquí y de que podamos compartir juntos en este siglo y en esta vida, este mismo pedacito de tierra en el Caribe.
¡Que el nuevo año avance con buena fortuna para los que viven aquí y los que viven en la China!