La economía en Brasil atraviesa una recesión encarada como un ciclo que, aunque más prolongado que otros, se superará en uno o dos años más. Su industria, sin embargo, parece vivir una crisis que pone en duda su destino.
Hace prácticamente dos años que se reduce su producto, en una tendencia que se agrava, sin perspectivas de reversión. En noviembre, la caída fue de 12.4 por ciento en comparación con noviembre de 2014, según los últimos datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE).
La comparación más amplia, de enero-noviembre de 2015 con respecto el mismo período de 2014, apuntó un retroceso de 8.1 por ciento en todo el sector y de 9.7 por ciento en la industria de transformación, clave para el desarrollo de un país y la generación de mejores empleos.
El descenso de la industria en Brasil viene de muchos años, pero sus indicadores negativos eran “amortiguados” por la actividad extractiva, mineral y petrolera, cuyo crecimiento “compensaba” la retracción de la manufactura, observó Rafael Cagnin, economista del Instituto de Estudios para el Desarrollo Industrial (IEDI).
Con el derrumbe de los precios internacionales de las materias primas, desde 2014, y la desaceleración del crecimiento económico de China, el sector industrial brasileño perdió “el colchón” del sector extractivo que atenuaba sus pérdidas, acotó en diálogo con IPS.
En noviembre, hubo una caída adicional de la producción extractiva porque se rompió una represa con los desechos de la empresa minera Samarco, una asociación entre la firma brasileña Vale y la angloaustraliana BHP Billiton.
Los efluentes provocaron una tragedia ambiental, al enlodar cerca de 600 kilómetros del río Doce, un eje de la minería en los colindantes estados surorientales de Minas Gerais y Espíritu Santo, afectando la actividad durante noviembre y los meses siguientes y acentuando así los índices depresivos de la industria.
“Pero el núcleo duro del sector, como los bienes de capital y bienes de consumo durables, sufren de hecho una crisis aguda”, destacó Cagnin.
En los primeros 11 meses de 2015, las máquinas y equipos productivos amargaron con el derrumbe de su actividad de 25.1 por ciento en relación a enero-noviembre de 2014. Los durables, cayeron 18.3 por ciento, encabezados por automóviles y aparatos eléctricos de uso doméstico.
Hay ramas en que los datos son más que desalentadores. Los equipos para construcción sufrieron una caída récord de 57.8 por ciento, lamenta la Asociación Brasileña de Tecnología para Construcción y Minería (Sobratema).
Para eso, además de la recesión, el desempleo y la inflación que alejan los brasileños del mercado inmobiliario y merman las inversiones en grandes proyectos mineros y de infraestructura, contribuyó el escándalo de corrupción en los negocios de la empresa petrolera estatal Petrobras.
Las mayores constructoras brasileñas fueron involucradas en las investigaciones policiales sobre el pago de propinas a políticos y directores de la Petrobras, para la conquista de millonarios contratos. Algunos dirigentes de esas empresas fueron detenidos.
La construcción, cuya activación usualmente sirve para sacar economías del estancamiento, no puede por el momento cumplir esa función. Al revés, se hizo una máquina de desempleo. Despidió cerca de 514,000 personas en 2015, según el Sindicato de la Industria de Construcción de São Paulo.
Por sus datos, el total de trabajadores en la actividad en Brasil volvió al nivel de 2010, cerca de 2.9 millones de empleados formales.
La devaluación de la moneda local es apuntada como una puerta a la recuperación económica. El real perdió 46 por ciento de su valor en relación al dólar estadounidense en 2015.
“El cambio, que estuvo fuera del lugar mucho tiempo, ahora restablece la competitividad de la industria nacional, amplía posibilidades de exportación y abre mercados, pero solo como potencialidad”, advirtió Cagnin.
Los efectos positivos de la devaluación del real “demandan mucho tiempo”, porque requieren un esfuerzo para “buscar antiguos clientes, rehacer contratos, ampliar la oferta. Muchas empresas salieron del mercado internacional, perdieron compradores, ahora tienen que reanudar contactos, volver a mostrar sus productos”, señaló.
“Todo eso exige recursos financieros, viajes, oficinas en el exterior, más personal volcado a exportaciones”, acotó. Pero el cambio devaluado “favorece también la reconquista del mercado interno, que en Brasil es el principal, por su tamaño. Exportar es una alternativa”, matizó.
“Además el mercado internacional no está bueno para pescar, con el comercio exterior creciendo menos que el producto bruto interno, al contrario del pasado, y por ello intensificando la competencia”, planteó el economista en su reflexión para IPS.
“Se suman incertidumbres sobre China, que tiende a ser más agresiva para vender más, incluso devaluando su moneda”, dijo.
La inestabilidad en la recuperación estadounidense y el estancamiento en otros mercados ricos son otras trabas a la exportación de productos industriales por Brasil.
Por otro lado, “la devaluación cambiaria aumenta costos”. La sobrevaluación del real en las dos últimas décadas “estimuló las empresas brasileñas a sustituir insumos nacionales por los importados, dolarizando parte de sus costos, que ahora subieron con el real devaluado”, explicó.
“A largo plazo es positiva la devaluación, pero en el corto plazo impone muchos desafíos, revisar la estrategia, sustituir importaciones si posible, pero produciendo similares en el país con la misma calidad del importado”, concluyó.
Las pérdidas acumuladas de la industria son “el epicentro de la crisis económica” brasileña, definió el IEDI, creado en 1989 por un grupo de empresarios en el sureño estado de São Paulo, el más industrializado de Brasil.
La producción industrial del país volvió al nivel de 2009, por los seguidos retrocesos en el sector, cuya utilización de la capacidad instalada bajó a 74.6 por ciento en noviembre, 5.7 puntos porcentuales menos que un año antes.
Gran parte del retroceso se debe a la sobrevaluación cambiaria que se hizo permanente, incluso como instrumento para contener la inflación, desde 1994, cuando Brasil logró controlar su hiperinflación con el llamado Plan Real.
Solo se produjo un intervalo de cuatro años a partir de 2002, cuando la elección del líder obrero Luiz Inácio Lula da Silva a la Presidencia de Brasil generó temores que depreciaron la moneda local.
Un tipo de cambio que fomentaba las importaciones para presionar las empresas locales a bajar sus precios y altos intereses lograron superar décadas de inflación de dos, tres y hasta cuatro dígitos que tumultuaban la economía, trabando su crecimiento y agravando las desigualdades.
Pero es conocido el efecto destructivo especialmente para la industria de transformación que ejerce la sobrevaluación que muchos denominan “populismo cambiario”, por elevar artificialmente el ingreso nacional y favorecer viajes al exterior y la importación de bienes sofisticados.
Pero hay consenso sobre que la falta de competitividad de la industria brasileña no se debe solo al cambio, sino también a la falta de innovación tecnológica, baja escolaridad, infraestructura precaria y un sistema tributario enredado.
La crisis actual no parece representar solo un ciclo de baja, sino la necesidad de revisar el desarrollo económico de Brasil.