La llegada masiva e incontrolada, y en muchos casos ilegal de ciudadanos asiáticos, africanos y del Cercano Oriente al continente europeo durante los últimos años y particularmente en el 2015 le plantea a esa región una serie de disyuntivas difíciles que debe resolver con sentido de urgencia. La llegada de inmigrantes a Europa no es un fenómeno nuevo. Desde los 1950 comenzaron a llegar ciudadanos turcos a Alemania, caribeños y surasiáticos al Reino Unido y argelinos a Francia. Lo que sí es novedoso es la dimensión descontrolada e ilegal de la reciente migración.
Ello responde a varios factores, incluyendo la desestabilización del Cercano Oriente por una serie de decisiones erradas, como la intervención de Estados Unidos en Iraq y el derrocamiento de Saddam Hussein como Presidente de Iraq en 2003. Otro factor desestabilizador lo fue la intervención franco-británica y el derrocamiento del gobierno de Muammar Al-Qaddafi en Libia en 2011. También hay que añadir el, hasta ahora fallido, intento de derrocar al gobernante sirio Bashar Al-Asad mediante una guerra civil fomentada por las potencias occidentales desde 2011. Aunque éste no ha sido derrocado, el resultado ha sido una guerra civil de cuatro años en Siria que ha cobrado 300,000 vidas y generado 3,000,000 de refugiados. También ha destruido la infraestructura e incluso el patrimonio cultural de un país cuna de las civilizaciones más antiguas de la humanidad.
Las potencias occidentales han cometido un grave error de cálculo geopolítico al desestabilizar a Hussein, Al-Qaddafi y Al-Assad. Estos tres gobernantes, aunque autoritarios (“dictadores” según Occidente) mantenían un orden y unos sistemas estables. Además, establecieron gobiernos laicos y progresistas socialmente, ya que se distinguieron por políticas sociales avanzadas en educación, salud e igualdad femenina en una región del mundo no caracterizada por los derechos de la mujer, y aunque Occidente no quiera reconocerlo, tenían altos niveles de apoyo entre la población.
En su fijación por detener la influencia de Irán (aliado de Al Assad y Al Qaddafi) y Rusia (aliados de Assad, Al Qaddafi y Hussein), Estados Unidos, el Reino Unido y Francia han decidido apoyar grupos rebeldes en contra del gobierno sirio. Las potencias occidentales identifican dichos grupos como la oposición “moderada” del Ejército Libre de Siria. Simultáneamente, Turquía, Arabia y Qatar han estado armando una oposición yihadista, entre los que se cuentan el Frente Al-Nusra (afiliado sirio de Al-Qaeda) y el Estado Islámico (ISIS). Al final, los rebeldes apoyados por Occidente han terminado asociándose y confundiéndose con los yihadistas e incluso transfiriéndole el armamento provisto por Occidente, lo que crea la situación paradójica de Occidente apoyando indirectamente a quienes deberían ser sus principales enemigos, Al-Qaeda. Una de las consecuencias ha sido la salida de millones de sirios de su país.
Millones de individuos que van desde todo el Magreb (Norte de África) y el este de África hasta Bangladesh e India, cruzando por Irán y Paquistán han aprovechado la caída de los gobiernos libio e iraquí, los problemas de Siria, y la inestabilidad y el fracaso y colapso de la autoridad en estos países para desplazarse sin trabas en dirección a Europa. La actual situación se ha complicado aún más por la inconcebible e irresponsable torpeza de Ángela Merkel, canciller de Alemania, quien invitó a todos los refugiados e inmigrantes a trasladarse a Europa. Durante la época de Al-Qaddafi, éste mantenía bajo control a los migrantes africanos que querían desplazarse a Europa a través de Libia (país africano más cercano a Europa). Al-Qaddafi incluso los deportaba en masa de regreso a sus respectivos países. Hasta Italia llegó a apoyar a Al-Qaddafi, consciente de lo que pasaría si el estado libio colapsaba. Berlusconi, primer ministro italiano y Al Qaddafi mantuvieron una relación de cooperación y amistad entre Italia y su antigua colonia (Libia).
Igualmente, los grupos terroristas islamistas como Al-Qaeda y otros no eran capaces de operar en Libia durante la época del “dictador”, ya que éste los reprimía de manera significativa. A conclusiones similares se puede llegar respecto al Iraq de Hussein y la Siria de Assad (durante sus mejores días previo a 2011). Los tres “dictadores” golpeaban severamente al terrorismo islamista e imposibilitaban el surgimiento de Al-Qaeda en sus territorios. Tampoco permitían el tráfico descontrolado de seres humanos que actualmente ejercen mafias internacionales y que explotan a los migrantes y refugiados. En los tres países había un estado funcional, capaz de mantener un orden social y político, hacer cumplir las leyes internacionales y garantizar una estabilidad regional.
Occidente ha impuesto, tras su intervención en Iraq en 2003, modelos políticos exógenos a la región del Cercano Oriente, tales como el paradigma de la “democracia” que sólo han servido para elegir fundamentalistas islámicos enemigos de la democracia. La disfuncionalidad de un modelo de democracia liberal en la región fueron demostrados por los casos de Egipto, Argelia y Palestina, donde la “democracia” condujo a la elección de la Hermandad Musulmana, el Frente Islámico de Salvación y Hamas respectivamente, todos terroristas islámicos, y enemigos de la democracia y de un orden liberal-laico. Sólo la intervención de la Fuerzas Armadas salvaron a Argelia y Egipto de no caer en dictaduras islámicas, elegidas “democráticamente”. Gaza (en Palestina) continúa gobernado por el terrorismo islámico de Hamas. Iraq y Libia se han convertido en estados fallidos, sin gobiernos que puedan ejercer autoridad y en realidad fragmentados entre innumerables facciones. Todo ello siguiendo el paradigma “democracia”.
Entre estados fallidos acosados por el terrorismo islamista o gobernantes autoritarios laicos y progresistas socialmente, Estados Unidos y Europa nunca entendieron y siguen sin entender quienes son sus verdaderos amigos y sus verdaderos enemigos. Occidente sigue apoyando a Turquía, Arabia Saudita y Qatar, dictaduras proislamistas, monárquicas algunas, y que financian el terrorismo, y lo hacen por un temor irracional a Rusia e Irán y por una identificación equivocada de sus intereses geopolíticos. Occidente debería entender que se debe hacer causa común con Rusia, quien también lucha contra el terror islamista y forma parte de una misma civilización amenazada por éste. De hecho, tras los atentados de París de noviembre de 2015, ya Francia finalmente se ha dado cuenta de la importancia de coordinar su defensa con Rusia para combatir al Estado Islámico. El presidente francés Francois Hollande ha dejado de enfatizar la salida del presidente Al-Asad en Siria y se mueve más a coordinar con Vladimir Putin (presidente de Rusia), una estrategia común contra el Estado Islámico.
El Estado Islámico es la nueva amenaza mundial, equivalente a lo que fueron los nazis de Alemania y las potencias del Eje (nazis alemanes, fascistas italianos, militares japoneses) durante los 1930 y 1940, los enemigos de toda la humanidad y de la civilización. Son asesinos despiadados de niños/as, traficantes de mujeres, esclavistas, torturadores extremos, además de ignorantes destructores del legado cultural y arqueológico de Siria e Iraq. Han destruido templos, estatuas y monumentos de las civilizaciones helénicas y babilónicas, todo ello motivado por fanatismo religioso y absoluta falta de cultura y educación. Por ello, la solución requiere de una alianza mundial para erradicar al Estado Islámico y a todos los demás yihadistas. Ya el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó la resolución 2249 autorizando el uso de todos los medios disponibles para destruir al Estado Islámico. Sólo falta que todos los países demuestren su compromiso político y participen de la represión de la mayor amenaza a la humanidad contemporánea. Turquía, Arabia y Qatar deberían ser investigados y sancionados por Naciones Unidas por complicidad con el terror.
Millones de ciudadanos sirios e iraquíes han sufrido las consecuencias de esta inestabilidad. De acuerdo con la ley internacional humanitaria, los refugiados, definidos como ciudadanos que escapan una situación en la que hay peligro inminente de muerte o daño, tienen derecho a cruzar una frontera internacional para salvaguardar su vida y no deben ser rechazados. Sin embargo, este derecho es uno de “refugio”, lo que significa que no es permanente. Una vez concluya la emergencia, el país que los acogió puede pedirles que regresen a su país de origen. Es prioritario distinguir entre migrantes y refugiados, distinción que no siempre se hace correctamente y que genera mucha confusión y hasta acusaciones infundadas contra los países europeos cuando se niegan a acoger a algunos de los migrantes de países que no sean Siria o Iraq.
Ningún país está obligado a acoger emigrantes. A nivel internacional, no existe un derecho a emigrar. Los migrantes que realizan este acto de manera ilegal sí tienen un derecho a ser tratados humanitariamente, pero no a permanecer en un país europeo ni en ningún país, si este no desea acogerlos. Es con relación a esta regla con la que hay confusión y desinformación respecto a la crisis actual en la cual llegan alrededor de 10,000 personas a Europa diariamente. Es por ello, que los países de la Unión Europea han decidido finalmente a principios de diciembre acoger a sirios, iraquíes y afganos como refugiados, pero negarles el acceso a los demás a partir de este momento. De hecho, ya lograron ingresar miles de migrantes (no refugiados) de otros países, algunos falsificando pasaportes sirios.
La identificación de dos de los terroristas en París como individuos provenientes de Siria ha enfriado el entusiasmo de varios sectores europeos de acoger este número de personas. El ritmo de 10,000 diarios es claramente insostenible, ya que se convertirían en millones y decenas de millones en varios años. Sólo en 2015, habrán llegado un millón de refugiados y migrantes a Europa. Luego, comenzarían a exigir la “reunificación familiar” y traerán millones más de familiares. Esta situación tiene que ser detenida ya que también está fortaleciendo a los partidos de extrema derecha y neonazis en Hungría, Francia, Suecia, Noruega, Italia, Polonia, República Checa, Eslovaquia, Serbia, Croacia, Bulgaria, Rumanía, Holanda, Reino Unido, Dinamarca, Finlandia y Grecia. Cada vez mayores sectores de la opinión pública europea se sienten amenazados por esta ola de migrantes y refugiados. Temen el terrorismo potencial, un aumento de la delincuencia y la posibilidad de que la cultura europea se vea amenazada por ciudadanos extranjeros que no comparten sus valores liberales y laicos.
En el Reino Unido y Francia, los cuales ya poseen poblaciones musulmanas considerables, estos problemas de terrorismo, delincuencia y desafíos a los valores laicos y humanistas europeos ya es una realidad altamente problemática para estas sociedades. A modo de ejemplo, el Reino Unido tiene un problema serio de “crímenes de honor” cometidos por hombres musulmanes contra sus propias hijas o hermanas por haber “manchado el honor de la familia” antes del matrimonio. Otro ejemplo, es la proliferación de mezquitas desde donde se reclutan potenciales terroristas para el Estado Islámico en nombre de la religión. Francia ha tenido múltiples problemas de terrorismo islamista y de ataques a los judíos franceses por parte de sus poblaciones musulmanas, así como desafíos al carácter laico de la sociedad francesa con las personas que insisten en rezar en público y utilizar el velo en público. La Unión Europea tiene que evitar a toda costa una radicalización de la vida política europea y la posibilidad de que Europa misma se desestabilice. Esta crisis incluso está generando conflictos y contenciosos entre países europeos: Alemania, Italia, Suecia y Grecia pidiendo a otros países de Europa que compartan la carga de los migrantes y refugiados, por otra parte Polonia, República Checa, Eslovaquia y Hungría negándose rotundamente. Eslovaquia va a acudir al Tribunal Europeo de Justicia para desafiar la orden de la Unión Europea de compartir la carga de los refugiados entre todos los países. La Unión Europea tampoco debe dividirse por este asunto y poner en peligro su cohesión y su proyecto de integración europea.
Europa ya ha sido muy generosa con los refugiados y emigrantes. En juego está si Europa seguirá siendo el continente del humanismo o si se convertirá en algo diferente. Por ello, países como Hungría, Polonia, La República Checa y Eslovaquia ya han manifestado que no acogerán más inmigrantes ni refugiados. Hungría incluso ha construido un muro sellando parte de su frontera. También Grecia y Bulgaria han hecho lo propio y Eslovenia comenzó su propio muro. En juego está también la supervivencia del mundo occidental. La historia nos pone en evidencia que las civilizaciones pueden colapsar si no combaten amenazas que las van socavando. El Imperio Romano fue colapsando cundo permitió a los pueblos bárbaros germánicos instalarse dentro de sus fronteras, cambiando al Imperio para siempre y llevándolo a su eventual decadencia. La supervivencia de Europa es fundamental para la civilización occidental. El resto de Occidente (América del Norte, América Latina, Australia) no puede sobrevivir si Europa colapsa.
Otros países asiáticos y de altos ingresos o que crecen económicamente como China, Japón, Corea del Sur, Qatar, Arabia Saudí y Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos tienen una obligación de compartir a la solución, lo cual no han iniciado hasta el momento. Además, los refugiados y emigrantes se adaptarían mejor culturalmente a los valores más conservadores de estas sociedades asiáticas.
El autor es profesor de Ciencia Política en el Recinto Universitario de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico.