La democracia vive un ciclo de descenso mundial, después de algunas décadas de auge, en que superó las dictaduras en el sur de Europa y en América Latina y avanzó en Asia. A la larga puede estar condenada a desaparecer en su forma actual.
Pero Brasil no es un ejemplo de las amenazas a ese sistema político, pese al trauma de la destitución de Dilma Rousseff el 31 de agosto, tildada de “golpe de Estado” por los defensores de la ahora expresidenta, según el sociólogo Elimar do Nascimento, profesor de la Universidad de Brasilia.
“No hubo golpe, ni la democracia está bajo riesgo a corto plazo en Brasil, gracias a la actitud de la población y los militares”, lo que sí hay son presiones a favor de una reforma política que limite la proliferación de partidos y mejore la representación política, sostuvo.
La destitución de Rousseff por un mecanismo constitucional “reflejó claramente su incapacidad de gobernar la sociedad brasileña en un mundo globalizado, de múltiples intereses corporativistas que se apropian del Estado”, deficiencia común a la izquierda latinoamericana, opinó el investigador.
“El debilitamiento de la izquierda” es un síntoma de esa época en que grandes grupos económicos conquistan el creciente poder político, en desmedro del “espacio público” en los gobiernos y organismos internacionales, acentuando desigualdades que amenazan la sobrevivencia de la democracia, señaló a IPS.
Otro factor de riesgo es el “incremento del terrorismo que solo se enfrenta fortaleciendo aparatos de seguridad, de control y prohibiciones. Sin las utopías, los jóvenes son atraídos por actos radicales y el terrorista solitario extiende su acción al espacio global”, acotó.
Pero es en la crisis ambiental del planeta como verdugo de la democracia que Nascimento, director del Centro de Desarrollo Sustentable da la Universidad de Brasilia, concentra sus más recientes reflexiones.
Los gobiernos actúan en el ámbito nacional y a corto plazo, dentro de mandatos de cuatro a seis años, insuficientes para medidas eficientes en cuestiones ecológicas, que demandan décadas y acciones globales.
“Con el cambio climático, esa crisis tiende a agravarse rápidamente y acabará por exigir medidas autoritarias, incluso porque en sistemas complejos como el clima la falla en algunos requerimientos puede acelerar el colapso”, explicó.
Entre libertad y sobrevivencia no habrá elección, arguyó.
Nascimento forma parte del Instituto Internacional de Investigación Política de Civilización, con sede en Francia y dedicado al debate de desafíos de la humanidad.
En su evaluación, “los indicios de retroceso en la vigencia democrática actual recuerdan las vísperas de las guerras mundiales”. Luego de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) hubo un ciclo de expansión, como había ocurrido en el siglo XIX en Europa y América del Norte.
Ahora lo que se ve es una fuerte tendencia mundial de concentración de la riqueza, el avance de la extrema derecha en Europa y las fragilidades de la izquierda, especialmente en América Latina, con el agotamiento del ciclo de gobiernos considerados progresistas.
“Tienen razón los que apuntan una crisis de la democracia en escala mundial, reflejada principalmente en el creciente descrédito popular en el sistema de representación, ineficiente y disconforme con la complejidad de las sociedades y de los medios de comunicación existentes”, corroboró el historiador Daniel Aarão Reis.
Es inevitable para un sistema consolidado “en un contexto social e histórico totalmente distinto del nuestro”, que se convertirá en “reliquia de la historia” si no se renueva, admitió a IPS el profesor de la Universidad Federal Fluminense, de Niteroi, una ciudad del área metropolitana de Río de Janeiro.
Su actualización “puede demorar décadas, debido a los variados intereses involucrados, pero es cada día más evidente la incapacidad del sistema democrático actual para lidiar con los problemas sociales, culturales, económicos y políticos, y solucionarlos”, sentenció.
En Brasil, en su opinión, hay dificultades adicionales por “el escaso arraigamiento de los valores democráticos en la sociedad y en las principales corrientes políticas, sean de izquierda o de derecha”. Fijarlos exige un proceso que lleva “décadas, incluso generaciones”.
El actual período democrático brasileño tiene solo 31 años, ya que el país vivió bajo una dictadura militar entre 1964 y 1985. A muchos otros países latinoamericanos los amargaron regímenes autoritarios, en su mayoría castrenses y apoyados por fuerzas civiles conservadoras, entre las décadas de los 60 y los 80.
Es natural, por ende, que la oleada de redemocratización que favoreció a la izquierda, identificada con la libertad, también busque la igualdad.
Incluso sobrevivientes de guerrillas que desafiaron dictaduras militares, como la propia Dilma Rousseff, ascendieron al poder por la vía electoral, presentados como campeones de la resistencia democrática, aunque sus movimientos armados propugnasen un régimen comunista, también dictatorial.
Más que por valores, la democracia en Brasil se sostiene “porque una correlación equilibrada de fuerzas impide que una aplaste las demás, un equilibrio que quedó visible en la larga transición democratizadora y tomó forma en la Constitución nacional de 1988”, opinó Aarão Reis.
“Mientras se mantenga ese cuadro, la democracia se sostendrá, aunque sin bases muy sólidas”, concluyó.
El descontento de la población, sin embargo, se expresa en las calles desde 2013 y en encuestas variadas. La batalla por la destitución de Rousseff, desde 2015, encauzó las manifestaciones en el rechazo o en defensa de la expresidenta, pero no borró los varios matices de las protestas.
La corrupción, principal blanco de los millones de opositores que salieron a las calles, estigmatizó principalmente al Partido de los Trabajadores, de Rousseff (2011-2016) y Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011), pero hay la conciencia de que esa es una llaga generalizada en el sistema político brasileño.
Desde apenas cuatro días después de consumada la destitución de Rousseff, comenzaron las manifestaciones multitudinarias en rechazo al nuevo presidente, el conservador Michel Temer. Decenas de miles lo han hecho en São Paulo, el 4 y el 7 de septiembre, y otras miles en Río de Janeiro y otras ciudades brasileñas.
Un vicepresidente ascendido a titular, como Temer, tiende a extremar el sentimiento, ya diseminado en el mundo, de la escasa representatividad de gobernantes y políticos, al no elegirse por votación popular, aunque él haya sido parte de la fórmula de Rousseff en los comicios de 2010 y de 2014.
Su presencia, además, impide la realización de nuevas elecciones que serían la forma más democrática de la sociedad decidir su propio destino.