SOBRE EL AUTOR

“Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, que persigue invariablemente el mismo objetivo, evidencia el designio de someterlos bajo un despotismo absoluto, es el derecho de ellos, es el deber de ellos, derrocar ese gobierno y proveer nuevas salvaguardas para su futura seguridad…”
– Declaración de Independencia de los Estados Unidos
La grotesca máscara que fungía como fachada de la farsa democrática se viene abajo. Su golpe en el suelo produce un estruendoso ruido que retumba en los tímpanos de una multitud que se organiza para resistir. Ya tenemos un largo encadenamiento de abusos, atropellos y violaciones al ordenamiento constitucional que nos conducen hacia la consolidación de un “nuevo” paradigma político en nuestro país: el autoritarismo “democrático”. En otro artículo propuse que vivimos un autoritarismo con pretensiones totalitarias, el evento de anoche (30 de junio de 2010) subraya, ennegrece y bastardiza (apropiado, ¿no?) esa lectura propuesta en febrero. No soy de los que promueve el uso irresponsable de la terminología alusiva a la Segunda Guerra Mundial. El Partido Nuevo Progresista no es nazi ni totalitario; el PNP es el PNP y tenemos suficientes imaginarios con los cuales enriquecer nuestra representación de este partido y su gobierno. (1)
¿A qué me refiero con eso de autoritarismo “democrático”? Las tendencias globales se pueden leer como un aumento sin precedentes en los poderes del Estado frente al pueblo, esa subjetividad política, propuesta por Thomas Hobbes, que le entrega sus derechos “naturales” al soberano (Estado). En Toronto, Canadá, como en Dinamarca el año pasado, la policía recibió poderes especiales para obligar a cualquier persona a identificarse cuando se encontrara cerca del área de la reunión del G20. Las sociedades “occidentales” están rompiendo con la distinción amigo/enemigo mediante la cual el segundo se define como aquel que constituye una amenaza para el Estado y el primero como quien no es una amenaza. Con la creación/identificación de un “enemigo” interno, el gobierno procura justificar la institución de un estado de excepción que altere la normatividad vigente. La volatilidad social, parcialmente el producto del colapso económico y la alteración de las relaciones de poder, y la “amenaza” del “terrorismo” apoyan la intención del Estado de aumentar sus poderes de vigilancia y castigo. Así, el espacio interno público de un territorio se transforma en un campo de batalla, en escenario de guerra.
El autoritarismo “democrático” podría parecer una contradicción en términos, sin embargo la articulación de un estado de excepción viabiliza la centralización del poder y la cancelación de derechos (constitucionales). Donde gobiernan los hombres y no la ley, no existe un estado de derecho que “garantice” libertades básicas ni fundamentales. Toda toma de decisiones a puertas cerradas entre funcionarios electos, oficiales no electos y ciudadanos leales al partido de gobierno violenta cualquier principio de transparencia y participación democrática. Una verdadera, rica y compleja democracia es la que se hace en el día a día, en el poderoso acto de diferir abiertamente. No basta con votar cada cuatro años pues el fetiche electorero es el mejor ejemplo del colapso de una democracia. Para un gobierno autoritario los ciudadanos somos estorbos para la consecución de beneficios personales y cualquier esfuerzo por retar la impunidad del que gobierna es confrontado con la imposición de la violencia subjetiva y objetiva.
Llamar “héroes” a los policías es una práctica digna del estado orwelliano de Eurasia. Re-escribir el pasado mediante la eliminación de “no-personas” (unpersons) constituye un acto de violencia simbólica de gran carga significativa. Basta con escuchar/leer las expresiones de Thomas Rivera Schatz en las que insiste en que “Ese grupito no representa al pueblo”. Él tiene razón, el pueblo es quien se somete a su megalomanía y no así la multitud. Rivera Schatz, como tantos otros miembros del PNP, articula un discurso de “mayorías” que tienen carte blanche y que, por lo tanto, no tienen que escuchar las voces de las “minorías”. En el momento en que una “minoría” es construída como un estorbo indeseable y a quién no se debe escuchar, en ese preciso instante cualquier pretensión democrática colapsa.
El ejercicio democrático requiere de la inclusión y comprensión de la disidencia, del debate abierto y respetuoso. Espero que tengamos flores para el velorio del viejo ordenamiento constitucional y que nos preparemos para crear un país nuevo. Si no aprendemos de la cátedra del movimiento estudiantil con su práctica de la democracia participativa, el autoritarismo “democrático” pondrá en peligro la integridad física y simbólica de tod@s nosotr@s.
Estamos viviendo tiempos difíciles, inciertos y peligrosos en Puerto Rico, pero ante el peligro y la crisis nace la oportunidad de transformar, reformar y revolucionar la sociedad. La acción política se encuentra en múltiples sitios sociales: las redes sociales, los blogs, la calle, la comunidad, el centro comercial, el aula, la plaza pública y la plaza del mercado, entre otros. ¿Armaremos nuestras resistencias en cada uno de esos espacios? ¿Aprenderemos a impulsar un movimiento social amplio de transformación sociopolítica? Ojalá pueda vivir el “post” del post-mortem ante el hermoso semblante de quien difiere y disiente del Estado.
Notas:
(1) Esta columna está enfocada a las dinámicas del estado autoritario “democrático” bajo el PNP, pero no se confunda con que son los agentes exclusivos de este tipo de gobierno. Recordar la Ley de la Mordaza bajo el PPD y sus acciones de persecución política, así como la centralización del poder en sus gobiernos, me permitirían argüir, igualmente, que son tan responsables en la creación del autoritarismo “democrático” como lo es el PNP.
Esta nota fue publicada en el Blog Multitudred(ada). Para acceder al escrito pulse la dirección: www.multitudenredada.com