En la mitología griega, Cronos es aquella deidad que dominaba el tiempo. Hijo de Urano y Gea, castró a su padre y, en ese acto, creó una bóveda que separó al cielo de la tierra. En ese espacio, entre ambos, transcurrió el tiempo dominado por Cronos. Sin embargo, su poderío era contradictorio, ya que Cronos se alimentaba de los propios hijos que engendraba. Esa condición había sido motivada por la astucia de Cronos. Éste sabía que, aunque dominaba el tiempo, su poderío era temporal. Por ello, para evitar que en algún futuro su reinado se destronara, le exigió a Rea, su compañera, el acto sacrificial de entregarle a los hijos que procreaban para, de esta manera, engullirlos. De esta forma, negándoles el futuro a sus hijos, Cronos garantizaba que su dominio perdurara.
Las obras Saturno (1636) de Peter Paul Rubens y Saturno devorando a un hijo (1820-1823) de Francisco de Goya son dos magníficas expresiones de ese dominio contradictorio de Cronos. Esas dos pinturas presentan a un Cronos (Saturno) poseído por la locura de devorar a sus hijos. Ambas obras capturan el momento preciso de ese evento. No hay un antes o un después del acto, sino el presente mismo siendo devorado por la deidad. Y es que, en el presente, es donde se manifiesta el dominio de Cronos. La destrucción del presente es el alimento que garantiza que su dominio perdure. Por eso, en el presente, Cronos aniquila aquello que fuimos e impide la posibilidad de aspirar hacia el futuro. En ambas obras, Rubens y de Goya logran eternizar la angustia y la precariedad de un presente que nos devora.
Sin embargo, aquel Cronos mítico perdió su poderío; no por desencantamiento o desdeificación del mundo, sino por un relevo de deidades. Se podría hacer un ejercicio de analogía entre aquél dominio de Cronos y el dominio de nuestros tiempos por el capitalismo financiero neoliberal. Este último, no sólo controla nuestro tiempo, sino que se nos presenta, también, como deidad reverenciada en nuestra vida cotidiana. Es en esa sustitución mítica de poderes, en donde el capitalismo adquirió una característica que era propia de Cronos: la de devorar todo aquello que engendra.
Así como el antiguo titán dominaba el tiempo con su guadaña, el capitalismo se ha valido de varios dispositivos, que han controlado el tiempo en las distintas fases de organización del capital. La introducción del reloj en el taller sirvió, en la fase taylorista, para medir las tareas y la producción desde la lógica del scientific management. En su fase fordista, la máquina de ensamblaje controlaba a los trabajadores y aceleraba el tiempo para la producción masificada de mercancías.
Actualmente, la deuda, presente en todas las versiones del capitalismo, ha pasado a ser una de las formas principales de cómo, este Cronos del mercado, ejerce su dominio del tiempo y, a su vez, maximiza las ganancias e intenta reducir todas las realidades al esquema exclusivo de la crisis. Es por eso, que habría que recordar que en 1978 el banquero y posterior presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Paul Volcker, pronunciaba un discurso en la Warwick University del cual resaltamos dos frases: “Una crisis puede ser terapéutica”; “Una desintegración controlada de la economía mundial es un objetivo legítimo…”.
Volcker parafraseaba al economista británico Fred Hirsch y planteaba un modelo económico basado en la desintegración a través de la acumulación ilimitada de deudas. Es por eso que el economista griego Yanis Varoufakis plantea, en relación a la deuda, que no existe tal cosa como una “crisis de la deuda” sino más bien una exorbitante acumulación de ganancias. Es decir, es una crisis de la abundancia, producto del engullimiento de unos pocos. Por eso no es casual, que el Fondo Monetario Internacional (2016) estime la deuda mundial en unos 152 trillones de dólares, representando el 225% del Producto Interno Bruto a escala mundial. La deuda, aparece entonces, como el soporte principal de todo un sistema económico que opera, al igual que Cronos, desde la crisis y la contradicción. A fin de cuentas, como menciona Miriam Muñiz Varela en su libro Adiós a la economía (2013, p. 213), si hay algo que queda constatado durante el siglo XX es que el capital es, en sí mismo, crisis.
Al igual que Cronos, la deuda aniquila nuestro presente. En el capitalismo financiero, la deuda es la huella de un futuro engullido en algún momento del pasado. Como plantea Yannis Varoufakis, una de las características del capitalismo ha sido el alimentarse extrayendo, a través de préstamos y créditos, la especulación de ganancias futuras para colocarlas en un presente carente e iniciar, así, el circuito de la acumulación del capital. De algún modo, el problema de la deuda es el lugar que ocupa en ese circuito. En el feudalismo, dice Varoufakis, el préstamo y la deuda era una acción que se realizaba al final de la distribución y la repartición del excedente. Su sobrante se vendía en los mercados y con ese dinero el señor feudal podía otorgar préstamos y afianzar aún más su poderío. En el capitalismo la deuda no se encuentra al final de la distribución sino al inicio del circuito de acumulación.
Todo proyecto de mercado se inicia con un préstamo, lo que supone especular sobre las posibles ganancias del futuro para traerlas al presente y distribuirlas antes de iniciar el circuito. De ahí, que su dominio esté fundamentado en la perpetuidad del riesgo y de la incertidumbre. Pero cuando aquél futuro, ya degustado, nos llega al presente, éste se nos manifiesta en forma de precariedad porque su riqueza ya fue devorada en el pasado. Es por eso que Peter Sloterdjk (2011) se refiere a esta situación como una “crisis del porvenir” en la medida en que se nos ha devorado la posibilidad de un futuro. Sin embargo, para hablar de una crisis de porvenir habría que tomar como referencia el presente, porque es ahí donde el futuro se apoya y se define. Por eso, una crisis del porvenir, es también una crisis de proyección: de un presente que no puede proyectarse. Esa crisis de proyección marca también la ausencia de un proyecto alterno que nos permita salir del circuito de la aniquilación.
Cronos y el sacrificio
El vínculo que obliga a Rea a entregarle sus hijos a Cronos es el temor manifestado en la reverencia a esa deidad de los tiempos porque su domino también está investido de una moral. De la misma forma, la exigencia del pago de la deuda está teñida de una moralidad religiosa que nos exige la disposición sacrificial de nuestro presente. A fin de cuentas, toda deuda es también un deber. En esa relación se manifiesta el carácter mítico-religioso desde el cual el capitalismo ejerce su violencia. Como lo expresaba Émile Durkheim (1992) respecto a los dioses; su dominio no proviene solamente de la supremacía física, ni por poseer mecanismos suficientes para luchar contra nuestras resistencias. Más bien, su dominio proviene de “la autoridad moral de que está investida…porque constituye el objeto de un verdadero respeto”.
Ese “ascendiente moral”, como le llama Durkheim, no se le otorga por miedo o imposición, sino más bien por veneración, ya que es considerada como “una fuerza en la que nuestra fuerza se apoya”. Manteniendo el respeto a las deidades se reproduce el circuito perpetuo de la precariedad. Habría que recordar a Walter Benjamin (El capitalismo como religión) cuando mencionaba que “el capitalismo es el único culto que no expía la culpa sino que la engendra y en esa acción no reforma al ser sino que lo destruye”. La palabra culpa a la que Benjamin se refiere proviene del alemán Schuld que significa igualmente deuda. Así que a lo que se refiere Benjamin es a un culto que no expía la deuda/culpa sino que la engendra. Por ello, no sólo se trata de crear un sujeto deudor sino también de hacerlo portador de una culpabilidad que debe ser expiada a través de un tributo que precariza el presente.
Ese carácter mítico-religioso está contenido también en las palabras préstamo o crédito. Su origen nos remonta al término griego pistis que, a su vez, significa fe. (Agamben, 2013) Por tanto, la fe es una forma de crédito y, éste último, también nos remite al latín credere que significa creer. De ahí, que los bancos y las iglesias se sostengan por una comunidad de creyentes vinculados por la fe que, nunca mejor dicho, es “la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Por eso, los bancos se han convertido en templos que juegan con la fe (Agamben, 2014). No se trata ya de expulsar a los mercaderes del templo, porque ha sido el templo mismo, quien se ha convertido en el mercader. Sin embargo, a diferencia de otras religiones en donde los dioses les prometen un futuro a sus feligreses, en esta religión del capital no hay promesa de futuro. Es una suerte de dios que les exige a sus creyentes la promesa de un futuro y, a su vez, el sacrificio de su presente. Ahí radican los peligros de una ley llamada Promesa: porque, a fin de cuentas, toda promesa es también una entrega.
Por otra parte, para Platón la pistis (crédito/fe) es una de las formas de la doxa ya que supone una ignorancia fundamentada en el creer que se sabe. La pistis, en ese sentido, es un saber sin saber. Aquellos encadenados en la alegoría de la Caverna de la República de Platón, vivían en pistis, es decir vivían de la fe, crédito, del saber sin saber. En ese sentido la pistis se vincula a la deuda a través del latín debita que significa tener sin tener. Debita y pistis se nos presentan, entonces, como un juego de las apariencias o, si se quiere, como una simulación. Al adquirir un préstamo o un crédito, se simula el futuro y se disimula el presente. Por eso, la crisis de la deuda es, quizás, también una crisis de la simulación. De ahí que la crisis tenga su origen en las entrañas de un capitalismo financiero que se ha sostenido a través de la simulación, las apariencias y la especulación.
Cronos derrotado
Cronos fue derrotado con los mismos elementos que usaba para mantener su poderío: la simulación y la contradicción. Pero además, la estocada final que lo condenó al encierro de Tártaro fue el resultado de una alianza de seres diversos que encontraron en el derrocamiento de Cronos un proyecto común. En el dominio de Cronos no hay posibilidad de futuro porque sigue engullendo todo lo que engendra, para preservar su poderío.
Sin embargo, Cronos fue derrotado, precisamente, con otra simulación. Rea escondió a su hijo Zeus para que no fuera devorado por Cronos y, en su lugar, le brindó una piedra para que éste se la comiera. Ese acto tiene como fundamento a la astucia (métis) que es una forma de saber distinto a la pistis. La pistis y la métis son contrarias. La primera aparenta ser un saber y, la segunda, es un saber que sabe cómo aparentar. En ella, hay también una ruptura con la deidad ya que el engaño supone un acto de irreverencia. La métis ha sido central en la mitología griega. Recordemos, por ejemplo, a Perseo que engaña al monstruo marino usando la sombra o Prometeo que engaña a Zeus en el ocultamiento de las carnes y las vísceras.
Luego de la simulación, entre la piedra y Zeus, Rea le ofrece a Cronos una fórmula paradójica. Le brinda un medicamento (phármakon) que es veneno y cura a la vez. Este phármakon obliga a Cronos a vomitar toda la abundancia que habitaba en su estómago. Ese acto supone una inversión temporal. Si Cronos, como la deuda y el crédito, supone engullir la posibilidad de futuro en el presente; el phármakon lo induce a devolver toda la ganancia/alimentación del pasado y traerlo al presente. En el acto vomitivo, se le devuelve al presente toda su potencia y, así, la posibilidad de volver a proyectarse hacia el futuro. De ahí, que Gea le diga a Zeus que si quiere ganar la batalla contra Cronos tiene que formar un proyecto común con los Cíclopes y los Hecatonquiros, que son las fuerzas del desorden.
Nos dice Jean Pierre Vernant (2001) que las palabras de Gea fueron las siguientes: “…para vencer y someter a las potencias del desorden, es necesario utilizar la fuerza del desorden. Los seres puramente racionales, puramente ordenados, no lo conseguirían”. Nuevamente, lo idéntico se enfrenta a sí mismo. A lo irracional se lo opone lo irracional, al desorden se le opone el desorden pero con matiz distinto. Potencia y fuerza, aunque relacionadas, no parecen ser lo mismo. La primera puede referirse a la capacidad de ser/hacer, mientras la segunda está más cercana al carácter o el vigor que define al desorden.
¿Cuál es, entonces, la fuerza del desorden? Quizás la respuesta se encuentra en el ejercicio del desequilibrio, en la ruptura de las formas que dieron estabilidad al dominio contradictorio de Cronos. Así fue derrotado Cronos, devolviendo el mundo al vacío: al caos, a ese gran bostezo que es, a su vez, la hendidura de donde surge toda posibilidad. Para ello, quizás nos hace falta la sabiduría que es, a fin de cuentas, el reconocimiento de ese vacío, de esa impermanencia que engendra lo posible. Sólo así surgirá la astucia (métis), tan necesaria para el derrocamiento de la reverencias y la deidad.
La Deuda y El Dominio de Cronos by Diálogo on Scribd