Una vez más nos encontramos con un caso curioso de intentar suavizar la intensidad del pasado a través de un “cuidado” o censura en el uso del lenguaje.
En Chile el Consejo Nacional de Educación intentó hace unos días cambiar de los libros de texto de historia para la educación primaria la palabra “dictadura” por la de “régimen militar” en un intento por brindar, supuestamente, una versión equilibrada de la historia.
La decisión generó una acalorada discusión con reacciones airadas de los escaños de izquierda del congreso chileno quienes argumentaron, entre otras cosas, que una dictadura es una dictadura y que no acepta apellidos. Tan acalorada fue y tantas críticas recibió la propuesta que debieron retractarse y dejarla sin efecto.
Vale la pena recordar que Chile fue gobernado férreamente por Augusto Pinochet desde el año 1973, luego del sangriento derrocamiento del presidente Salvador Allende en septiembre de ese año, hasta 1990. Fue uno de los períodos más oscuros de la vida de ese país latinoamericano con un saldo aún desconocido de torturados y desaparecidos. Pero yendo a lo que nos atañe, ese intento de borrar o cambiar la memoria histórica a través de la manipulación del lenguaje usado en los textos no es nueva.
Muy conocida y discutida fue hace más de un año atrás la reedición depurada de los libros de Mark Twain para eliminar de ellos la palabra Nigger que usan los personajes de las ‘Aventuras de Tom Sawyer’ y ‘Huckelberry Finn’ para referirse despectivamente a la población negra de ese momento (finales del siglo XIX) en los Estados Unidos.
Otros casos similares, aunque menos obvios si se quiere, atañen a las traducciones de libros que al hacer versiones en nuevas lenguas se ocupan de “maquillar” algunos términos o, incluso, eliminar de las publicaciones algunos pasajes incómodos al status quo. Tal fue el caso de clásicos publicados durante la dictadura franquista y que han ameritado nuevas ediciones completas.
En fin, se trata de un tema que bien merece estudios más profundos y acerca de los que por fortuna, hoy en día y en la mayoría de los países, todos pueden opinar. En cuanto a la memoria histórica, la modernidad líquida que predica el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman, crea la ilusión de que todo se está generando de nuevo perpetuamente y que lo válido es lo presente, pero hay cosas que es importante no olvidar y allí el respeto por las fuentes originales y el “llamar las cosas como son” es fundamental.
El lenguaje sirve para crear realidades pero también para tergiversarlas, manipularlas. Sin embargo, la memoria va más allá de ellas y sobrevive buscando a través de nuevas palabras que rescatan el poder originario de la denuncia: la dictadura oculta la tortura y el sometimiento, pero la escritura es, por naturaleza, instrumento de recreación y de denuncia. La polémica sigue abierta.
Fuente Papel en Blanco