Para acceder a la vivienda de la familia Al Dib, situada en el conflictivo barrio de Mankubian, en Trípoli, es necesario caminar pegando la espalda a los muros. Las balas que se cruzan entre la vecina zona suní de Bab al Tabbaneh y Jabal al Mohsen, alauí y leal a
Bashar al Assad, ya han dejado víctimas mortales en estas calles, donde los efectos de los combates se aprecian en forma de moderada destrucción.
“¿Ve ese árbol?”, dice Yihad al Hajj Dib señalando un tronco astillado en la entrada de su casa.
“Quedó destrozado ayer por un lanzagranadas”, explica elevando la voz para hacerse oír entre los disparos y las explosiones que retumban a su alrededor. Sin embargo, no se le ocurre conminar a la decena de críos que pululan en el patio –hermanos pequeños y sobrinos, entre los dos y los 15 años de edad- a que jueguen en el interior de la vivienda, más protegidos de la lluvia de munición. La frecuencia de los combates los ha convertido en rutina.
Yihad al Hajj Dib y los suyos no lamentan los enfrentamientos armados en Trípoli, corazón suní del Líbano y reproducción en pequeña escala de los problemas regionales. Desde que la semana pasada supo que su hermano había muerto en Siria, horas después de que desapareciese de su casa, la mente de la familia está ocupada buscando una explicación plausible a un incidente que no acaban de entender y que amenaza con ser la gota que derrame el sectarismo libanés en forma de conflicto armado.
“El no era un integrista, ni siquiera llevaba barba. No pasaba ni una noche fuera de su casa ni manejaba dinero, como suelen hacer quienes se presentan voluntarios para la yihad”, se atropella su madre, Wafah, con rostro angustiado. “Si hubiese querido ir a hacer la yihad en Siria, me lo habría contado y yo se lo habría permitido, porque era mayor de edad. Pero no me creo que mi Malek lo hiciese. Creo que le engañaron para ir a Siria”.
Malek al Hajj Dib es uno de los 22 jóvenes cuyo destino quebró, la semana pasada, un poco más la frágil estabilidad del país del Cedro, contagiado de la crisis siria. Todo sucedió el jueves, cuando un grupo de 21 libaneses y un palestino cruzó la frontera con Siria de forma clandestina para combatir del lado de los rebeldes.
Provenían de Akkar, del campo de refugiados de Badawi y de Bab al Tabbaneh, furibundo núcleo suní de Trípoli. Fueron emboscados por el Ejército minutos después de pisar suelo sirio: 14 de ellos habrían sido ejecutados, según fuentes de Seguridad, en Tal Sirin, a un puñado de kilómetros de Tall Kalah, y tres de ellos fueron capturados. Otros tres, desaparecidos, podrían haber huido y haberse unido al Ejército Libre de Siria, según los medios locales.
Aunque la familia Al Hajj Dib lo niega (e incluso aunque el caso de Malek pueda ser una excepción, a juzgar por las fotografías y vídeos del joven mostradas por los suyos), las imágenes de los cadáveres muestran a hombres sin bigote y con poblada barba, en el más puro estilo salafista yihadista, una de las corrientes más radicales del Islam.
Según los medios libaneses, la última voluntad de algunas de las víctimas fue propagada en las redes sociales tras conocerse la noticia de su muerte: había sido redactada antes de viajar a Siria y la mayoría de ellos se identificaban a sí mismos como salafistas.
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