Leyendo la última edición de la revista Wax Poetics (la dedicada a Michael Jackson) me topé con un artículo acerca de DJ Nicky Siano, quien fuera el residente de la fenecida discoteca The Gallery en la ciudad de Nueva York en la década de los 1970. El artículo abre con una vibrante, colorida y hermosa cita de una edición del New York Sunday Daily News de agosto de 1975, en la que la periodista Sheila Weller ‘captura el espíritu de hedonismo y desafío de quienes bailaban en The Gallery’ (mi traducción de Andy Thomas, autor del artículo). No transcribiré, ni mucho menos me atreveré a traducir (la dañaría) la relativamente larga cita de Weller aquí. Para mis propósitos aquí, las palabras de Weller no tienen tanta importancia como el gran vacío en Puerto Rico que me evocan, y el cual me fastidia—un aspecto cultural cuya ausencia brilla tanto en nuestra Área Metro actual que a veces me quedo bruto ante ello: hablo de la falta de un establecido periodismo cultural crítico, específicamente acerca de nuestras artes urbanas. Ante el placer literario y didáctico que experimento con citas como la de Sheila Weller, me apena sobremanera: (1) que el público puertorriqueño no tenga a su alcance inmediato medios en los que pueda disfrutarse este mismo goce de (re-)pensar las artes que ya consume; y (2) que estas artes no reciban la atención y evaluación que se merecen. Ciertamente ha habido intentos de establecer este tipo de periodismo, o acaso algo parecido (Phantom Vox, quizás Noctámbulo, entre otros) y conozco de varios periodistas que ocasionalmente ponen su grano de arena para el desarrollo de esta cultura crítica en los medios masivos de la Isla, y sobre todo en varios invaluables blogs (gracias, Luis Grande, por apuntarme hacia este detalle imprescindible). Aplaudo la labor de estas personas, que saben quiénes son; y les imploro que no paren por nada. Sin embargo, tristemente, estos esfuerzos no han bastado. La intensa creatividad y, más aún, auto-gestión de un sinnúmero de artistas plásticos, gráficos, musicales y demás aún siguen en un relativo anonimato y, lo que es más importante a mi parecer, sin el diálogo imprescindible, para el artista tanto como el público, que solamente puede entablar un crítico cultural. Y no hablo de meras reseñas de discos o coberturas de exposiciones; hablo de trabajos literarios analíticos, escuetos o extensos, que creativamente recuenten, exploren, deconstruyan, mastiquen, machaquen, elogien, apuñalen, piensen y, de todas estas formas, legitimen los trabajos de arte urbano para el público general, y no necesariamente los partícipes de un ‘niche’ específico, como podría decirse que ocurre en algunos blogs.
Todos hemos tenido la fortuna de ser testigos, y muchos hasta hemos participado, de momentos interesantísimos, bellos, de actividad cultural en Portorro; sería imperdonable que queden rezagados a la frágil y casi siempre superficial historia oral de los pocos que se interesen en contárselo luego a sus nietos como una memoria remota. Aparte—y no puedo creer que tenga que subrayar esto—la crítica cultural motiva la creación cultural, así como su desarrollo y mejoría. Este trabajo creativo continúa por obra y gracia de los artistas mismos, motivados por nuestra propia necesidad de expresión, el apoyo de quienes consumen nuestros productos, y quizás un entendimiento, o un deseo, algo ambiguo y soñador, de que nuestro trabajo trascienda al final, a pesar de lo cuesta arriba que resulta crear sin atenerse a las normas del mercado y, para colmo, ante el silencio eventual de la crítica. ¿Por qué no he visto un escrito riguroso acerca de la exposición del Coro Gráfico en la Galería Rebus—expo harto lograda y además llena de ironías políticas tras bastidores? ¿O un vistazo analítico a Dávila 666? ¿Por qué ha habido tan poca literatura acerca de la trayectoria musical de la banda Superaquello? ¿Por qué nadie ha mirado detenidamente la excelencia de la programación de Radio Universidad? Y claro, ¿por qué rayos nadie ha analizado la música hiphop del patio, con todas sus virtudes y sus fallas? De esto último, lo único parecido que recuerdo haber visto es un artículo en la revista gringa (¡!) The Source hace como 6 años, una serie de artículos en El Nuevo Día que carecieron de contexto y trasfondo y sumaron más que nada a una emboscada en que el hiphop se contrastara conflictivamente con el reggaetón, y las contribuciones a Diálogo del compañero Hermes Ayala… Contribuciones valiosas, pero, ¡Hermes rapea! ¿No hay periodista o teórico que se interese lo suficiente en hablar del tema, para dejar que los raperos rapeen y no tengan que, además, hablar de su propio arte según lo desempeñan sus colegas? Me rehúso a creer que no. Y ahora, en esperas del dictamen de la Cámara de Representantes sobre la ley que pretende acortar las horas de venta de alcohol—y así efectivamente coartar nuestros espacios de compartir cultural urbano—regreso a la descripción de Andy Thomas de la cita de Weller: ‘captura el hedonismo y el desafío de quienes bailaban…’ Hago un llamado a todo pensador crítico: piensen y repiensen, reaccionen y redacten sobre nuestros propios desafíos culturales—énfasis en ‘nuestros’ y ‘propios’… ahora que existen todavía. _____________________________ El autor es intérprete de Hiphop.