Diálogo es la publicación oficial de la Universidad de Puerto Rico (UPR). Desde su fundación en 1986, ha servido de taller para los profesionales en formación que actualmente se desempeñan en otros medios dentro y fuera del País. Su plataforma virtual, contiene las versiones impresas desde el 2010 hasta mayo de 2014, mes en que el medio migró exclusivamente al formato digital.
En medio de las fiestas, en especial la navidad, todo el mundo se enloquece. Entre tantos preparativos y festejos nos olvidamos de reflexionar qué significan las fiestas para nosotros mismos. Dos psicólogos nos dan su mirada. Depresión, alegría y en el medio, las fiestas. ¿Alguien han visto alguna vez alguna fiesta que no sea festiva? Pues bien, todo festejo implica la alegría colectiva de un conjunto de personas que celebran un acontecimiento. Es casi imposible decir que una fiesta no es festiva, de hecho la característica central de la fiesta es esa. Pero cada vez que festejamos alguna causa o hecho particular de forma universal, caemos en una obligación al agasajo donde muchas veces uno no se encuentra de ánimo para formar parte. Esto ocurre con cumpleaños, por ejemplo. Pero, aprovechando el advenimiento de las fiestas navideñas preguntémonos si realmente el festejo se da con la alegría que todos suponemos o si trae consigo una serie de depresiones ameritadas por la exigencia del mismo festejo.
Vayamos al aspecto clave, la finalización del año transcurrido. Se lo toma como una etapa, una larga y dura etapa. La celebración se debe al hecho de comenzar otro, se especula con la prosperidad del cambio. La psicóloga Natalia Verrina (MN 42.224) nos dice: “las fiestas despiertan ansiedad e incertidumbre. Las personas suelen hacer balances y evalúan cuáles fueron las cosas que no se concretaron, es una renovación, un cambio de página”. La especificidad del factor temporal, del transcurso de un año que generalmente se le atribuye la expresión qué rápido que pasó. Nos cuenta: “No podemos dejar de lado el paso del tiempo. Para el psicoanálisis el tiempo es una castración porque te muestra la impotencia humana. No se puede dominar todo. Uno es travesado por el paso del tiempo. El tiempo se te va de las manos y está más allá de uno mismo.” Siguiendo el relato de la licenciada, en cuanto a los balances, muchas familias recuerdan las personas queridas que ya no están. Esto es muy normal que suceda y en varios casos el peso del recuerdo es imborrable para las fiestas de fin de año.
Muchas veces la cena de noche buena suele ser un reencuentro para una familia amplia y alejada por las distancias. La fiesta puede actuar como una unión entre familiares y amigos que no se ven hace mucho tiempo. Pero varias veces se produce una tensión que frente al duelo del ser querido que se recuerda, se pliega un manto de tristeza y melancolía.
En el módulo Patologías Graves, escrito por diversos profesionales de la salud mental de la institución Red Asistencial de Buenos Aires acerca de la depresión en las fiestas, podemos citar:
“La mala comunicación. Una reacción frecuente que tenemos cuando perdemos un ser querido es la de mostrarse a otros nuestra angustia para de esta forma no angustiarles, y los otros hacen lo mismo: no se angustian para no angustiarnos. Así, lo único que logramos es construir un muro entre ellos y nosotros, una barrera a través de la cual pasamos algunas cosas y otras no, perdiendo de esta forma la más valiosa herramienta para poder recuperarnos: una buena comunicación, un espacio , unas personas con la que podemos llorar y hablar libremente de la muerte, el dolor, la ausencia, la angustia y la falta que nos hace.”
Veamos el análisis crítico que nos da la licenciada en psicología, Luciana Piwowarsky (MN 45.028): “¿Estar bien en las fiestas, sentirse a gusto y contento, mostrar lo que se espera en un festejo se puede controlar voluntariamente? Desde el psicoanálisis se sostiene que el sujeto está sujetado: a lo que dice, a lo que siente, a lo que es. Y que estos puntos de fijación generan conductas y reacciones que muchas veces desconocemos. Hay una parte de nosotros que escapa al influjo de la voluntad, a la adaptación, a lo que hay que hacer. Es un inconciente que late, que quiebra una y otra vez nuestros planes, nuestro control, nuestro ideal de perfección. Un desconocido, un saber no sabido que hasta nos acompaña en las fiestas. Nuestros síntomas, productos inconcientes que tramitan situaciones traumáticas, tienen un sentido oculto, aparecen aún en las fiestas y por qué no, aún más en las fiestas. Se supone que allí tendríamos que mostrar nuestra felicidad, nuestro disfrute pero cuánta presión es mostrarse perfecto, feliz, completo y brindando como si nuestra vida fuera una propaganda de televisión. ¿Eso será festejar?”.
“Lejos de pretender la perfección de las fiestas y el summun de nuestros estados de ánimos habrá que aprender a vivir aceptando nuestras limitaciones; por ejemplo que algunos se entristecen o que las familias se pelean o que la pasamos sólo bien, sin idealizar cada momento como si fuese la mejor noche que fuésemos a pasar; ni creer que a las 12 se terminan los sufrimientos”. Pronto será nuevamente 24 de diciembre y nos sentaremos en la mesa, al igual que el 31 del mismo mes. La navidad y el fin de año son dos fechas en las que nos volvemos a reunir en familia para interconectarnos de una forma más íntima. La monotonía del festejo suele producir una aversión al festejo. Todos tuvimos un largo y duro año a pesar de “que se haya pasado rápido”.
Lo mejor que podemos hacer es ser consciente de que una etapa termina y empieza cuando uno lo decide, no necesitamos ninguna fecha pautado en consenso para ello. Sólo debemos entender que para las fiestas se mezclan muchos sentimientos, algunos felices, otros tristes. Tratemos de sacar el mejor provecho de eso para comenzar, más seguros y con más ansias, el nuevo año.