El 1808 marcó la pauta que encendió la mecha de la volátil relación entre España y sus colonias en las Américas, resultando en la pérdida casi general de lo que otrora fue uno de los imperios más extensos del mundo, el español. El reino, ya desintegrado a causa de las proclamaciones independentistas y extenuado por las guerras en defensa de una causa perdida, aferró entonces sus garras en sus últimos bastiones coloniales en Asia, donde aún poseía la hegemonía sobre los archipiélagos de las Filipinas y Guam, mientras que en América, hizo lo propio con los enclaves caribeños de Cuba y Puerto Rico. Sin embargo, a mediados del siglo diecinueve, Estados Unidos había comenzado a despuntar como nación industrializada emergente, en contraposición con la inamovible y anacrónica economía latifundista y agraria que imperaba en España y sus colonias. El país norteamericano, comenzó a fijar su área de expansión en la región del Caribe, en amplio paralelismo a las grandes naciones europeas que habían comenzado a repartirse los territorios de importancia en los continentes de Asia y África, establecida mediante la Conferencia de Berlín de 1884. Cuba se había convertido en un enclave importante por su fuerte valor económico, estratégico y preponderantemente agrícola, ya que la mayor de las antillas producía cantidades considerables de azúcar de caña, que le resultaban a España, un ingreso de capital importante para la época. Mientras, los Estados Unidos había comenzado a expandirse más allá de sus fronteras. Las sublevaciones en Cuba fueron una constante durante las dos últimas décadas del siglo diecinueve. Estados Unidos, cuyo gobierno, desde John Quincy Adams hasta William McKinley, venía monitoreando los sucesos en Cuba, finalmente decidió actuar, tomando una serie de medidas que desembocarían en un conflicto armado. El 25 de enero de 1898, exactamente un mes después de la aprobación del Decreto Real que le otorgó a Puerto Rico su primer gobierno autonómico bajo la soberanía española y en todo el apogeo de la guerra de independencia cubana, Estados Unidos realizó una movida política con el supuesto de defender y vigilar sus intereses en Cuba, recordando que esta nación poseía industrias azucareras en la isla. Ese día, el acorazado Maine, de la marina estadounidense, hizo su arribo al puerto de La Habana. El 15 de febrero de 1898, aproximadamente a las 9:40 pm, el Maine estalló, reclamando 256 vidas, todos, marinos de la armada de Estados Unidos. Inmediatamente, la prensa amarillista estadounidense comienza circular la tesis de un atentado por parte de España, cuya veracidad dudosa fue absorbida por gran parte de la población estadounidense y la plana mayor del gobierno. Por su parte, España negó desde el principio una responsabilidad por los hechos, aduciendo que la explosión fue producto de alguna combustión interna del barco. Inmediatamente, los Estados Unidos le exigen al gobierno español la retirada absoluta de Cuba a lo cual se niega, y -declarando España la guerra a Estados Unidos- comenzó la Guerra Hispano-estadounidense o mejor conocida como la Guerra Hispanoamericana. La guerra no pasó de ser si no, un evento armado absolutamente regional cuya solución fue sumamente rápida dada la ventaja en materia bélica de Estados Unidos por sobre el muy deteriorado ejército español. Dos batallas navales y las invasiones a Filipinas y Puerto Rico dieron paso a una rendición de España. El 12 de agosto de 1898, España y Estados Unidos ponen fin a las hostilidades mediante la firma de un protocolo de paz, en el cual la primera renunciaba a su soberanía sobre Cuba y cedía como botín de guerra las islas de Puerto Rico, el archipiélago de las Filipinas y la isla de Guam. El protocolo de Paz de agosto de 1898 estableció que “España renunciará a toda pretensión a su soberanía y a todos sus derechos sobre Cuba”, (…) “cederá a los Estados Unidos la isla de Puerto Rico y las demás islas que actualmente se encuentran bajo la soberanía de España en las Indias Occidentales”, mientras que “los Estados Unidos ocuparán y conservarán la ciudad, la bahía y el puerto de Manila en espera de la conclusión de un Tratado de Paz, que deberá determinar la intervención (controle), la disposición y el gobierno de las Filipinas.”
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