La Habana cuenta con poco más de dos millones de habitantes, muchos de los cuales al caer el sol, se alistan y atusan para encarar la vida nocturna de la ciudad.
Desde bares y discotecas subterráneas, a tertulias y bailes al son de agrupaciones musicales en el Malecón, La Habana ofrece opciones para todo tipo de preferencias al momento de salir de las casas u hoteles y adentrarse en el ‘jangueo’ citadino cuyo trajín contrasta con la calma de las rutinas diurnas.
Me di la tarea de experimentar casi todos en mi corta estadía y aquí expongo un resumen de mis observaciones y vivencias.
Para los turistas, existe una cultura de festejo diametralmente diferente de la que experimenta la comunidad habanera en su diario vivir. A los extranjeros se les ha trazado una ruta que aunque promocionada como auténtica, los precios evidencian lo contrario.
Como una estampa, los negocios turísticos demuestran un patrón de características similares tales como, los tríos de son que acompañan a aquellos que degustan algún plato a sobreprecio, los mojitos a un costo de cinco CUC (cerca de cinco dólares) en adelante, y los vendedores de collares, aretes, pulseras y cachivaches que merodean por las mesas tratando de vender su mercancía.
El insigne Hotel Nacional de Cuba, que ha visto huéspedes ilustres en todos sus años de servicio, cabe bajo esta categoría. La estructura, que ha acogido figuras como Gabriel García Márquez, María Félix, Rita Hayworth, Frank Sinatra, Nat King Cole y Simone de Beauvoir, es sede de uno de los mojitos más famosos de La Habana a un costo de cinco CUC, a pesar de conseguirse comúnmente entre uno y dos CUC. Su imponente y lujosa fachada invita a una elite internacional que puede sufragar sus gastos y servicios como también lo hacen otros bares y negocios de renombre internacional.
La Bodeguita del Medio y El Floridita son algunos de estos ejemplos. La primera, la cual se reconoce como la cuna del mojito desde su apertura en el 1942, cuenta con un interior decorado con pinturas de instrumentos musicales, poemas y las famosas palabras de Ernest Hemingway que traducen “mi mojito en La Bodeguita y mi Daiquirí en El Floridita”. El Floridita o “la cuna del daiquirí” adquirió renombre por Hemingway, quien vanaglorió el negocio por la invención y quien atrajo miles de turistas en los años posteriores a su muerte.
Los locales, sin embargo, evitan la experiencia de toparse con los precios y un mal servicio sustituyendo los bares por discotecas, algunas soterradas. A lo largo de las principales avenidas de La Habana los negocios pudieran pasar inadvertidos, a no ser por los guardias de seguridad colocados frente a las puertas, confundibles con fisiculturistas.
En estos lugares se dejan a un lado los tríos de son y bolero y se retoma el fenómeno del “salsotón”, una combinación de salsa y reggaetón que se baila entrelazando movimientos de ambos géneros.
En el transcurso de la noche, no es inusual que un comediante interrumpa la música para comenzar una presentación de stand-up. La temática del espectáculo vacila entre temas raciales, culturales, sexualidad y política, así fomentando la participación colectiva de una audiencia que responde, ríe y aplaude mientras coge sorbos de Bucanero, la cerveza local que no se ausenta en ningún festejo o celebración.
Para los cubanos que prefieren otro ambiente, lejos de espacios confinados y música ensordecedora, se dan cita a los predios del Malecón donde pueden disfrutar de música en vivo y buenas y largas conversaciones. Una compra de seis cervezas en el colmado más cercano y un grupo de amistades es suficiente para avivar un viernes por la noche para el corto de presupuesto o para quien gusta de un ambiente más relajado.
La comunidad artística también tiene su punto de encuentro, un lugar donde se puede disfrutar de exposiciones fotográficas, documentales, pinturas y presentaciones musicales. Ubicada en lo que antiguamente fue una fábrica de aceite. La Fábrica de Arte Cubano o FAC, engalana sus dos pisos de diversas propuestas culturales como performance, espectáculos teatrales, jazz en vivo, danza contemporánea y conciertos, para el deleite de una población selecta. En el umbral del negocio, los guardias, menos fortachones de los de las discotecas previamente mencionadas, le reparten una tarjeta a cada cliente en la cual se va anotando la cantidad y el precio de cada trago para que al momento de irse este pueda sumar y pagar el total de su consumo.
Los tragos son caros, menos que en los negocios turísticos, pero más de lo que el cubano promedio puede pagar. Por lo que la clientela gira entorno a turistas latinoamericanos, cineastas, músicos y estudiantes extranjeros.
Similar a la cultura de jangueo que comparte Puerto Rico, La Habana ofrece diversas propuestas de ocio para los noctámbulos que dejan a un lado el descanso y disfrutan de ver el amanecer de miércoles a domingo.