Por: José A. Rivera-González
La ya generalizada práctica de usurpar eventos de la vida privada con potencial para su explotación comercial en los medios tuvo su origen en el periodismo de finales del siglo XIX, robusteciéndose con formidable rapidez hasta alcanzar el nivel industrial que ostenta en el presente. El interés morboso por descarnar a quienes obtienen prominencia mediática de cualquier tipo podría tener como una de sus explicaciones el empeño por medirnos frente a los otros en cuanto a logros materiales, intelectuales, morales y hasta espirituales.
Los acontecimientos y sus consecuencias en las vidas de personas con alguna prominencia social por la vía de su desempeño profesional, status o desventuras se han convertido en la fuente inagotable que nutre a cierto tipo de programas de televisión, alrededor del globo, donde el juicio social se va perfilando como el verdugo por excelencia de quienes se ven sometidos al escrutinio de la opinión pública mediatizada. En todo caso, se trata del manejo de la intimidad en los medios de comunicación.
Cuando los medios franquean el límite de la intimidad, esa mediatización da paso al nacimiento de una vida paralela del sujeto sometido al debate público (de manera voluntaria o involuntaria), que desdibuja su realidad y crea un álter ego que termina siendo el referente de los públicos a la hora de emitir sus juicios, a tal punto que adquiere más fuerza y credibilidad que la persona misma.
Esa creación mediática puede llegar al punto de confrontar la personalidad mediatizada con la persona que le dio origen. Basta ver las entrevistas en las que se les pide a las personas que den explicaciones cuando su conducta, comentarios y decisiones no corresponden con la imagen de sí mismas que se ha proyectado en los medios.
Esta exposición de lo íntimo en los medios, que puede ser voluntaria o forzada, descansa en la responsabilidad ética de quienes elaboran estos productos audiovisuales, que incluye desde los informantes hasta los productores de los programas. El manejo en los medios de lo íntimo, lo privado, lo público y lo ético, entre otros conceptos igualmente elásticos de por sí, ha alcanzado tal laxitud que le ha dado cabida a su distorsión.
Si se toma de ejemplo el concepto de lo íntimo, no es difícil concluir que su significación se ha desvinculado de la experiencia emocional particular de las personas ante un hecho, para trasladarlo a los espacios físicos donde les ocurre. Se recurre a los conceptos sobre la esfera pública y la privada -delimitantes de los espacios físicos-, para justificar que lo que le ocurre a las personas fuera del hogar no es íntimo. Pero, como señala Juan Carlos Suárez en Los límites éticos del espacio televisivo, la intimidad no se trata del espacio donde se desarrollan los eventos mediatizados. Los sucesos que las personas consideramos como íntimos pueden darse en espacios públicos, ante la vista de muchos, como puede ser la muerte de un ser querido en una vía pública.
Más allá de la apropiación de la intimidad para consumo mediático hay que considerar el manejo que se hace de ella, y sus repercusiones. No es sorpresa para nadie que la opinión pública se nutre, de manera considerable, del juicio valorativo que los informativos televisivos hacen de las personas bajo escrutinio. El manejo de las informaciones sobre casos notorios de todo tipo levanta simpatías y rechazos hacia personas que se han visto transformadas prácticamente en personajes de un reality show, gracias al seguimiento discrecional de algunos programas de televisión, a tal punto que, se han dado casos en los que personas procesadas y posteriormente absueltas, continúan siendo victimizadas por la opinión pública.
De esta manera, las personas y su intimidad se vuelven materia prima para confeccionar productos de consumo de los que se pueden producir infinidad de derivados, según las circunstancias. En el proceso, se dejan a un lado consideraciones sobre las consecuencias personales, familiares, laborales y sociales de los individuos, hasta cosificarlos, cual personajes de ficción. Como si fuera poco, los afectados se encuentran entre la espada y la pared al momento de tener que considerar acudir a esos mismos medios para tratar de resarcir su persona, que ya se ha vuelto pública, lo que da paso a una espiral casi infinita de controversias que nutren y aseguran el futuro de estos programas.
La discusión seria y profunda sobre el valor del uso y manejo de la intimidad en los productos mediáticos debe ser continua. La necesidad de llenar espacios con narrativas ausentes de libreto no puede subsanarse a costa de la dignidad humana.
El autor es catedrático de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.