La dificultad para entender este tema reside en ponerse en el lugar del otro. Como en ese viejo chiste, donde un hombre viaja con su auto por una avenida y por la radio escucha que hablan de un loco que anda en sentido contrario por esa calle. El hombre, indignado, le responde a la voz que sale de su estereo que no hay un loco, sino cientos. El problema está ahí. En ese chiste se cristaliza una operación común en nuestras sociedades, transformar a las minorías en “locos”, en elementos descarriados. La opción de incluirlos, aceptando sus diferencias no se plantea. La dislexia es “un defecto de aprendizaje de la lectoescritura en niños de coeficiente normal y la deficiencia ortográfica en adultos”, como lo define el neurólogo Michel Habib, director del Programa Nacional de Prevención de la Dislexia , en Francia. Sus causas son inciertas, entre ellas se mencionan: complicaciones en el embarazo, problemas hereditarios, familiares, de madurez, etcétera. Entre un 10 y un 15 por ciento de la población mundial la posee. En Argentina, se calcula que ronda el 8 porciento. Principalmente, la sufren los chicos de entre 5 y 12 años. En realidad, lo que sufren no es esta “enfermedad” sino la incomprensión de la problemática. Se trata de un asunto de minorías, niños principalmente y algunos adultos que llegan a esa etapa sin haber podido superar ese problema que surgió en la niñez. Ese “defecto” de aprendizaje, que los pone en desventaja con las mayorías, es en realidad otro modo de aprender. Uno más visual, corporal, y menos literario o escritural. Algo así como usuarios de Linux frente a los de Windows, una metáfora quizás demasiado tecnológica, pero certera.
La dislexia como desventaja A diferencia de los fieles a Linux, que han elegido a ese sistema operativo, los disléxicos nacen “programados” de ese modo. Por lo tanto, no pueden cambiar de programa si sienten que no logran progresar o que no son tenidos en cuenta. La dislexia se manifiesta cuando los chicos comienzan a leer y escribir en la primaria. Con los métodos tradicionales de aprendizaje surgen problemas como: escribir de forma desordenada, saltarse sílabas y palabras al leer, no poder deletrear, cambiar tiempos verbales, alternar letras de las palabras que riman, etcétera. Entonces, son automáticamente etiquetados como niños con problemas, aunque su capacidad intelectual es normal. Se los responsabiliza por las fallas del sistema educativo. Son ellos los que no se esfuerzan, los que no prestan atención, no sus maestros. Testimonios como: “Los maestros no te escuchan; te dicen que te esfuerces más, te hacen sentir inferior”, “El profesor aprovechaba a sabiendas de mis bloqueos en público y se dedicaba a preguntarme, para ponerme en vergüenza“, o “Sentís la impotencia de saber que podés, pero sin saber cómo”, son comunes en foros y artículos sobre el tema. Enseñar sin palabras Lo que escasean son mejores métodos de enseñanza en las escuelas, que incluyan a los disléxicos. Un ejemplo es el trabajo del psicólogo y profesor, Héctor Meléndez cuyo programa de “Enseñar sin palabras”, mediante dibujos y señas, les permite desarrollarse mucho mejor y sirve para motivar también a estudiantes que no tienen este “sistema operativo”. También está la pizarra dinámica de lecto-escritura, del psicólogo y logopeda Eduardo Herrera –que vemos en el video al final de la nota-. Este dispositivo busca automatizar la lectura, dando seguridad y velocidad, tanto a chicos con “dificultades lectores” como a los que no la tienen. Incluso existe un videojuego para trabajar sobre la dislexia que apunta a superar sus “problemas” para “acceder al conocimiento a través de la lengua escrita”.
La dislexia como ventaja Para varios médicos, psicólogos y educadores la dislexia no es una enfermedad, ni un trastorno. Uno de estos profesionales es el doctor Josep Artigas que la considera una “desventaja culturalmente impuesta”. La dislexia es previa a la invención de la lectura y la escritura, así como a la masificación de medios para su aprendizaje, que excluyen a los disléxicos. Otra teoría, desarrollada por un científico estadounidense de apellido Ehardt, afirma que la dislexia no es un desorden. El autor destaca que los disléxicos tienen facilidad para ensamblar estructuras complejas –por su habilidad mecánica-, y para percibir ideas y conceptos de forma global. Esto está vinculado con que piensan por medio de imágenes, lo que les daría una representación tridimensional del mundo más elaborada. Las capacidades sociales de los disléxicos son otra de sus ventajas. Un estudio sostiene que el 35% de los emprendedores de Estados Unidos tienen dislexia. Sus habilidades para comunicarse oralmente –compensando su déficit en lo escrito- y para delegar en personas de confianza es lo que los hace exitosos en los negocios. En 2002, Fortune puso en tapa a los más importantes hombres de negocios con dislexia. Como vemos, los disléxicos no son individuos con problemas de desarrollo. Son personas tan capaces como las demás, pero con procesos cognitivos diferentes. Muy habilidosas en ciertos aspectos y con dificultades en otros, porque se impuso un método de enseñanza que los excluye. Si lo pensamos un poco, esta es otra buena oportunidad para ponerse en el lugar del otro y darse cuenta que a veces los que manejamos a contramano somos nosotros. Puede acceder al artículo original en: alrededoresweb.com.ar.