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En un pueblo chiquito, él la liga. Aguarda al acecho. Cual perro frente a perra en celo, manipula su cilindro erecto y candente desde la complicidad del carro. Ella no sabe que aquel ojo obsceno avala lo que la natura le ha dado. Lo que no se gana con lechuga y sí con levadura. El foco siempre son sus piernas. Las que con aquella mini falda de mahón la hacen contonearse de lado a lado de la acera. Son extremidades que mojan vista y entrepierna. La transparencia en su camiseta azul es aún mejor. Sus pechos flotan con la libertad de no tener quién te amarre. Su pezón se dibuja con la certidumbre de un claro color marrón. La t-shit se levanta con frío. Ella no es muy bonita de cara. Pero la sabrosura de esa anatomía apretada redime la andana que se asoma entre encía y colmillo. Su pelo largo, que a menudo amarra con un pinche plástico, es castaño farmacia. Le queda bien. Otorga seguridad y coquetería. Entre tanto, él se excita al examinar las curvas que no son ajenas al chicho. Fija con sigilo sus pasos. Lo hace en las tardes, como a las seis y diecisiete, con ropa de trabajo y olor a oficina de gobierno. Primero fueron los jueves, luego los fines de semana. Hasta que todos los días, sin falta. Al tiempo, ya ni la amnesia- ni la caneca- borran la rutina de la mente del que se bellaquea con aquella. Él quiso conocerla a fondo. Compró leche detrás de su madre. Pidió el combo número dos frente a su hermano en un fast food de pollo frito. Robó sus pantis de encaje rojo que guindaban en el cordel del apartamento que comparte con dos amigas y un gato. La supo toda. Un día, desde direcciones contrarias, él le sonríe como quien pasa y asiente con agrado el choque de pupilas. Ella ni piensa en nada, sólo devuelve el gesto con un comprometido y cortés movimiento de labios. Ambos aparentan seguir sus caminos mientras uno fantasea con el otro. Y ese otro (ella) ignora que uno (él) se enfoca en la seductora gota de sudor que viaja por su cuello. Ella dobla a mano izquierda, justo en la esquina del restaurante chino con cervezas baratas. Después de sentir que su presencia es imperceptible, él da media vuelta. La sigue hasta que sus cuerpos chocan con relativa violencia. La mujer intenta gritar. Eso a él le gusta más. Este cuento es inspirado en los constantes sucesos violentos en Río Piedras.