Hay quien logra estremecer y quien hace reír o llorar con su poesía. Pero también, hay quien hace todo eso y eleva al público a otro estado; uno que es un poquito de miedo, de adrenalina, de tristeza, de sueños, de fuerza, de fe y de amor al mismo tiempo. La reconocida trovadora Tomasita Quiala, por ejemplo, logra hacer todo esto en sus versos.
Ella sube a comerse el escenario. Es rápida, directa, astuta, imponente. A pesar de ser no vidente, puede ver más que todos. Logra convertir en palabras todo lo que ni aquellos que tenemos el privilegio de la vista podemos apreciar.
Por eso cuando esa increíble mujer me notificó que cantaría junto a ella en el Encuentro Internacional de Payadores en Chile, se me hizo un nudo en la garganta y derramé incontables lágrimas. Lágrimas de felicidad, de miedo, de adrenalina, de ansiedad. Y, ¡cómo no! si la reina de la improvisación quería cantar conmigo.
Encuentro de Payadores
A mediados de febrero cerca de 5,000 personas ocuparon la Plaza de Armas, durante el vigésimo segundo Encuentro Internacional de Payadores que se celebró en el municipio de Casablanca en Chile. No faltaron las banderas, el vino, las empanadas, los helados y las artesanías. Tampoco las sonrisas, los abrazos, el baile y la cueca.
La noche saludó de lejos -según el reloj que marcó las 8:00-, mientras el sol seguía brillando. Al escenario subieron legendarias voces de la trova. México, Panamá, Colombia, Uruguay, Argentina, Cuba, Chile y Decimanía de Puerto Rico fueron los protagonistas.
En el evento, catalogado como uno de los más importantes de este género, tanto a nivel local como internacional, se presentan los mejores improvisadores o payadores, como le dicen en el Cono Sur, de la décima espinela. Cada trovador o repentista, que es la persona que tiene la habilidad para improvisar al momento, comparte a través de la poesía sus conocimientos y sentimientos en un tema libre, un tema impuesto o un pie forzado.
Cada país tiene su propio ritmo y melodía para interpretar su estrofa ya sea en un “seis”, como en Puerto Rico, una “milonga”, como en Argentina y Uruguay, una “dobleteada”, como en Colombia, un “son jarocho”, que es uno de los ritmos mexicanos, un “punto cubano” o un “torrente” como se le conoce al acompañamiento musical de Panamá. También se puede realizar un diálogo decimal o “contra punto” acompañado por algún otro trovador o trovadora.
Así pintaba la postal cuando esta joven improvisadora de Puerto Rico, y la gran repentista cubana Tomasita Quiala se encontraban a punto de compartir por primera vez un escenario.
Cuando llegamos a la plaza, a eso de las 6:45 de la tarde, todos corrieron a ver el programa del evento.
-“Deborah, te tenemos una noticia”, dijo Jazmín Muñoz, repentista panameña, que iba acompañada por Leidy Mejía, repentista colombiana.
– ¿Qué?, pregunté.
– “¡Te tocó con Tomasita!”, contestó. Su cara mostraba angustia y alegría al mismo tiempo. Su mueca me sacó una leve risa.
Gracias a Dios, Tomasita me dio el notición la noche anterior.
-“Deborah, no te asustes. Me parece que sería bueno que tú y yo cantemos juntas mañana”, me advirtió y yo tartamudeé. Fue como si me hubiesen derramado un balde de agua caliente encima. Sí, caliente, porque esas palabras me entibiaron el corazón y apaciguaron el frío que hacía en el valle.
La hora cero
Esperando en la escalera para subir a cantar mil cosas pasaron por mi mente. Finalmente, el escenario era nuestro.
Sonó en el laúd un punto cubano y Tomasita inició la ronda. Los siguientes diez versos fueron los más emocionantes de la noche. Al menos, para mí.
“Es Roberto quien te guía,
tu eres hija de Roberto
y de Isidro que en el puerto
se une a tu poesía
Arturo marca la vía
Omar te prestará un ala
Jovino será tu escala
para que tu verso suba
pero tu madre está en Cuba
y esa es Tomasita Quiala”.
Después, se hizo escuchar el cuatro puertorriqueño y mi voz en respuesta.
“Ay que bonito es cantar
Con mi madre en este día
siento una algarabía
mi corazón va a estallar
También debo mencionar
a aquel mi padre Roberto
que es como un libro abierto
que ilumina mi destino
y plantó en mi camino;
soy flor de un mismo huerto”.
Nuestros 15 minutos en escena estuvieron llenos de magia.
Podía ver y sentir la conmoción del público. La audiencia aplaudía con euforia cada estrofa. Por primera vez cantaba con Tomasita una trovadora puertorriqueña. Todo fluía. Yo vibraba de la emoción por ser la afortunada.
Hay oportunidades que no se vuelven a repetir. Definitivamente, esta fue una de esas. Cada encuentro es distinto. He ahí la magia de la improvisación y mi amor por esa sensación de que una ráfaga de versos te sacude la mente y salen por la boca casi simultáneamente.