
Había una vez un país chiquitito. Se llama Bahía Sabrosa pero igual le podían decir Repositorio de Crisis. Tenía crisis económica, crisis de salud, crisis en educación, crisis en las aseguradoras que se vendían al mejor postor como pan caliente y en su principal universidad poco a poco comenzaba a henchirse también un hedor a crisis. Un día, el príncipe hizo un anuncio: “No se beberá más después de las doce de la noche. El alcohol crea criminalidad y la criminalidad hay que acabarla”. Sonaba a “mano dura”, refrán de algún otro rey que salió, como dicen por ahí, medio fatulo. Había escepticismo, pero entre tanta crisis quién tiene tiempo, o cabeza, para protestar por el derecho de la cerveza o más cultamente dicho, el valor del ocio y el libre albedrío. Pero qué conveniencia señores. A dos días del mensaje del Gobernador, en el que anunciara su medida anti-alcohol, perdón, anti -criminalidad -¡ha no, que para él son lo mismo!- aparecen los guardias “en masse” por Río Piedras. “Se alega que violaron el Código de Orden Público” dijo la oficial de Prensa Mayra Ayala, código que establece que no se puede beber en las calles ni puede haber “exceso” de ruido. Claro, porque en Río Piedras nunca hay barullo. Porque la Avenida Universidad es, y siempre ha sido un paisaje bucólico pastoril como dirían los catedráticos de español. Porque no es una avenida colonizada por cuanto chinchorro (y más recientemente, barra trendy) pueda caber en ese espacio limitado…y hasta los que no caben milagrosamente aparecen también. Y claro, porque aún el realismo mágico tiene sus consecuencias, y a falta de cupo en los negocios que sólo por magia cupieron en la ahora infame avenida Universidad, la gente nunca se ha tenido que desparramar por las calles como leche que hierve a fuego caliente. En ese mundo que nunca, jamás, ha existido (porque impensable es que en una zona universitaria hayan barras y juventud) aparece la policía a decir que hay exceso de ruido. Que no, chamaquito de mierda te estás dando la medalla con la pierna izquierda fuera del techo del negocio. No, que estás en la calle, que eso es ilegal. Que no vez que ya pronto ni salir vas a poder, a las doce como la cenicienta mi pana, puff! se acabó el cuento. Y si no te lo acabo yo. Y voló la primera medalla. Al parecer pasan muchas más cosas que la reproducción espontánea de barras en esta mítica calle con afanes de avenida. Porque impensable es que la gente se hubiera sentido provocada, violentada, ante más de una veintena de hombres que vienen vestidos para la guerra… O para una intervención en la huelga telefónica. Con chalecos antibalas, con macanas. Con cuerpos que gritan: ¿tú quieres probar lo que es bueno, gusano? Con escopetas tira gases lacrimógenos. Y poco a poco los hombres de la ley, los mantenedores de la paz, los defensores del orden, se alinean. Como fichas de ajedrez se acomodan detrás de una línea imaginaria. El resto, la juventud, el pueblo, los deschalecados, al otro lado. Nada intimidante, nada aterrador el cómo un espacio familiar donde se va a relajar el estrés del día de repente se ha vuelto agresivo y hostil. Vibra de violencia y testosterona de la mala. Y surprise, surprise. Voló la segunda medalla. Y la tercera. Hasta que muchas aprendieron a volar en esta calle de enseñanzas. Y los gases y las macanas no esperaron a quedarse atrás.