Era una mañana soleada, aunque la lluvia amenazaba de vez en cuando con hacer su aparición. Las calles del Viejo San Juan se llenaban de poco en poco y, así como iba creciendo el gentío, iba creciendo la felicidad. Las banderas de colores por todo el casco, el bullicio de la gente y las caritas sonrientes de los niños, niñas y adultos que allí se encontraban eran indicador de una cosa: el circo llegaba a la ciudad. Así comenzó la tercera edición del Circo Fest.
Se dice por ahí que la risa es la mejor medicina y, según lo que se vio este fin de semana, parece ser verdad. Payasos, acróbatas, magos, músicos y bailarines se dieron cita al evento para hacernos reír, y como buen doctor, curar todas nuestras penas.
Al medio día llegó la comparsa que daba la bienvenida al festival. Artistas locales y de muchas partes del mundo se paseaban por las calles de San Juan anunciando que la función iba a comenzar. Y el público, contagiado con la magia del circo, se ponían narices rojas para unirse al fiestón.
Después del desfile, cada artista se iba a su puesto porque ya empezó el show. En la Plaza Colón se formó un círculo de gente que esperaban ver a La Querida Compañía, dos chicas que llegaron de España y Chile. Una de ellas hacía malabares con sus manos y sus pies. A su lado, una caja que se movía, para sorpresa del público, tenía otra mujer adentro. En el público, un niño miraba a su mamá, sonreía y aplaudía sin parar; no podía creer lo que estaba viendo.
En la Calle San Francisco Alex Millán y Andrea Cristina cantaron ópera, rompieron copas, hicieron malabares y lograron cautivarnos con su manera de contarnos El Día a Día.
A la misma vez, pero en la Plaza de Armas, un muchacho con espejuelos y gabán bailaba al son de Disco Inferno. Derek Derek, de Estados Unidos, se convirtió ante los ojos del público en el máster del mástil chino. Subía, bajaba, brincaba y se deslizaba como si fuera una tarea fácil. El público envuelto, solo dejaba salir palabras de asombro.
El sol comenzaba a dejarse sentir, y el gentío seguía creciendo. Ya en la Plaza La Barandilla, los niños y niñas se sentaban expectantes a lo que estaban por presenciar. Esta vez, el spotlight estaba en el circense argentino, Chimichurri. Este hacía malabares, y jugaba a mantener su equilibrio hasta en las situaciones más extremas, y el público -incrédulo a lo que estaba viendo- solo lograba responder aplaudiendo. De repente, uno de los niños allí sentado, que ya tenía su nariz roja puesta, decide ser parte de la puesta del argentino con una rutina de malabares.
Al final, el calor no daba a más y el Colectivo Columpio refrescó al público con su espectáculo A Prueba de Agua. Los dos integrantes del colectivo, con un raincoat y muchos galones de agua supieron contar toda una historia.
Luego de cada espectáculo, religiosamente se pasaba el sombrero y al público solo le quedaba agradecer y hacer posible que esta magia siguiera.
A medida que pasaba la tarde seguían las actividades, seguía llegando gente hasta que oscureció, hasta que el día llegó a su fin. El circo cumplió su función: dejar de ser niños y adultos, y simplemente ser risas.
A continuación, una foto galería del evento: