La mirada de un fotoperiodista tiene voluntad de ventana al mundo. Le tiene fe al tiempo, a la espera, al momento preciso. Mira al vacío con la certeza del todo. A veces, tras tanto aguardar, sus ojos van tomando forma de almendra, pero nunca se cierran del todo.
El fotoperiodista Ismael Fernández, o “Ismaelito”, como le llamaban sus colegas, falleció el martes, 23 de agosto de 2016, pero todavía queda -y quedará- su mirada. Queda inscrita en las letras cariñosas que sobre él se escriben. Queda en cada uno de sus miles de retratos. En el ojo entrecerrado de cada niño que toma una fotografía por primera vez gracias al Taller de Fotoperiodismo que fundó en 1994, y donde anoche se le despidió a son de panderos y cariños entonados.
Y es que el legado fotográfico de Fernández es, en muchas formas, una gran plena. Fueron casi cuatro décadas de narrar las cotidianidades que sostienen un país. De congelar coyunturas históricas internacionales y traducirlas al vocabulario de la voz visual. Tanto de la historia cabe en imágenes. Sobre eso este gran veterano de mirada puntual dio cátedra.
La ventana quedará abierta. Aun cuando gane el tiempo y los almendros descansen. Aun cuando haya silencio. Aun cuando el todo parezca la nada. Quedará abierta. Y habrá luz. Y corrientes de aire surcarán la memoria. Y habrán plenas. Eso -y tanto más- logra la mirada de un fotoperiodista.